Un hogar en Motril

Siete adolescentes sirios llevan dos meses viviendo en un centro de SAMU gracias a un proyecto de la Junta y Acnur para acoger a menores refugiados no acompañados

Un hogar  en Motril
Un hogar en Motril
Carlos Rocha

20 de noviembre 2016 - 02:38

A finales de septiembre había, como mínimo, siete adolescentes en Motril deseando volver a empezar la rutina. Volver a ir con legañas al instituto a escuchar clases interminables de matemáticas y luego hacer deberes por la tarde. Cualquier chaval pensará que la idea es una locura, pero estos siete echaban de menos ir a clase porque, entre otras razones, se vieron obligados a dejarlo por el fuego cruzado entre las tropas de Bashar al Asad, los rebeldes sirios y los terroristas del Estado Islámico.

Los siete huyeron a pie de distintas zonas Siria. Dos de ellos, un chico y una chica, son dos hermanos que vivían en Alepo, hoy una ciudad devastada. Llegaron a Turquía tras pagar una cantidad nada despreciable a las mafias que trabajan en la zona con los que buscan asilo lejos del conflicto. Su camino siguió por Anatolia hasta acercarse a las costas griegas, donde lograron desembarcar tras ser interceptados por las fuerzas de seguridad en el bote hinchable que utilizaron para intentar la travesía.

Estaban en Europa, en un país pequeño y golpeado por la crisis económica. Se alojaron en algunos de esos campos de refugiados tristemente célebres por sus malas condiciones de vida. Desde allí pidieron ser reubicados en otro país de la Unión Europea, que se había comprometido a distribuir a 160.000 peticionarios de asilo de Italia y Grecia al resto de estados miembros. El sistema ha sido un fracaso: a España han llegado -hasta finales de octubre- 687 de los más de 17.000 que debían hacerlo. Los siete protagonistas de esta historia tuvieron un poco de suerte y el 23 de septiembre engrosaron la lista de refugiados acogidos por España.

En el aeropuerto de Barajas los esperaba Alicia Núñez, jefa del servicio de Protección de Menores de la Junta. "Estaban muy asustados. Muy serios y nerviosos. Es normal, llegaban a un sitio nuevo y no conocen el idioma", rememora Núñez, que es la responsable de coordinar un proyecto pionero de la Consejería de Igualdad y Política Sociales en coordinación con Acnur, la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados.

Se trata de los primeros menores no acompañados que llegan a España dentro del proceso de reubicación de refugiados, aunque por el momento sólo se han ocupado siete de las 24 plazas que ofreció al Ministerio del Interior en el centro de menores que tiene SAMU tiene en Motril concertado con la Administración andaluza. "Dudamos de que no haya más menores que quieran venir desde Grecia e Italia", asegura Núñez, que no sólo ofrece las 17 vacantes, sino que también contempla la ampliación de la iniciativa -si Interior lo pone en marcha- a otros centros en el resto de provincias.

El miedo con el que aterrizaron en Barajas se transformó en las mencionadas prisas por volver a la rutina. "Teníamos previsto que entraran en el instituto después de una semana de adaptación", cuenta Núñez, pero se vieron obligados a adelantar la bienvenida que les habían preparado sus futuros compañeros y profesores. En el centro asignaron cada refugiado a otro estudiante, un mentor "para ayudarlos a ubicarse".

Una de las prioridades, tanto de los jóvenes sirios como de las autoridades, consistía en acelerar el aprendizaje del español. Por eso acuden a clases en el centro donde residen, pero también acuden a los talleres de castellano para inmigrantes que la Unesco imparte en Motril. "Es un municipio que acoge bien a los inmigrantes. No se producen situaciones de rechazo", revela la responsable del proyecto en la Administración andaluza.

Precisamente el rechazo era uno de los miedos de los siete jóvenes, puesto que, según cuentan, había sufrido "situaciones de xenofobia" durante su estancia en Grecia. La receta para paliar el riesgo de este tipo de conflictos por la que optó la Junta fue la elección de Motril por la mencionada capacidad de acogida, pero también el historial de SAMU, "una organización que tiene experiencia con los inmigrantes que cruzan el estrecho en patera, pero también en zonas como Siria", detalla Núñez.

Una de las primeras necesidades que los responsables del proyecto se centraron en atender fue el contacto con las familias de estos menores. Además de buscar a parientes en Europa, intentaron encontrar a sus padres, que siguen en Siria. Lo lograron, aunque tuvieron dificultades en el caso de los que viven en Alepo.

"Se quedaron muy tranquilos", recuerda Alicia Núñez, que reconoce que estos adolescentes tienen un sentimiento de deslealtad. "Sienten que están traicionando a su familia. Que ellos se han librado de la guerra y los demás se han quedado allí". Para evitarlo, los encargados de la atención psicológica de estos menores se centran en inculcarles que su estancia en Motril es una garantía de seguridad para sus familias. "Si nos centramos en las necesidades de los padres y no en la de los chicos, lo ven de otra manera", apostilla Núñez.

La atención psicológica es sólo una de las prestaciones que los refugiados sirios reciben en el centro de SAMU en Motril. Además de la matriculación en los institutos públicos y la enseñanza del español, estos jóvenes reciben asistencia sanitaria que comenzó con un chequeo general. "También les hicimos las pruebas de la tuberculosis, por las malas condiciones que sufrieron en el viaje", cuenta Núñez, que afirma que sólo una de los siete presentaba una leve anemia. También reciben asistencia jurídica. "Gestionamos su legalización en el país y la petición del estatuto de refugiado y la protección internacional", detalla la responsable de la Junta, que alude a la supervisión de todos estos asuntos por parte de la Fiscalía de Menores de Andalucía.

El objetivo último de esta iniciativa pionera -y que Acnur pone como ejemplo para el resto de Europa- no es otro que lograr que estos siete adolescentes echen raíces en Andalucía. Para ello tienen que conocer la sociedad de acogida y cómo desenvolverse en ella. "Tienen que aprender a cocinar, a comprar en el supermercado, a redactar un currículum y a enfrentarse a entrevistas de trabajo". En definitiva, a establecer aquí un lugar al que llamar hogar, aunque el suyo esté a cinco mil kilómetros.

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