Presentes en todas las obras
La fábrica de cemento de La Araña, propiedad de Financiera y Minera, ha suministrado material para todos los grandes proyectos de la provincia desde 1915 · Ahora exporta el 30%
El mercado de Atarazanas, el Palacio Episcopal, Tabacalera, el edificio de la Equitativa, el colegio de los Maristas, el Parador de Gibralfaro, el hospital Carlos Haya, el hotel Los Monteros, el edificio de Correos, Puerto Banús, el Hospital Clínico y Civil, Mercamálaga, el aeropuerto, el Museo Picasso, el PTA, la Comisaría Provincial, la hiperronda, la segunda pista... Todos tienen en común dos cosas: son grandes infraestructuras de Málaga y todas han sido realizadas, desde 1920 hasta la actualidad, con cemento de la fábrica de Financiera y Minera en La Araña.
José Rivas Massegur y Juan Girbau no se podían imaginar el 21 de junio de 1900, cuando fundaron Financiera y Minera con un capital social de 1 millón de pesetas y empezaron la explotación de granates en la localidad almeriense de Níjar, que esta firma iba a convertirse en uno de los emblemas de la provincia y en una compañía que, a día de hoy y pese a la fuerte crisis que sufre el sector de la construcción, tiene una de las plantas más modernas de Europa y factura en torno a 90 millones de euros.
Su implantación como tal en Málaga no se produjo hasta 1913 cuando compraron los terrenos para hacer la fábrica en La Araña; el 4 de junio de 1914 José Rivas pidió la autorización al Ayuntamiento de Málaga para iniciar la construcción, y a partir de 1915 se empezó a crear cemento bajo la marca Portland con una capacidad de producción de 20.000 toneladas. En 1923 se fabricó cemento con la marca Titán y un año después apareció el nombre Goliat que se mantiene hasta ahora.
Uno de los grandes eventos sociales de la provincia se produjo el 1 de febrero de 1925 cuando se inauguró oficialmente la fábrica y asistieron 300 personas entre los que se encontraban el obispo de Málaga Manuel González o el alcalde de Málaga José Gálvez Ginachero. El estallido de la Guerra Civil trajo consigo el asesinato en 1936 del director de la fábrica, Jaime Fonrodona, y, un año después, fue su hermano José el que accedió al puesto.
Finalizada la guerra, la década siguiente se caracterizó por numerosos problemas en el suministro de carbón y de electricidad que frenaban la producción, aunque eso no impidió a sus propietarios -la familia del Conde de los Gaitanes- seguir haciendo inversiones, aumentar las infraestructuras y participar en numerosas obras de la provincia. Los números salían y el auge turístico de la Costa del Sol a mediados de los 60 ayudó sobremanera, ya que se levantaron numerosos hoteles a lo largo de todo el litoral. En 1967, por ejemplo, la capacidad de producción de cemento de la fábrica ascendía a 400.000 toneladas al año y el capital social de Financiera y Minera era de 180 millones de pesetas, una cantidad ridícula si se compara con los casi 10.000 millones de pesetas de finales de los 90.
El negocio generado, su fuerte implantación territorial y sus posibilidades de futuro no pasaron desapercibidas en el extranjero y, finalmente, en 1989, la francesa Ciments Francais se hizo con el 69,69% de las acciones y en 1990 nombró presidente a Pierre Brousse. No obstante, en 1992 la multinacional francesa fue adquirida por otra italiana, Italcementi Group, que es la actual propietaria de Financiera y Minera. Llegaron justo en la anterior crisis de la construcción y tuvieron que desarrollar un plan de viabilidad para evitar un masivo despido de empleados.
Financiera y Minera ha vivido todos los ciclos. En 1973 ó 1993 lo pasó mal pero luego logró récord de ventas a finales de los 90 o a mediados de la pasada década. "Hemos pasado momentos de crisis tremendos, incluyendo una Guerra Civil, pero los hemos superado y eso nos tiene que transmitir esperanza e ilusión", explica Alfonso Queipo de Llano, director de Recursos Humanos de la fábrica.
Han tenido mala suerte entre comillas porque entre 2005 y 2007, coincidiendo con el boom, Financiera y Minera realizó una inversión de 100 millones de euros para mejorar la productividad, el consumo de energía y el impacto medioambiental de la planta. Se quitaron los dos hornos y se dejó uno con mayor capacidad y se montó un nuevo silo de clinker, "por lo que ahora tenemos la mejor tecnología del sector en Europa". Se hizo un concurso internacional y la empresa china de ingeniería CBMI resultó la elegida para hacer una parte de los trabajos, trayendo a un centenar de operarios chinos para el montaje del horno de cocción. Tal presencia de asiáticos despertó la atención de los medios de comunicación -incluso hubo un accidente en el que falleció un trabajador cuando revisaba unas soldaduras- y se hicieron numerosos reportajes sobre el tema. No obstante, Queipo de Llano recuerda que no solo había operarios chinos sino también de otras muchas nacionalidades y que tuvieron que poner todos los carteles informativos en español, inglés y chino.
Tanto la obra pública como la privada están ahora por los suelos y la producción de la planta ha caído en torno a un 40%. "El mercado de la construcción está muy deprimido y las obras emblemáticas están muy paradas", lamenta Queipo de Llano, quien subraya que la solución ha sido iniciar la exportación. En estos momentos vende el 30% de su producción a países del arco mediterráneo y África cuando, según este directivo, "en el año 2007 la exportación representaba el 0%, todo lo vendíamos en España e incluso teníamos dificultades para atender la demanda interna". La fábrica de cemento es el buque insignia de Financiera y Minera tanto en Málaga como en Andalucía aunque, solo en esta provincia, también cuenta con dos canteras en Alhaurín y Manilva y varias plantas de hormigón.
Más de 100 años de historia dan para mucho y, como resaltan en la compañía, la vinculación de Financiera y Minera con Málaga es total. En la actualidad tienen una plantilla de 120 trabajadores directos y son numerosas las imágenes que marcan la historia de esta compañía en la provincia. Desde las viviendas sociales para los trabajadores que se hicieron en La Araña hasta los libros de nóminas y contabilidad de principios del siglo pasado que, con una perfecta caligrafía, Queipo de Llano nos muestra con devoción ante el valor histórico de esos textos que ya forman parte del patrimonio industrial de Málaga. Hoy en día los ordenadores lo hacen todo, pero no se sabe cómo serán las nóminas dentro de otros 100 años y si el futuro director de Recursos Humanos de la fábrica se la enseñará al futuro redactor de este diario.
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