El barroco se muere en San Felipe Neri

La Universidad de Málaga, el Museo del Vidrio, los estudiantes y los vecinos se conjuran para salvar uno de los barrios históricos más hermosos y degradados de la ciudad

El barroco se muere en San Felipe Neri
El barroco se muere en San Felipe Neri
Encarna Maldonado Málaga

05 de junio 2016 - 01:00

El barrio de San Felipe Neri, una de las muestras más significativas de la arquitectura popular del siglo XVIII y un ejemplo de cómo el olvido es una apisonadora para el paisaje y el paisanaje de una ciudad, es materia obligada para los alumnos de Arquitectura de la Universidad de Málaga. Desde hace cuatro años forma parte del contenido de la asignatura de Habitabilidad de tercer curso y es objeto de los proyectos de fin de grado de la titulación. La Escuela de Arquitectura aspira no solo a participar en el debate ciudadano, sino a ser un interlocutor cualificado, capaz de aportar ideas que sumen San Felipe Neri al resurgir del centro histórico, pero manteniéndolo a salvo de los peajes anexos: la gentrificación o expulsión de la población autóctona que acaba convirtiendo los barrios en parques temáticos sin vida más allá de las invasiones puntuales de turistas y la colmatación de terrazas y bares.

Carlos Rosa, director de Arquitectura, precisa que la pretensión es conseguir que la onda expansiva del florecimiento del centro alcance el arrabal alfarero musulmán, pero anclando a la población. La iniciativa arrancó en 2012. Fue ideada por el decano de la Facultad Turismo, Antonio Guevara, que involucró tanto a Arquitectura como a Bellas Artes con la intención de promover un proyecto de investigación conjunto. Aquel curso los alumnos de tercero de Arquitectura realizaron los primeros proyectos sobre estrategias de recualificación y reciclaje urbano, los de Turismo diseñaron rutas para promover el flujo de visitantes desde el centro histórico y los de Bellas Artes empezaron a participar en actividades con el Museo del Vidrio. Guevara reconoce que ha fallado la financiación y no han podido llegar hasta donde querían, pero los tres centros han mantenido el vínculo académico y emocional con el barrio. En Arquitectura y Turismo forma parte de la propuesta de temas para que los alumnos realicen proyectos de fin de grado y máster, mientras que Bellas Artes mantiene un programa de prácticas estable con el Museo del Vidrio.

Los trabajos académicos constatan la falta de infraestructuras públicas de calidad , el exceso de solares vacíos, la falta de infraestructuras y algunas debilidades sociales. "Quedan vecinos con muchos vínculos en el barrio, pero otros se han ido y han sido reemplazados por otros residentes menos identificados con la zona, lo que genera problemas de cohesión social", indica Carlos Rosa. Además, la tasa de desempleo es muy alta.

Las propuestas de los alumnos pasan por recuperar solares como espacios públicos, facilitar la conexión de San Felipe Neri con el exterior, "porque es un lugar muy cerrado", y recuperar su identidad como barrio de artesanos. Desde esa perspectiva la universidad es un agente valioso para una zona que, por otra parte, ha conseguido mantener a salvo parte de su tejido social.

Gonzalo Fernández-Prieto es fundamental para entender el proceso al que se enfrenta San Felipe Neri. Fue un pionero. En 2002 compró un edificio del siglo XVIII que con su esfuerzo y bolsillo ha rehabilitado con primor hasta convertirlo en el Museo del Vidrio. "Cuando llegué la gente creía que me dedicaba a la droga", explica divertido. El centro de Málaga entonces era ajeno al apetito turístico e inmobiliario que se despertó años después, y el empeño de este historiador y restaurador resultaba incomprensible. Ahora, con un museo "más conocido en Roma que en Málaga", confiesa también que su interés está más allá. "Uno no se puede quedar cruzado de brazos con cuatro millones de parados. Hay que crear industria". "Aquí vive la gente más buena del mundo, pero ya hay muchos vecinos que se han ido", afirma.

En esta aventura no solo cuenta con la complicidad de la universidad, sino también de Jorge Rando, fundador del museo expresionista en el que expone su obra y acoge a jóvenes artistas, el entusiasmo y la iniciativa de la directora del instituto Vicente Espinel, Julia del Pino, el apoyo de las cofradías y "del cura don Gabriel".

La fórmula para preservar el legado histórico, mejorar la calidad de vida, frenar el éxodo de la población y ofrecer alternativas laborales pasa una alianza con la historia. Gonzalo Fernández-Prieto afirma que no hay ningún otro lugar en el sur de España con tanto patrimonio del siglo XVIII como el trozo de Málaga enclavado entre la plaza Montaño y las calles Ollerías, Alta y Salamanca. Ahí están la iglesia de San Felipe Neri, la antigua posada que hoy es el Museo del Vidrio, el edificio de La Gota de Leche, que acogía a los niños abandonados y ahora el Centro Cultural Provincial, y el instituto Gaona (Vicente Espinel), el primero que hubo en la provincia. Pero no solo.

El director del centro museístico urge una actuación para mantener la arquitectura popular. Decenas de casas del XVIII, algunas protegidas, se mantienen erguidas a duras penas en las calles Gaona, Alta, Cabello o Parras. En muchas asoman restos de fabulosos murales entre los desconchones de sus fachadas. La arqueóloga Carmen Peral y la arquitecta Amparo Balón publicaban hace ya años el valor de los decorados, "pinturas, cerrajerías y otros elementos arquitectónicos cada vez más escasos como son los atractivos cierros de los balcones y los miradores en las cubiertas, como torres que ayudan a dibujar el perfil de la ciudad portuaria de la Málaga del siglo XVIII y XIX".

El trazado y la arquitectura actual responden en gran medida a la decisión del conde de Buenavista de levantar en esta zona de Málaga su palacio, una gesta comparable a la de Gonzalo Fernández-Prieto tres siglos después. Poco después cedió la capilla a la orden Filipense, dando origen a la iglesia en torno a la que gira el barrio. Sin embargo, esta ha sido solo una etapa. Antes de la familia Buenavista y los filipenses el barrio ya había tenido otra vida y otro nombre. Había sido La Funtanalla, arrabal extramuros de la ciudad musulmana en el que se concentraba la actividad alfarera. Peral apunta en el artículo Centro de interpretación de la producción cerámica de la Málaga medieval y ampliación del Museo del Vidrio en San Felipe Neri que la arqueología da cuenta de cuatro ámbitos con diferentes funciones: urbano, artesanal, agrícola y albacar para guardar los ganados. Agrega que las arcillas del Ejido son "idóneas e indispensables para la alfarería" que en la Edad Media se extendía por las calles Ollerías, Dos Aceras y la plaza de Montaño.

La aparición de hornos medievales en los solares es una llamada de atención de ese legado histórico que puja por salir a flote. Algunas muestras han sido recuperadas. La construcción de un edificio nuevo colindante al Museo del Vidrio permitió sacar a la luz uno de los antiguos hornos alfareros. Encriptado en una vitrina, está a la vista del público, aunque el esfuerzo no ha alcanzado hasta colocar una placa o cartel que permita al transeúnte identificar de qué se trata y a qué época pertenece.

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