El culto al cuerpo y a la mente en un paraíso natural
Una decena de personas viven en una 'ecoaldea' en Ojén donde la comida vegetariana y cruda es la norma principal
En una sociedad donde las palabras estrés y consumismo están permanentemente en la mente de todos resulta casi imposible imaginar que existe un lugar donde el tiempo parece detenerse. En un paraíso casi idílico en plena sierra de Ojén, donde viven ajenos al acelerado ritmo exterior, apenas una decena de personas decidieron un día darle un giro a su vida y dedicarse al cuidado de su cuerpo y alma con la naturaleza como telón de fondo.
No hay que estar loco, como algunos creen, para vivir en una de estas ecoaldeas cada vez más en boga en los últimos años. Sólo hay que estar dispuesto a cambiar un estilo de vida. Y un primer paso es dejar de comer carne, pescado y lácteos, y alimentarse únicamente a base de frutas, verduras y frutos secos. Eso sí, sin cocinar.
Es el requisito primordial para poder vivir en este pequeño rincón natural donde tampoco los medicamentos, el tabaco, el alcohol y las drogas tienen cabida. Balta, como así se llama el fundador hace tres años de este remoto lugar conocido como La Cascada, es un defensor a ultranza de la comida cruda vegetariana o crudiveganismo. Según dictan los mandatos de este movimiento, los alimentos deben tomarse en estado natural sin conservantes, ni fermentados, ni cocinados y exentos de productos animales.
Cuando se cocinan, "desvirtuamos los alimentos y por eso se destruyen sus propiedades vitalizantes", asegura este peculiar chamán de aspecto casi mítico y mirada penetrante que defiende además que el cuerpo humano dispone de sus propios medios para mantenerse sano sin recurrir a los medicamentos que "a veces te hacen enfermar más", asegura.
Una vida sana y la energía que recibe de la naturaleza son sus recetas para mantenerse en plena forma física y mental. Casi siempre duerme a la intemperie porque le gusta contemplar el cielo por la noche, se baña a diario en el arroyo que discurre por la finca, de más de 8.000 metros cuadrados, incluso en pleno invierno y asegura que lleva más de treinta años sin tomar ni un solo fármaco.
El secreto está quizás también en el hecho de que la mayoría de los alimentos que consumen son cultivados por ellos mismos en la finca sin abonos químicos. Naranjos, aguacates, chirimoyos, limones, tomates o lechugas son algunas de las frutas y verduras que producen, como cabría esperar, de forma ecológica.
Pero no porque su alimentación se base únicamente en productos crudos es más aburrida. Balta asegura, mientras enseña la cocina común de la aldea, que utilizan por ejemplo el cacao crudo para hacer pasteles y la avena, el cáñamo o las semillas de sésamo para elaborar leche.
Quienes viven en esta aldea crudivegana dicen que al principio cuesta acostumbrarse a comer todos los alimentos de forma cruda. La sensación, dice uno de ellos, es "como si estuvieras vacío por dentro" porque al no estar cocinados los alimentos, el organismo los digiere "mejor y mucho más rápido".
Todo es cuestión de acostumbrarse y la mayoría ya ni se acuerdan de comerse un filete o beberse una cerveza, y lo compensan con una amplia y variada dieta a base de alimentos verdes y frescos.
Fue precisamente el clima subtropical de esta zona a tan sólo unos kilómetros de la Costa del Sol y la oportunidad que ofrece para plantar todo tipo de cultivos lo que animó a este defensor de la vida natural a instalarse en este lugar. Nació y vivió en un pequeño pueblo de Zamora donde ayudaba a su padre, que era ganadero, con el cuidado de los animales.
Ese continuo contacto con el campo le marcó y, según cuenta, le permitió "muchos momentos de soledad para conocerme a mí mismo y leer sobre otras filosofías de vida de las que nunca había oído hablar".
Le costó hacer realidad su sueño, pero al final consiguió crear su particular mundo perfecto donde cada día se puede encontrar a personas distintas. "Viene mucha gente de paso porque quieren hacer una dieta cruda, tienen algún problema de salud o simplemente buscan descansar de la ciudad", dice Balta.
Los que vienen temporalmente deben pagar al menos el alojamiento y la comida o bien hacer algún trabajo por la comunidad. Alexander es de San Francisco y estudioso de la cultura hebrea y ya ha venido varias veces a pasar una temporada cuando puede escaparse de sus obligaciones profesionales. Ayuda en todo lo que hace falta y hoy le toca terminar de construir una de las cabañas de madera de la aldea.
Curro es el que dirige los trabajos porque antes de asentarse en el poblado hace ocho meses trabajaba como carpintero en Jerez. Tenía problemas con la droga cuando llegó y ahora dice sentirse "un hombre nuevo". Allí encontró la esperanza y la autoestima que había perdido hacía mucho tiempo por culpa de su adicción porque "aprendes una forma de vivir en la que eres de verdad libre".
En esta aldea rodeada de naturaleza el ritmo es otro y se respira un ambiente de tranquilidad que al principio cuesta asimilar cuando se viene de un mundo en el que la prisa en el día a día se impone con rotundidad. Allí no hay televisión, pero sí luz eléctrica, agua corriente, teléfono móvil y hasta internet. Las nuevas tecnologías son el único nexo de unión con el mundo exterior porque entienden que "este tipo de vida no está reñido con el avance de las comunicaciones".
El día suele comenzar temprano en esta ecoaldea. Siempre hay alguna tarea que hacer. El cuidado del huerto, algún que otro trabajo de bricolaje, preparar la comida -todos comen siempre juntos- y hacer la colada, aunque de eso sí se suele encargar la lavadora.
Pero siempre tienen tiempo para hablar y escucharse los unos a los otros, "algo que resulta casi imposible en el día a día de una ciudad", concluye Balta después de haber viajado por medio mundo y haber conocido las culturas más variopintas.
Es un fiel consejero al que todos acuden en busca de ayuda cuando algo les preocupa o tienen alguna molestia. Cree que la mayoría de los problemas de salud empiezan en la mente y recomienda la meditación, el yoga o la danza del cuerpo energético para ahuyentarlos.
Ya está acostumbrado a que la gente lo vea como una persona rara que vive de forma salvaje. Él simplemente se siente un ser libre.
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