El último tesoro fenicio
Los restos de la necrópolis hallada en la calle Mármoles, cuya fundación se remonta al siglo VI a. C., plantea un nuevo mapa respecto a los pobladores que habitaron la ciudad en la antigüedad
Lo encontrado en el solar entre las calles Mármoles y Armengual de la Mota, donde la promotora Grupo Pinar se disponía a construir un grupo de viviendas, se mantuvo oculto en el más escrupuloso secreto durante más de un año y medio, así que no podía tratarse de cualquier cosa. Después de que la vigilancia arqueológica constatara la presencia de restos que a su vez apuntaban la posibilidad de hallar vestigios singularmente antiguos, la excavación del yacimiento, dirigida por el grupo arqueológico Nerea, arrancó en noviembre de 2007 y se prolongó hasta junio de 2008. Pero sólo hace poco se dio a conocer lo allí descubierto, en una secuencia que se inicia con restos de una vivienda típica andaluza de los siglos XVI y XVII: una necrópolis de la época feno-púnica cuyas secciones más antiguas se remontan al siglo VI a. C. Entre los restos conservados destaca un hipogeo (bóveda subterránea que se usaba para conservar los cadáveres sin quemarlos) con forma de piel de toro, un ustrinum (o pira funeraria) y tres enterramientos. En uno de ellos se localizó además lo que entre los arqueólogos ha venido a llamarse el tesorillo fenicio: un ajuar compuesto de una serie de piezas de oro, entre ellas varias cuentas de collar, un anillo signatario, pendientes y dos cabezas de carnero. Un verdadero tesoro digno de Indiana Jones que podrá contemplarse en el futuro Museo Arqueológico que podrá visitarse en el Palacio de la Aduana. Actualmente, todo este legado, de importancia decisiva en la historia de la ciudad, se custodia junto al resto de los fondos que compondrán dicho museo.
La secuencia del yacimiento recorre prácticamente todas las civilizaciones que han conquistado Málaga de manera gráfica y especialmente didáctica: entre las casas del siglo XVII y los antiquísimos restos fenicios descansa una fase musulmana, fechada entre los siglos XII y XIII, a su vez encajada en un anterior recinto industrial romano, asignado a los siglos I y II a. C., del que se han encontrado restos de varios almacenes y de piletas de salazón. En cuanto a la necrópolis, además de la extraña aparición del hipogeo de piel de toro (asociado hasta ahora a los altares, pero no a los enterramientos), la coexistencia de sistemas tanto de inhumación como de incineración ha permitido a los arqueólogos hacerse con un completo catálogo de los ritos funerarios que practicó el pueblo más navegante de la Antigüedad.
Pero la importancia de este tesoro fenicio radica no sólo en el valor de los hallazgos que contiene, sino en su ubicación, ya que de alguna forma obliga a replantear el mapa de la distribución de las poblaciones humanas en la ciudad. El yacimiento se encuentra a escasos metros de la Plaza de San Pablo, donde se localizaba una población de indígenas íberos con la que, según la evidencia, los fenicios establecieron intercambios comerciales. La proximidad revela que estos contactos no eran esporádicos, sino que, presumiblemente, gozaban de una cotidianidad diaria. Además, que las fases más antiguas correspondan al siglo VI a. C., poco después de la destrucción de la colonia fenicia del Cerro del Villar y de la inmediata fundación de Malaka, permite aventurar que la ciudad debió crecer en no mucho tiempo bastante más allá del primer asentamiento situado en el enclave de las calles Alcazabilla, Císter y San Agustín. Es decir: aquella plaza que fundaron los viajeros llegados del Líbano pasó en poco tiempo de ser un mero campamento en la costa a ocupar una extensión considerable, que alcanzaba el límite de los dominios íberos en lo que hoy es el barrio de La Trinidad. La frontera, como era tradicional, estaba ocupada por la necrópolis.
De esta forma, extirpadas las distancias entre íberos y fenicios, cabe imaginar la zona como lo que fue el Cerro del Villar, donde los mismos indígenas llegaron a asentarse con colonia propia (como hicieron los griegos) para mantener un contacto diario con los conquistadores y desarrollar así una actividad económica continua. En poco tiempo, ambos pueblos dejaron de considerarse extraños. Cosas de la idiosincrasia malagueña.
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