4.800 historias en busca de identidad
Comienzan las pruebas de ADN a los casi 3.000 restos humanos hallados en el antiguo cementerio de San Rafael · Algunas de las vivencias personales empiezan a conocerse
Cuando Vicente vio a una guapa mujer que pasaba por su lado no se lo pensó ni un momento a la hora de echarle un piropo. Trabajaba como zapatero en la calle Carretería cuando vio a la joven y no dudó en decirle algo bonito. Pero a ella pareció no gustarle demasiado; tanto, que lo denunció a la Policía. Los agentes detuvieron a Vicente y su suerte no hizo más que empeorar: por sus apellidos y su corta estatura lo confundieron con su hermano, El Curruco, con antecedentes en la guerrilla republicana. Fue encarcelado. Y unos días después, en el trayecto que iba de la cárcel hasta el cementerio falleció de un ataque al corazón: sabía que iba camino de ser fusilado.
El de Vicente es el único de los cerca de 3.000 restos mortales exhumados en el cementerio de San Rafael que se ha identificado hasta el momento. Todo coincide: el cuerpo estaba donde un sepulturero había dicho a su familia años atrás y el tamaño del esqueleto también. Ahora puede llegar la confirmación científica. La próxima semana comienzan los análisis de ADN de los huesos encontrados, según confirmó el director de los trabajos, el arqueólogo y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Málaga, Sebastián Fernández. Una ardua labor de la que se espera que, próximamente, sirva para poner nombre y apellidos a muchos otros restos hallados en la considerada como mayor fosa común de represaliados de la Guerra Civil y el franquismo, una necrópolis recuperada tras tres años de excavación.
En Parcemasa, donde han permanecido en cajas numeradas los restos hallados en San Rafael, "ya están acomodando el local" para los trabajos de identificación, según Fernández. Es el turno del equipo del profesor Ignacio Santos, del departamento de Medicina Legal de la Facultad de Medicina de la Universidad de Málaga, que será el que realice los análisis. El año pasado se practicaron las pruebas de ADN a 300 familiares de desaparecidos y es el momento de conseguir nuevos datos para cruzarlos. Pero no será un trabajo nada fácil: ni por el volumen de represaliados, ni por el nivel de descomposición de los restos humanos ni por el hecho de que muchos cuerpos fueran tratados con cal viva, lo que afecta al tejido óseo, según los especialistas.
Una de las identidades que se podrán encontrar serán los de Remigio Hevia Ordiz, un asturiano que debió escapar desde su tierra natal dos veces a Francia. Perteneciente al ejército republicano, en 1941 se decidió a viajar a Málaga para trabajar en el campo, donde entró en contacto con grupos de guerrilleros y, más tarde, con un barbero de Coín. Sus reuniones dejaron claro que hacía falta dotar de mayor fuerza a los compañeros que estaban escondidos en la sierra, así que buscaron armas. El propietario de un taller en la Alameda de Colón consiguió que dos policías le vendieran dos pistolas. Un agente asturiano comenzó la investigación ante la desaparición de las armas y, casualmente, encontró a Remigio en la calle Mesón de Vélez, en el centro de la capital. Lo conocía de confrontaciones anteriores y le encontró una de las armas encima. Tras un tiempo de cárcel, un consejo de guerra sirvió para dictar su fusilamiento, así como otras cinco personas implicadas en el caso, incluidos el barbero y los dos agentes. Todos están en San Rafael.
El responsable de la Asociación por la Memoria Histórica, Francisco Espinosa, lleva en un pen drive un archivo Excel donde recoge todos los nombres que protagonizan historias como la anterior en un listado donde hay en total 4.800 nombres. También sus motes, sus orígenes, su familia, su día de fusilamiento. La lista comienza el 7 de febrero de 1936 y acaba en el año 1954. De 4.500 de ellos ya ha confirmado que sus restos descansan en las fosas de San Rafael gracias a un arduo trabajo de investigación de una década; y aún sigue con fuerzas para investigar la situación de los restantes 300. Son nombres que, prácticamente, se conoce de memoria. "La historia de cada uno es especial y muy particular. Pero todos se cruzan en lo mismo: fueron fusilados por las fuerzas franquistas y sus restos acabaron en San Rafael", explica Espinosa, cuyo objetivo es "que no quede en el olvido todo lo que ocurrió a tantísima gente". Mucho de lo que le ocurrió a esos 4.500 nombres lo conoce muy bien Espinosa, uno de los mayores investigadores de la memoria histórica del país.
Emilio Ferro Moya es otro de esos nombres cuya historia conoce bien este sindicalista ya jubilado. Ferro Moya alcanzó el cargo de teniente armero en el ejército republicano. Al acabar la Guerra Civil, "fue hecho preso en el penal de Burgos hasta que le indultaron y enviaron a Málaga cuando le fue detectada la tuberculosis", relata Espinosa. Vivía junto a su familia en la calle Cabello y en la Alameda de Capuchinos puso una tienda de máquinas de escribir. Pero tras una revuelta de la guerrilla las fuerzas franquistas se lo llevaron al cuartel. La Guardia Civil le inculpó de ser el responsable de infraestructura de la guerrilla urbana "y con sus antecedentes, el final estaba claro", añade Espinosa. Él conoce bien la historia porque se la contó el sobrino de Emilio Ferro, que duda mucho de la versión definitiva encontrada en la documentación franquista: "Muerto en tiroteo en las contadoras, en la sierra de Málaga, junto a otros cinco compañeros: Julián Cano Medina, José González García Ojales, José Jiménez Gámez, Antonio López y González Bastian". Todos acabaron en San Rafael.
También están allí los nombres de 38 presos por vitorear a la República en la brigada 10 de la cárcel de Cruz de Humilladero. Según los consejos de guerra del caso, uno de ellos había servido al ejército de la república y, en su camino por las instalaciones carcelarias, reprochó al Guardia Civil: "Me vais a fusilar por hacer lo mismo que tú haces ahora. ¡Viva la república!" A lo que respondieron todos los que estaban en la brigada 10 con el mismo grito. La investigación acabó con todos ellos fusilados en San Rafael.
Un lugar donde también acabaron muchos de los 26 presos que se fugaron de la cárcel el 1 de mayo de 1946. Lo hicieron a un modo similar al que reflejan películas como La Gran Evasión o Cadena Perpetua. Entre todos, hicieron un túnel que partía bajo una de las camas de la enfermería y llegaba hasta el exterior del centro penitenciario, dejando los escombros en el hueco que había entre el suelo y los cimientos del inmueble. La mayoría de ellos fallecieron en pocas horas o días al ser encontrados por la Guardia Civil y sus nombres quedaron reflejados en el libro La Guerrilla en 1945, de José Aurelio Romero Navas. Entre ellos destacaba el del histórico dirigente del Partido Comunista Ramón Vías.
Algunos de estos y otros muchos nombres tendrán muchos años después un cuerpo aparejado a ellos. Con los análisis de ADN y su cotejo con los datos que se recabaron de 300 de los familiares de fusilados se culminará un trabajo iniciado hace una década por personas que, como Espinosa, habían perdido a sus familiares y conocieron que sus restos se encontraban en el cementerio de San Rafael. Un proceso que tendrá una fecha clave el próximo 7 de octubre, cuando se abordará de nuevo el Parque de la Memoria que los familiares de los fusilados han propuesto realizar en las instalaciones del antiguo cementerio de San Rafael. La antigua necrópolis acogerá un monumento simbólico que reflejará todos los nombres que ahora guarda Espinosa en un archivo excel. Sus historias no deben caer en el olvido.
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