Un mordisco de dragón (1-0)
Liga de campeones
Un Oporto sobresaliente e intenso deja sin identidad al Málaga. Es un resultado duro, pero hizo méritos para más el cuadro.
Algo marcha mal cuando Isco corre y corre persiguiendo sombras. Cuando al Málaga se hace predecible y parsimonioso en cada paso. Cuando a Toulalan le faltan piernas para cortar pases y carreras para fiscalizar adversarios. El Oporto, un señor equipo que hizo un señor partido, sobresaliente en todo menos en cristalizarlo en más goles, trajo un aviso de Champions, de cómo hay que ajustar el pulso en las eliminatorias de la verdad. Otra vez 1-0, como en el anterior viaje a Oporto. Este al menos aún tiene remedio. Se llevaron los de Pellegrini una buena mordida en el lomo. Dolorosa, porque así son los mordiscos de dragón. Pero sólo uno. Tras toda una noche huyendo de sus embestidas, le queda devolverle la afrenta en Martiricos.
Ante los suyos, aunque vaya mérito de los malagueños que estuvieron en Do Dragao. Ahí habrá que devolver la moneda. Si el Oporto convirtió al Málaga en otra cosa que no era el Málaga, al menos a la derrota le adjuntó la receta. Tendrá que hacerle lo mismo que sufrió anoche. Jugar invadiendo el espacio ajeno, empujando al rival hacia su trinchera, una plaza que para ellos es un jeroglífico. No marcó el Málaga a domicilio, pudo haber sido un resultado peor. Habrá que ir alternando esos pétalos en la margarita hasta el 13 de marzo. Ahí queda el gol ilegal, sí, pobre excusa para quien la quiera. El meneo luso fue considerable.
El dragón echó fuego desde el primer momento. Muy abierto, con un dinámico juego de posiciones, hambriento y vigoroso. Como el Málaga de La Rosaleda, pero con la sensación de temblor de tierra en sus avances. Jackson, ojos inyectados en sangre, sembró el pánico en cada acción. En embestidas o regates. Es un búfalo, pero un búfalo que también practica ballet. El delantero del futuro. Sergio Sánchez y Demichelis, con trabajo extra en la oficina, alternaron carreras a ninguna parte con cortes providenciales. Todo porque los del Oporto parecían ser más. Nada por aquí, nada por allá, el balón siempre de ellos. Como el Barcelona, laterales muy arriba, incorporaciones de segunda línea, conquistando el espacio. Una lluvia de flechas. Los de Pellegrini vestían de verde, verde kryptonita a tenor del la mengua en sus poderes. Sintieron lo que suelen sentir su rivales porque no tenían el esférico, su identidad. Lucho y Moutinho se lo repartían. Ni el contragolpe asomaba como alternativa. Si avanzaba uno del Málaga, por la derecha y por la izquierda aparecían guardaespaldas. Y atrás, el aliento en el cogote. Aliento de dragón, un fogón de motivación anoche. Mucho mejor combatía la afición blanquiazul a su rival. Por momentos 3.000 gargantas podían con casi 40.000. Pero como ni Izmailov, ni Otamendi ni Varela acertaron con saber cuál es la llave del candado de Caballero, el descanso llegó como una cueva en la que refugiarse.
El refugio sólo duró 15 minutos. Fuera seguía lloviendo. Un par de tímidos avances amagó con la salida del letargo. Hasta que Moutinho al fin desarmó a Caballero. Volvió a descolgarse Alex Sandro, que acertó cuánto mide el interlineado entre la espalda de Demichelis y los guantes del portero. La brújula blanquiazul definió con clase. En fuera de juego. Sucedió lo que se había mascado durante casi una hora. Ahora tocaba hacer un partido inteligente, afrontar por primera vez un partido de Champions sin ir abajo. No rasgarse, no apocarse. No ennegrecer la eliminatoria por un ataque de pánico.
Pellegrini, desesperado, cambió a Portillo por Joaquín. Siguió Santa Cruz pese a su noche negra. Pereira repostó sus extremos parfa mantener la voracidad. Victoria táctica. James Rodríguez y Atsu en un breve lapso para seguir martirizando por banda. El colombiano chutó en cuanto entró. El Málaga seguía sin respuesta. La continua sensación de vértigo cambió por amenazas de latigazos selectivos. A Santa Cruz no le cayó un rechazo a los pies de la única manera en que podían ver a Helton de cerca, a balón parado. Pero nada. El Ingeniero volvió a mirar su chistera, si bien no sacó el conejo. Piazon por Baptista, búsqueda de musas; Camacho por Iturra, no fuera que el chileno viera la segunda amarilla. Ninguna locura, pieza por pieza. Con la mente puesta en no facturar una tragedia en el aeropuerto.
Llegó el tramo final, escenario donde miedo y personalidad juguetean. El Oporto con más méritos que ventaja, el Málaga haciendo de funambulista entre el gol que le diera un vuelco a la eliminatoria o la pusiera en chino. Movió más la impotencia a los de Pellegrini, que veían un barranco en el campo del Oporto. Seguía sin haber noticias de la actividad entre líneas. Sudores fríos recorren al equipo cuando se parece más a un maniquí que a un bumerán. Ahí acabó todo. Sin más tribulaciones, sin remedio alguno. Vivos aún.
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