Sin puntos, con orgullo (2-1)

Sevilla-Málaga

El Málaga completa un gran choque en Sevilla con el asterisco de encajar dos goles en dos minutos La segunda mitad fue un monólogo blanquiazul

Foto: Antonio Pizarro
Foto: Antonio Pizarro
José L. Malo Málaga

16 de enero 2016 - 13:58

Queda en el paladar ese mal trago de que el Málaga fue un agujero negro en dos minutos y por ahí se le esfumaron los puntos. Y en el estómago la bilis de Estrada Fernández, ante el que podría elaborar un pliego de quejas, con razón, por su calamitoso arbitraje. Pero eso es solo el embalaje del partido. Dentro queda que el equipo ofreció pasajes buenos y y pasajes muy buenos ante un Sevilla que se vio ganador y perdedor de una parte a otra. Muchas recompensas vienen de vuelta. Raras veces un aficionado está contento con sus jugadores en la derrota. Ayer, hoy, es de esos días. Puede sentirse orgulloso el malaguista pese a volver de vacío del Sánchez Pizjuán.

Trasciende, sobre múltiples aspectos de un encuentro denso, intenso y entretenido, la sensación de madurez que emitió el Málaga, más allá del error infantil con el que Gameiro quebró la igualada. Es inadmisible a estos niveles que un saque de falta rápido de un central desde campo propio pille a la zaga dormida y un delantero entre con placidez por el área para definir al primer toque. Asumiendo ese estacazo llegó ipso facto el segundo de Gameiro, que parecía sentenciar.

Ahí la queja estribó en el codazo de Vitolo a Boka con el que se inicia el posterior contragolpe imparable. Sin embargo, este Málaga es otro. Ni había merecido irse 2-0 al descanso ni se descompuso después. Y ahí se pudo detectar el nivel de solidez alcanzado. Porque el buen arranque y posicionamiento hasta ese doblete exprés del galo podía achacarse a la motivación con la que siempre salta el equipo a Nervión. Luego se pudo ver que había algo más. Cualquier otro contendiente habría bajado los brazos frente a un Sevilla que está al alza y que sumaba ocho triunfos seguidos en su casa. De hecho, cuando muchos apostaban por la goleada en contra, emergieron unos jugadores valientes y un entrenador inteligente. Javi Gracia le fue ganando la partida a Unai Emery en el carrusel de cambios y de decisiones tácticas y, sin darle tiempo a preguntarse por qué, el Sevilla se vio pegado contra el muro de su área. Viéndolas venir ante las acometidas de un equipo que pese a la diferencia en el marcador atacó de manera sosegada e inteligente, moviendo el balón de una banda a otra gracias a la confianza con la que Chory Castro ha entrado en el once y al despliegue infinito que hace Rosales por su carril. Es comprensible que el aficionado se desespere con esos centros que no encuentran destino, pero pocos laterales tan elásticos hay hoy en día en la Liga; su físico es privilegiado.

De pronto, el aficionado del Sevilla empezó a temer por el triunfo con razón. El desasosiego crecía en las jugadas a balón parado, fruto de que el equipo dio un paso al frente, empezó a presionar más arriba y a forzar muchas faltas en zonas peligrosas. En una de ellas llegó otro compendio de buenos ratos: la jugada de pizarra con los viejos roqueros, Duda y Weligton a la guitarra y el bajo, y Charles, que ha aprendido a frotar la lámpara con continuidad. Sólo un delantero que se siente enrachado es capaz de alojar en las redes la prolongación del central brasileño, con el don de la oportunidad propio de los besados por el gol. Ocho lleva. Valen para canjear que nunca bajó los brazos ni abandonó su metodología cuando algunos lo empujaban al geriátrico en los peores momentos.

Los senderos empezaron a cerrarse hacia el empate. Emery se asustó, todo el sevillismo en general, y el Sevilla se puso nervioso. Iborra fue la primera víctima de ello. Salió a jugar para apuntalar la zaga en el 64, en el 81 vio la primera amarilla y en el 83 la segunda. Otro guiño para el 2-2. Sin embargo, con uno más y terreno expedito para la machada, al Málaga le entró prisa por igualar y empezó a colgar más balones y a perder algo de criterio en la combinación. Cierto es que Santa Cruz estaba ya en el campo por un Amrabat voluntarioso aunque sin punch, pero con un poco más de temple habría llegado alguna ocasión más peligrosa de las que hubo en el tramo final, más merodeo que otra cosa. Para colmo de males, llegó otra expulsión súbita, la de Boka, que cortó una contra en falta y en el saque de esta vio la segunda. Justicia aparte de las dos amarillas, se fue a los vestuarios con un pómulo evidentemente hinchado y empuñando en primera persona el cabreo colectivo de los malaguistas con un Estrada Fernández que tampoco vio un claro penalti a Weligton en los primeros minutos de choque. No obstante, el catalán no debe ser el último recuerdo del encuentro, en el que quedó hecha añicos la racha de siete jornadas invicto pero se fortaleció el esqueleto y el alma de un Málaga fénix.

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