Principiantes en el olvido

Una escena de 'El ilusionista', de Chomet.
Una escena de 'El ilusionista', de Chomet.
Simón Cano Le Tiec

31 de octubre 2011 - 05:00

Francia, 2011, Animación, 76 min. Dirección: Sylvain Chomet. Guion: Sylvain Chomet y Jacques Tati. Música: Sylvain Chomet. Cines: Albéniz.

¿Amor o compasión? Ya no es sólo mirar ambas respuestas, sino entender cómo Jaques Tati quiso definir su obra, en términos generales. O más bien, cómo comprendería cualquier espectador los actos de su protagonista. Más de uno arremetería contra la falta de humanidad del ilusionista, y alguno que otro se emocionaría cuando observase que todos somos humanos cuando queremos. Es más que curiosa la manera en la que su protagonista da la espalda a su humanidad, hasta que no puede más; alguien que vive para olvidar. De ambas maneras se entiende que la magia es un telón de fondo; una historia absorbente y emotiva se teje tras ella, y su color parece ser cada vez más claro, a medida que el metraje se desarrolla. Si esta vodevilesca proeza del cine de animación muestra algún sentimiento, lo hace como un acto de frialdad, intenso, casi perpetrado desde la oscuridad. Pero Sylvain Chomet logra que este gesto, triste e hiriente, se convierta en un cautivador ensayo sobre los altibajos de la alegría.

Ante lo majestuoso de sus imágenes, podemos contemplar la viva imagen de la europa de la post-guerra. Las rarezas de sus personajes ya se alejan del triste mal presagio que casi se los lleva por delante. En algunos momentos, arroja algo más de realismo a la cinta, no repentino, sino pausado, escalando en la profundidad de la sociedad de la época, y muy lejos de representar un festejo carnivale, por muy poco no muestra las extasiadas noches en los burdeles franceses, pero, por suerte, no es un proyecto de los desquiciados surrealismos de Luc Besson. Además de ser muchísimo menos convencional que las visiones atemporales de Guy Ritchie (Sherlock Holmes) y Christopher Nolan (El truco final), El ilusionista se reserva el despliegue de su talento en la esencia de la animación, convirtiéndose así en un atractivo retrato social y humano, que busca acabar su legado, con la clase de Tati: da igual que olvidar sea culpa del amor o de la compasión; todos somos principiantes a la hora de olvidar.

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