En la última frontera del Imperio
historia Una mirada al esplendor del pasado
Juan Eslava Galán publica 'Ciudades de la Bética', un recorrido en clave divulgativa por las huellas vivas de la civilización romana en el sur de la Península Ibérica que presentará en Málaga el próximo martes
Asegura el escritor Juan Eslava Galán que las verdaderas raíces de Andalucía "son más romanas que árabes". Una demostración evidente de este axioma es Málaga: aunque el periodo latino fue más breve en comparación con el musulmán, la definición que Roma hizo de la ciudad in situ ha perdurado con mucha más notoriedad que lo que califas, almohades y nazaríes practicaron después. De hecho, Málaga vivió entre los siglos I y III de nuestra era un esplendor que no ha recuperado jamás: pruebas de ello son la Lex Flavia Malacitana, que garantizaba a la villa una independencia y determinados privilegios sólo compartidos por las urbes más selectas del Imperio, y el Teatro Romano, uno de los más importantes de la Bética. Pero este esplendor fue sobre todo comercial; de alguna manera, Málaga revirtió en Roma todo lo que durante los tres siglos anteriores había recibido de los colonizadores mediterráneos, principalmente fenicios, aunque también griegos y egipcios: desde este rincón se exportaron a los puertos principales del Mare Nostrum notables cantidades de garum, vino, aceite, uvas pasas y otros productos agrícolas. Al mismo tiempo, una expresión cultural tan señera como los verdiales hunde sus raíces en las saturnales romanas. Esta influencia benefició a buena parte de las localidades cercanas, por lo que la provincia de Málaga es igualmente rica en testimonios de la antigua Roma, desde Cártama a Acinipo pasando por Antequera. Ahora, el mismo Eslava Galán acaba de publicar el libro Ciudades de la Bética, un recorrido por las huellas de la civilización romana en el sur de la Península Ibérica que la Fundación José Manuel Lara lleva a las librerías a través de su colección Ciudades andaluzas en la Historia. El lanzamiento brinda así una oportunidad de oro para rememorar el poderío de Roma desde el presente, también desde la singularidad de Málaga, en la que la res latina se dio con jugosa propiedad.
Para sus Ciudades de la Bética, Eslava Galán (que presentará esta obra el próximo martes día 20 a las 20:00 en el Museo del Patrimonio Municipal, en el Paseo de Reding, en un acto organizado por el Instituto Municipal del Libro) adopta un tono decididamente ilustrativo y pedagógico. Con este fin toma nota del mejor maestro posible en estas lides, Platón, al proponer una estructura en forma de diálogo. El libro presenta a dos protagonistas bien definidos, ambos amantes de la arqueología: Bonoso y su huésped escocés Angus. Los dos se proponen visitar las antiguas ciudades de la región romana que bebió de las fuentes del Guadalquivir en busca de historia, arte, costumbres, cultura, gastronomía, mitología y otros muchos sellos de la civilización cuyos orígenes Virgilio trazó en la Eneida. Su conversación es el instrumento que el autor emplea para hacer partícipe al lector de sus conocimientos, nunca a la manera enciclopédica ni académica, sino, según el ejemplo de Montaigne, con la complicidad del amigo cercano. Las numerosas ilustraciones hacen de Ciudades de la Bética, también, un volumen apto para ser compartido en familia. La odisea andaluza de Bonoso y Angus los conduce por Híspalis (Sevilla), Itálica, Baelo Claudia (Bolonia), Acinipo (Ronda la Vieja), Carmo (Carmona), Astigi (Écija), Urso (Osuna), Malaca (Málaga), Gadir (Cádiz), Cástulo, Carteia y Corduba (Córdoba). Un paisaje que emerge a través de dos milenios de supervivencia y olvido para significar hoy.
Advierte Bonoso que la asimilación de las ruinas de Acinipo como Ronda la Vieja es errónea, "porque Ronda ya existía, a veinte kilómetros de aquí, y se llamaba Arunda. Otra cosa es que la decadencia de esta ciudad ayudara al crecimiento de la otra, como suele suceder". Y continúa: "Aquí hubo una primera población en la Edad del Bronce porque se han encontrado vestigios de las consabidas cabañas circulares. Después fue un poblado ibérico de cierta importancia y finalmente la ciudad romana que vivió su apogeo a finales del siglo I, y decayó a partir del siglo III. O sea, la secuencia acostumbrada. La ciudad está sin excavar, mayormente, pero ya ves que afloran lienzos de murallas como éstas que ves". Tras advertir de los estragos a los que los expoliadores han sometido el entorno, Bonoso se detiene en el teatro y explica a Angus con detalle: "Es uno de los mejor conservados de la península. Ya ves que aquí el terreno se hace más pino, lo que le vino de perillas al arquitecto porque sólo tuvo que excavarlo en la roca madre y con la piedra extraída levantó la escena. Dos pasillos horizontales situados a distintas alturas (praecinctiones) dividían el graderío en tres sectores (caveae): el de abajo, para la gente más importante (ima cavea), el central para los de medio pelo (media cavea) y el gallinero para los más pobres (summa cavea). Todo picado en la roca caliza".
Pero más jugosa es, si cabe, la exposición que hace el mismo viajero sobre el teatro en tiempos de Roma: "Los romanos fueron grandes aficionados al teatro, un préstamo cultural que heredaron en parte de los griegos y en parte de los etruscos, aunque eran más dados a la comedia bufa que a la tragedia solemne y casi sacramental de los griegos. En eso se nota la influencia de las satura etruscas, unas sátiras escenificadas de mucha aceptación popular. Luego desarrollaron una fabula palliata, más seria (de pallium, el vestido griego) y otros subgéneros arrevistados como la tabernaria, con diálogos casi zarzuleros empedrados de dobles y triples sentidos, casi siempre de temática sexual, que hacían que la gente se partiera de risa, ese punto cáustico que dieron en llamar italum acetum, o sea, vinagre itálico". Y remata: "La cosa se remedió en cuanto llegó el cristianismo con las rebajas y acabó con el teatro. En adelante, sólo iglesias y catedrales, como debe ser".
Otro capítulo importante es el dedicado a la distribución comercial de productos agrícolas desde puertos como el de Málaga hacia todo el Mediterráneo. La Bética se vio especialmente beneficiada en este sentido por la Annona, la seguridad social romana, por la que "los emperadores se aseguraban la lealtad de la plebe urbana mediante repartos gratuitos de alimentos y con espectáculos públicos", según el lema panem et circenses. Este beneficio se incrementó a partir de Adriano, cuando la Annona, que hasta entonces había consistido únicamente en raciones de trigo, comenzó a incluir el aceite. Bonoso continúa la argumentación: "Roma tenía entonces y millón y medio de habitantes. Aunque a cada romano sólo le correspondieran unos doce litros al año, la cantidad era considerable. El caso es que entre los siglos I y III el aceite bético ganó tal reputación que se hizo imprescindible en Roma. A Marcial le parecía que era insuperable y Plinio admitía que sólo lo igualaba el de Istria, una comarca entre Italia y Serbia. Casi toda la cosecha se transportaba por vía marítima en ánforas olearias desechables. Ese comercio originó una industria de envases cerámicos. A lo largo del Guadalquivir y el Genil se han encontrado unos ochenta alfares fabricantes de ánforas y ocho puertos fluviales para el embarque del aceite".
No menos atractivas son las lecciones sobre la vida doméstica ("Todo ciudadano medianamente acomodado aspiraba a una domus servida por, al menos, media docena de esclavos. Solían ser edificios cuadrangulares, de dos plantas, sin ventanas a la calle, en los que las estancias se abrían a un patio central columnado del que recibían luz y ventilación") y los copiosos banquetes, con toda su liturgia y sus menús descritos con eficaz rigor. Algo, mucho, de aquella vida perdura en estas penumbras.
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