"Ahora escribo sabiendo que no tiene importancia"

Ednodio Quintero. Escritor

Candaya prosigue la edición de las obras del autor venezolano con 'Ceremonias', una selección de sus cuentos aparecidos entre 1974 y 1993.

El escritor Ednodio Quintero (Trujillo, Venezuela, 1947).
El escritor Ednodio Quintero (Trujillo, Venezuela, 1947).
Pablo Bujalance Málaga

15 de noviembre 2013 - 05:00

Atiende un amable Ednodio Quintero (Las Mesitas, Trujillo, Venezuela, 1947) al teléfono sentado en una plaza. El clima español le resulta en esta época del año demasiado frío, pero se expone a la inclemencia, a pesar de la afonía, con senequiano estoicismo. El escritor ha vuelto a cruzar el charco para presentar Ceremonias, un volumen que recoge una selección de sus cuentos publicados entre 1974 y 1993 (y que sigue a Combates, publicado en 2009 con una representación de su producción de relatos posterior) con el que la editorial Candaya mantiene su lucha contra viento y marea para divulgar aquí su obra. Ednodio Quintero es uno de los escritores más geniales, sorprendentes, ricos y admirables en lengua española. Su magisterio ha sido ya ampliamente reconocido en Venezuela y buena parte de Latinoamérica, así como Francia y otros territorios europeos. España todavía tiene que saldar no pocas cuentas con su obra. Por nosotros, que no quede.

-¿Qué queda del Ednodio Quinterio que escribió los relatos ahora incluidos en Ceremonias?

-Casi nada. Ten en cuenta que hay cuentos que fueron escritos hace 44 años. Sin embargo, tengo que decir que al volver a leerlos ahora para esta edición me llevé una grata sorpresa. La persona que los escribió lo hacía muy bien, y me alegra comprobar que ahora vuelve a firmar sus libros. Hice una selección de 45 cuentos de entre más de 70, con criterios muy personales. Y estoy satisfecho.

-La influencia de Borges es más notoria que la que se percibía en Combates. ¿Uno se va deshaciendo de sus maestros conforme pasa el tiempo?

-Sí, es verdad que Borges está muy presente en estos cuentos. Pero lo está más aún Cortázar. Hay uno de los relatos, El paraíso perdido, que puede considerarse una reescritura de La isla a mediodía. De eso me di cuenta cuando ya lo había acabado, pero tampoco le di importancia. Uno aprende a escribir como a hablar, imitando a sus padres. Aunque luego cometa algún parricidio necesario. Eso fue lo que me pasó con Borges.

-A Pierre Michon le preguntaron una vez cuál era su padre literario y él respondió que Faulkner. Cuando le replicaron que su escritura no tiene nada que ver con Faulkner, él contestó: "Precisamente por eso. Es mi padre, y no quiero parecerme a él".

-Sí. Yo podría decir lo mismo de Kafka. Aunque no sería para mí exactamente un padre. Tal vez un padrino, o un tío lejano que anda por ahí. Lo que ocurre es a partir de cierta edad uno acusa menos las posibles nuevas influencias. Resulta más difícil encontrar una lectura sorprendente.

-Recuerdo que en una entrevista anterior hablamos sobre Beckett, al que usted conoció en París, y al leer Ceremonias he encontrado esta cita expresa del irlándes: "La costumbre es el hábito que encadena al perro a su vómito".

-A Beckett sí lo tengo todavía muy presente. Siempre. Últimamente le doy muchas vueltas a otra frase suya, para mí fundamental: "Cuando escribí Molloy, y todo lo que vino después, no escribí más que estupideces". Cada vez pienso más de esta manera. Ahora ya escribo sabiendo que lo que hago no tiene importancia alguna.

-¿Se trata tal vez un síntoma de madurez? El primero que se dio cuenta de eso fue Sócrates.

-No, tiene más que ver con la libertad. Todavía no tengo claro qué dejaré escrito en mi epitafio, pero me gusta mucho el de Nikos Kazantzakis, al que por cierto le debo una visita: "No creo nada. No espero nada. Soy libre". De eso se trata. Ahora mismo estoy sentado en una plaza, conversando con una persona amiga, hace un poco de frío pero estoy a gusto. Y eso es lo que importa. La literatura ocupa en mi escala de intereses el segundo lugar, o el primero.

-¿Les ha pesado a los escritores latinoamericanos de su generación la etiqueta del Boom, especialmente a quienes la rehuían?

-A mí no me ha pesado nunca. De hecho, yo sigo leyendo a escritores del Boom. Quizá habría que relativizar la importancia que tuvo aquello. A Onetti, por ejemplo, se le conoció en España no a causa del Boom, sino porque se instaló aquí y fue muy bien recibido. Incluso le dieron el Cervantes, pero antes de venir prácticamente no existía, a pesar de que ya había escrito sus obras más reconocidas. El Boom contribuyó también a divulgar a otros escritores como Alejo Carpentier, pero no dejó de ser un fenómeno asociado a otros de su época como el Mayo del 68, y como tal fenómeno no podía sostenerse, por más que muchos después lo imitaran. Pero a un escritor que tiene una vocación propia y bien definida, esas cosas no deberían afectarle. Recuerda el caso de Néstor Sánchez, el fabuloso escritor argentino. Julio Cortázar intervino para que se publicara su obra en Francia y se tradujeron al francés cuatro de sus libros. Pero aquello no sirvió de nada: Néstor Sánchez murió y hoy sigue siendo un desconocido tanto en Francia como en España.

-Sus cuentos se mueven entre la crueldad más violenta y la ternura más conmovedora. ¿Ha llegado a alguna conclusión sobre qué diantre es el ser humano?

-Es una pregunta difícil. Lo que yo intento es hacer que la conciencia hable, dejar por escrito un registro de una experiencia determinada de vida, que es la mía. En mi obra están las personas que he conocido, los libros que he leído y las películas que he visto.

-¿Y no le preocupa lo que pudiera llegar a decir la conciencia?

-No, porque lo que yo diga quiero dejarlo registrado sin ningún tipo de censura. Mi idea de conciencia es distinta a la de San Agustín, es más racional, no se preocupa por la trascendencia. Sólo tengo una noción clara de esta vida.

-Usted ha publicado relatos y novelas. ¿Se siente más deudor de un género que de otro?

-Dejé de escribir cuentos en 1998. Pero he seguido escribiendo novelas desde entonces. La última la he publicado este año. Ahora, sin embargo, escribo una narrativa que se parece algo a la novela, pero que no llega a serlo. Intento superar los géneros, escribir sin que la obra tenga necesariamente que estar vinculada a una etiqueta. Lo que ocurre, claro, es que siempre es más fácil escribir algo bajo una determinada etiqueta. Eso simplifica mucho las cosas. De todas formas, no sé escribir poesía.

-No obstante, ¿ser narrador es su mejor forma de ser poeta?

-Eso espero.

-¿Cómo se lleva con el libro electrónico y los nuevos formatos digitales de lectura?

-La tendencia al uso generalizado de la tecnología es inevitable. No se puede ir contra eso. No sé hasta cuándo durará el libro en papel, pero lo cierto es que la tecnología permite disfrutar de una mayor libertad para escribir, así que es inútil pretender poner coto a esa libertad. Yo leo mucho en pantalla cosas que no son literatura y para ésta prefiero el papel, sin duda, pero no soy ortodoxo. Cuando voy por ahí de viaje con mis maletas llenas de libros y veo a alguien con su pequeña pantalla lo entiendo perfectamente, desde luego.

-Por cierto, ¿por qué recelan tanto los agentes de las aduanas en los aeropuertos de una maleta llena de libros?

-Tiene una explicación: los libros tienen una forma demasiado compacta. Son sospechosos. Y además, hay mucha gente analfabeta.

-Después de Ceremonias, ¿cuál de sus libros le gustaría ver publicado en España?

-No lo sé. Lo que sí tengo claro es que seguiré en Candaya. El trabajo que hacen me parece una hazaña, y con mucha calidad. Ni siquiera tengo agente, así que todo sale con ellos de manera natural. Por lo demás, mi tarea consiste en escribir. No me planteo conquistar el mercado español, ni el chino. Sólo morir con las botas puestas.

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