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Si uno lee un poema como el que sigue: "Vacío mi mente / de piruetas cósmicas / y asuntos terrenales. / Ya no me queda nada. / Sólo felicidad", con toda la razón de su parte adjudicaría semejantes versos a un poeta en eso que llaman plenitud de la madurez. Pero no, Utopía, que así se titula el poema, forma parte de Buda en el Bolshoi (Ediciones en Huida), el primer libro de Álvaro Campos Suárez (Málaga, 1981), que mañana jueves presenta a las 19:30 en el Centro Andaluz de las Letras de la mano cómplice de Rafael Ballesteros. El año pasado, Campos Suárez publicó la plaquettetrEnes en la cordobesa Colección Año XIII, y ya adelantó una docena de los poemas que ahora se presentan reintegrados en su matriz primigenia. Y, de entrada, cabe subrayar que pocos debuts han resultado en los últimos años tan prometedores, deslumbrantes y cargados de razones.
Campos Suárez, como habrán adivinado, es hijo del grandísimo escritor Juan Campos Reina (Puente Genil, 1947 - Málaga, 2009). Así que asistimos aquí a una aventura literaria exquisita, hecha de estirpe, memoria y herencia, por más que Campos Suárez exhale una singularidad a prueba de moldes, por encima incluso de la abrumadora influencia que durante tantos años ha tenido en casa. El poeta señala que la mayor parte de los poemas incluidos en Buda en el Bolshoi fueron escritos a partir de 2009, "tras la muerte de mi padre, un poco a modo de catarsis". Pero ya en los primeros esbozos, por más que fuera mucho lo que quisiera contar, hizo Campos Suárez de la pulcritud, el vacío, la contención y el silencio su principal seña: "Pienso mucho en el poema como en una joya, y en la escritura como en algo parecido a la orfebrería. José Ángel Valente decía que la poesía obedece más a una retracción del lenguaje que a una expansión, y creo en el valor de decir lo que quieres en la mínima extensión posible, por más que a veces, sin remedio, el poema pida más cuerpo". Y esta opción por la miniatura y por el detalle (Campos Suárez asiente cuando se le compara su libro con un jardín chino) se corresponde con una intuición poderosamente proclive a la estética oriental: abundan los pasajes contemplativos, las voces sosegadas, las conexiones con presencias invasoras desde una actitud de aceptación, sin llegar a esperar, necesariamente, nada. La estructura del libro tampoco deja muchas dudas al respecto, con secciones que suben desde el Luto hasta la Iluminación, pasando por el Aprendizaje y el Ascenso. El poeta malagueño no descarta en esta cuestión una noción de "camino hacia el Nirvana", personificada en alguien que trasciende los propios límites del autor.
Y es que uno de los signos más originales de Buda en el Bolshoi es su estrategia del manuscrito encontrado, a la que recurrieron Cervantes y Fernando de Rojas entre otros. Campos Suárez acude a un heterónimo (llamado, no sin descaro, Fernando de Pessoa) que, en la introducción del libro, revela que éste "fue hallado en una cárcel secreta en Iraq, en el marco de la retirada de las tropas estadounidenses a finales de 2011. Yacía sobre un camastro con la firma de su presunto autor, un profesor de Estética de ascendencia andalusí acusado por la CIA de la organización de una célula terrorista en el sur de España". El autor imaginado, cual Arcipreste de Hita, escribe en su prisión para mantener intacta la forma de su libertad; y esta estrategia sirve a Campos Suárez para escribir sobre su propia ascensión, desde ciertas prisiones íntimas hasta la iluminación final. De este modo, el yo con el que el poeta impregna algunos versos, recurriendo incluso a sus apellidos, no entra en contradicción con la voz primigenia perdida en la Historia ni con el intermediario que rescata la obra. Como si, de nuevo desde un paradigma oriental, la mejor manera de encontrarse a uno mismo fuese en los otros.
En Buda en el Bolshoi acontecen así el amor, la justicia social, la naturaleza y un perfilado tono metapoético. "Todo cuenta", dice Campos Suárez. También el padre: "Sentado en el mirador junto a mi padre / escucho el ruido apacible del tractor / y la sonata del molino viejo (...) / Luz brillante y cegadora. / Campos eternos". Intacto aún, como la libertad.
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