Homenaje a un octópodo histórico

El pulpo gigante que corona las excavaciones de calle Alcazabilla recuerda a un animal auténtico, de enorme tamaño, que aterrorizó la zona en el siglo I y que salía a la playa para devorar los salazones romanos

Monumento al pulpo descomunal devorador de 'garum' que puede verse en calle Alcazabilla.
Monumento al pulpo descomunal devorador de 'garum' que puede verse en calle Alcazabilla.
Pablo Bujalance / Málaga

13 de julio 2008 - 05:00

La historia de las ciudades no sería la misma sin sus monstruos, y Málaga no podía ser menos. Algunos, como el vampiro del Molinillo y los fantasmas de la antigua casa de socorro de calle Ollerías (cuyo inmueble ocupa hoy el Centro Cultural Provincial) forman parte de la sabrosa mitología local, pero otros cuentan a su favor con una rigurosa documentación objetiva. Uno de ellos acaba de servir de modelo a un curioso monumento que puede verse estos días en calle Alcazabilla, como corona de las excavaciones arqueológicas que se ejecutan actualmente en el entorno del Teatro Romano. Se trata de un pulpo descomunal que aterrorizó a la ciudad en el primer siglo de nuestra era y que salía del mar a la playa (la línea costera se encontraba entonces en la misma calle) cada noche a devorar los salazones romanos en los que se fabricaba el garum, luego exportado a todo el Mediterráneo. Todo un ladrón de largos tentáculos.

Las desventuras de la criatura las contó en su época el cronista local Trebio Nigro, quedaron posteriormente recogidas por el historiador Plinio y ahora acaban de ser recuperadas para la exposición Un centro con historia, que recoge una colección de fotografías antiguas a la vera de las excavaciones, justo debajo del monumento en cuestión. Fue durante el proconsulado de Lucio Luculo en la Bética cuando, según Plinio, "había un pulpo gigante que acostumbraba a salir del mar hacia las piletas acabando allí con los salazones". Hartos de las continuas pérdidas, los pescadores plantaron los obstáculos de que disponían para atrapar al bicho: "Se le pusieron por delante unos cercados, pero los saltaba por medio de un árbol, y no se le hubiera podido atrapar si no llega a ser por el olfato de los perros. Lo rodearon cuando volvía de regreso por la noche y los guardas, al despertarse, se aterrorizaron por algo tan excepcional. A ellos les parecía que luchaban contra un monstruo, pues espantaba a los perros con su bufido terrible, azotándolos con sus tentáculos o golpeándolos con la parte más fuerte de sus brazos a modo de mazas; a duras penas se pudo acabar con él tras múltiples arponazos".

Afortunadamente, Trebio Nigro dejó una completa descripción del animal: "Su tamaño era insólito y su color como untado en salmuera, con un olor de espanto. Después de su captura, le mostraron a Lúculo la cabeza, del tamaño de un tonel con quince ánforas de capacidad; las barbas, que apenas podían abarcarse con los brazos, estaban llenas de nudos, con sus ventosas de una urna de capacidad, como calderos, y asimismo los dientes. Sus retos pesaron 700 libras". Es de suponer que la sola visión de semejante fenómeno, aparecido en la noche, espantara al más pintado. Así lo recoge Plinio: "¿Quién se hubiera podido esperar un pulpo en aquel lugar o conocerlo de tal guisa?".

Hoy cabría tomar estas asombrosas dimensiones con cierto escepticismo para acercarse más a la verdadera presencia del monstruo. El pulpo, habitual en todo el Mediterráneo, puede llegar a medir un metro y pesar diez kilos; de manera excepcional, algunos ejemplares pueden llegar a alcanzar los tres metros, con brazos de dos metros de largo y un peso de 25 kilos, pero sólo en las grandes profundidades. El pulpo común habita en fondos rocosos y arenosos, desde la superficie hasta los cien metros de profundidad.

Los restos del pulpo que presenta Trebio Nigro tendría un peso de casi 230 kilos (la libra romana equivale a 327,45 gramos). En cuanto al volumen de la cabeza, las quince ánforas representarían unos 393 litros (el ánfora romana, como medida standard, equivalía a 26,25 litros). Resultaría difícil dar credibilidad a estas coordenadas e imaginar un auténtico King Kong salido del mar en plena playa, deshaciéndose de los perros como si fuesen mosquitos. Lo que sí puede aceptarse plenamente del caso malagueño es el hábito nocturno del animal, que empleaba la oscuridad para salir y podía desplazarse por la arena con sus tentáculos.

El peligro que temían los pescadores de entonces no resultaba baladí: con su boca, similar al pico de un loro pero mucho más resistente, el pulpo puede triturar las más perfectas defensas de crustáceos y de los bivalvos. Acercarse a una criatura gigantesca de estas características, dotada con tentáculos armados de poderosas ventosas, podía significar la muerte.

Málaga tiene, en fin, un monstruo que sumar a su galería en caso de que aún no haya ocupado en la imaginería urbana el lugar que le corresponde. Tan imponente tamaño bajo la luz de la luna remite a los grandes clásicos de la ciencia-ficción, así que también en esto la ciudad puede considerarse pionera. Y si no, siempre podremos entonar la famosa canción de The Beatles que quedara para la posteridad en la voz de Ringo Starr: "I'd like to be / under the sea / in an octopus's garden / in the shade".

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