Así se resucita 'Berlin'
La arqueología musical es una de las nuevas modas de una industria discográfica moribunda y esclerótica. Este fenómeno nos está dando reediciones ampliadas de álbumes añejos y conciertos en los que se repasa de principio a fin un trabajo clásico -desde Sonic Youth a Roger Waters, casi todos han caído en la tentación-. Lo segundo se ha hecho ya tantas veces en los últimos cinco años que ya no parecía posible que una de esas actuaciones alcanzara el status de histórica. La pasada noche del lunes, Lou Reed (Long Island, Nueva York, 1942) lo logró, y fue en el malagueño Teatro Cervantes. El ex The Velvet Underground resucitó Berlin (1973), que en su día supuso para él una pesadilla y un suicidio comercial.
En Málaga, en lo que fue el final de su gira europea y su única cita con España -canceló las representaciones de San Sebastián, Gerona, Madrid y Benidorm-, Lou Reed apareció con una gigantesca camiseta roja, unos vaqueros y su ya clásica cara de palo. A su alrededor, como piezas de un hermoso montaje teatral, estaban Mike Rathke, Steve Hunter, Fernando Saunders, Tony Thunder Smith, un coro infantil y seis miembros de la Metropolitan Orchestra. Antes, como maestro de ceremonias, apareció Hall Wilner, quien explicó lo que iba a suceder -un subrayado elegante para magnificar lo que, en principio, sólo era un concierto de rock-. Tras los aplausos llegó el silencio y, luego, la música.
Un ligero retazo de Sad song, con las inocentes voces de los niños, abrió la Caja de Pandora, de la que saldría Berlin, la canción. Éxtasis. La fórmula funcionaba, la música era la del disco, pero amplificada, viva, resucitada por las sabias manos de Ezrin, Willner y Reed, con unos arreglos grandiosos pero no huecos. En estricto orden, salvo por la inclusión de un tema que no apareció en el álbum en el lejano y vicioso 1973, Berlin, el disco, fluyó durante algo más de una hora delante de un público sorprendido. El milagro era real.
Con Lady day ya era un hecho, Berlin estaba vivo. Lou Reed nunca ha cantado mucho, lo suyo es más el pausado recitado. Pero en 1973 aún se esforzaba, no así en 2008. Ya lo sabíamos, y él también, así que las canciones estaban ligeramente adaptadas a su anárquico fraseo, su deseo de escupir las palabras o de susurrarlas, jamás de cantarlas.
Lo que sí es del gusto de Reed es agarrarse a una nota con su guitarra y no soltarla. Y en Málaga lo hizo varias veces, con mucho volumen en su ampli e incluso con una sonrisa, sabiendo que su pose de guitar hero no es lo que se espera de él. Porque su Berlin de 2008 es rock, pese a que no renuncie a coros, trompetas y violines -maravillosos en Caroline says, por ejemplo-.
Entre tanda de aplausos y clímax final de cada canción -es la apuesta de este montaje: llevar al máximo cada tema, convertir todo en momentos álgidos-, la banda demostró que no sólo era la suma de grandes talentos sino que se entendían como grupo. Aparentemente, Steve Hunter llevaba el mayor peso del concierto, pero era en los subterráneos donde estaba el corazón: en el bajo de Saunders y la batería de Smith, motor de todo lo que allí pasaba.
Las mayores explosiones fueron las de How do you think it feels y Sad song -brutal final, delicado pero aplastante e hipnótico-, pero la emoción arrebatadora -se pudo sentir el llanto de parte del público- la pusieron The kids y The bed. Sí, como en el disco, ¿podía ser de otro modo?
Fin de Berlin. Antes de entrar nadie tenía dudas de que el disco era una obra maestra. Al terminar, nadie tuvo dudas de que el directo también. De regalo, tras presentar a toda la banda y al equipo de la gira, así de amable es el Lou Reed de 2008, hubo regalo: Satellite of love, Rock and roll y The power of heart, una de esas baladas maduras que ahora escribe este señor al que hay que respetar, y querer.
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