"Estamos en condiciones de afirmar que la Reconquista fue un genocidio"

El autor malagueño presentó ayer en Luces su segunda novela, 'La escalera del agua', nueva evocación de la al-Ándalus de las tres religiones que indaga en la pérdida que supuso la expulsión de musulmanes y judíos

El escritor José Manuel García Marín, durante la entrevista.
El escritor José Manuel García Marín, durante la entrevista.
Pablo Bujalance / Málaga

23 de febrero 2008 - 05:00

Después de Azafrán, García Marín recupera en La escalera del agua el esplendor de al-Ándalus, descubierto aquí por un protagonista que escapa de la miseria en Las Hurdes en busca de sus raíces.

-¿En qué medida La escalera del agua es una continuación de Azafrán, o la complementa?

-Son dos novelas distintas. En Azafrán quise divulgar el esplendor de al-Ándalus, que no ha tenido un tratamiento digno en la Historia oficial. En La escalera del agua cuento la consecuencia de la expulsión de los hispanomusulmanes, porque los cristianos no echaron a los moros, como se dice, sino a españoles que confesaban el Islam.

-¿Se trató entonces de una guerra religiosa, como opinan muchos?

-No, en absoluto. Fue una guerra de intereses. El desbarajuste económico que se organizó con la Reconquista fue descomunal. Piensa que con los musulmanes se expulsó a la mano de obra más eficaz: los antiguos dueños de las fincas. Hubo que organizar el patrimonio y repartir el botín, y, a menudo las conversiones al Islam o al Cristianismo tuvieron mucho que ver con la defensa de bienes en propiedad.

-¿Cómo perduraron las consecuencias de la Reconquista?

-Todavía hoy son visibles, y en el siglo pasado quedaron casos evidentes. En La escalera del agua tomo el caso de Las Hurdes, un sitio deprimido en extremo, cuya población fue sometida a tal desnutrición que la estatura media de los varones, en los años 50, era de 1,51 metros. Al hambre se sumaban problemas como el extendido retraso mental que sufría la población por la excesiva endogamia y el aislamiento absoluto. Franco quiso enviar allí una misión cultural, pero, hasta hace 30 años, quien se acercaba era expulsado a pedradas. Las Hurdes ha sido un ejemplo vivo del desastre que supuso la Reconquista.

-¿Realmente puede ponerse a la al-Ándalus de las tres culturas como ejemplo de esplendor?

-Absolutamente. De entrada, al-Ándalus no fue un territorio con tres culturas, sino de una cultura con tres religiones diferentes. Y la evidencia de la prosperidad que se vivió entonces nos ha llegado en forma de patrimonio. En medio de una convivencia conflictiva, como el caso de Palestina, no se levanta la Alhambra. Para construir la Mezquita de Córdoba hace falta una convivencia pacífica; las artes y las ciencias sólo florecen cuando los equilibrios sociales se estabilizan. Lo mismo puede deducirse de cientos de monumentos construidos de Zaragoza a Lisboa.

-Pero al-Ándalus se regía por el derecho islámico y eso confería a los musulmanes muchos más privilegios que a cristianos y judíos.

-Obviamente fue así: los musulmanes eran los vencedores y se aprovecharon de ello, pero eso no impidió a cristianos y judíos tener sus propios derechos, aunque englobados en un único sistema. Pienso que algún califa llegó a ordenar obispos. Si algún asunto particular afectaba a la colectividad, el Gobierno intervenía. Es más o menos como ocurre hoy.

-¿A qué conclusión cabría llegar hoy acerca de la Reconquista?

-Que fue una tragedia lamentable. Aquel episodio se ha convertido en un recuerdo romántico, pero creo que aún nos puede servir para considerar la idea de que los andaluces hemos sido desenraizados. Desde hace cien años somos los vagos de España, y hay manuales de Historia que dedican tres líneas a Abderramán III. Y, sin embargo, las evidencias apuntan a direcciones totalmente distintas.

-¿Qué influencia ejerció el Oriente islámico en al-Ándalus?

-La invasión musulmana fue más de ideas que militar. La población hispana vivía bajo un derecho visigodo muy encorsetado, que apenas contemplaba libertades, y cuando tuvo la oportunidad de adoptar un derecho más flexible lo hizo sin problemas. Pero la consideración de lo oriental terminaría aquí; el resto es Historia de España. Es cierto que los Omeyas fueron califas, pero terminaron siendo Omeyas españoles con apellidos árabes. Su caso fue parecido al de Juan Carlos de Borbón: a nadie se le ocurriría hoy pensar que el rey es francés por llevar ese apellido. Con los califas ocurría lo mismo.

-¿Se puede contar la Historia hoy tal y como ocurrió?

-Creo que sí. Cada etapa histórica ha contado el pasado a su manera, según sus intereses. Durante el franquismo estuvimos a punto de que Cristo naciera en Valladolid. Pero hoy estamos en condiciones de abordar la Historia con objetividad: si cabe hablar de la Reconquista como un genocidio, y si es verdad que los Reyes Católicos firmaron unas capitulaciones sin que se cumpliera una sola, eso hay que contarlo sin miedo a herir sensibilidades. Estamos en disposición de afirmar esto porque podemos y debemos conocer nuestra Historia, no la de Caperucita.

-Y sin embargo, las regiones que basan sus identidades nacionales en mitologías parecen ganar más favores cuando reivindican sus derechos históricos y singulares.

-Sí, como el País Vasco. Al contrario de lo que piensan muchos, los andaluces hemos perdido muchas más señas de identidad que los vascos: por ejemplo, se nos arrebató el árabe, mientras el euskera se sigue hablando hoy día. Y hasta hubo quien dijo que la Alhambra no era más que un puesto, un tenderete.

-¿Quién dijo eso?

-Pío Baroja.

-Vaya.

-Sí. Dijo varias animaladas. Pero ahí sigue la Alhambra, en pie.

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