Tradicional y exquisito
Ciclo 'Flamenco viene del sur'. Teatro Cánovas. Fecha: 19 de mayo. Baile: Pepa Montes. Guitarra: Ricardo Miño y Paco Vargas. Piano: Pedro Ricardo Miño. Segundos bailaores: Abel Harana y Jesús Flores. Cante: Vicente Gelo y Jesús Corbacho. Percusión: Juan Ruiz.
Flamenco universal, de la bailaora Pepa Montes y el guitarrista Ricardo Miño, puso el broche de oro al ciclo Flamenco viene del sur. Abrieron con un recorrido por cantes de Málaga, como los de Juan Breva, malagueñas de la Trini, de Chacón, y jabegotes, con un espectacular remate por la soleá de Triana en la voz de Vicente Gelo, todo bailado al cante deliciosamente por Pepa Montes. Después el genial piano de Pedro Ricardo Miño, pellizcándonos por malagueñas del Mellizo y bulerías, interpretando los palos sin necesidad de digresiones, simplemente transmitiendo al instrumento su sentir flamenco. Continuó por farrucas, bailadas en un paso a dos por Abel Harana y Jesús Ortega, donde los bailaores siguen la coreografía pero sin menoscabo de la personalidad, evitando ser miméticos.
La caña fue un homenaje al baile español, una evocación de la gran Pilar López, un monumento de plasticidad bailado con bata de cola. Después toca el turno del director musical, el gran guitarrista Ricardo Miño, poseedor de un toque magistral, de un ritmo y un aire que define el sello de esta familia. Nos hizo rondeñas, en solitario primero, junto al piano de su hijo después para incorporar al resto de músicos, a los que fue destacando uno a uno en sus especialidades. A continuación, el garrotín, bailado al único compás de las dos guitarras y la percusión, sin cante, con una Pepa Montes llena de donosura, haciendo una coreografía como las de antes, algo que hoy no estamos acostumbrados a ver, lo que nos hizo sentir privilegiados. El alboroto lo formó su baile por cantiñas con una exuberante bata de cola y airoso mantón donde Pepa, por si quedaban dudas, dejó bien alto el pabellón de la escuela sevillana de baile, aquélla de la sublime feminidad, la de la elegancia y el tronío, la de la delicadeza y la insinuación, en definitiva la de la estética que enamoró a propios y extranjeros en los años dorados de los cafés cantantes y los tablaos de renombre.
Sólo tenemos una queja: la excesiva duración de los números. Las exquisiteces se disfrutan más en pequeñas dosis.
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