Málaga: vaya nido de asesinos

El Centro de Estudios Andaluces recupera el 'Viaje por Andalucía' que escribió el barón Charles Davillier tras su periplo por la región en 1862 y en el que la capital de la Costa del Sol no sale muy bien parada

Pablo Bujalance / Málaga

26 de mayo 2010 - 10:22

A los románticos del XIX les hervía la sangre por conocer de primera mano la tierra de bandoleros montados en coloridos alazanes, hermosísimas mujeres danzantes junto al fuego, borrachines conductores de carretas e incorruptos palacios nazaríes que era Andalucía. Washington Irving y Prosper Mérimée, entre otros, contribuyeron a fomentar aquella mitología que terminó por convencer a muchos, especialmente a los más adinerados de las altas sociedades europeas y norteamericanas, de la necesidad urgente de comprobar aquellos atractivos in situ. Uno de ellos fue el francés Jean Charles Davillier, barón de Ruán (1823-1883), que en 1862 practicó un exhaustivo periplo por todo lo largo y ancho de la región, no exento de pretendidas intenciones antropológicas, del que dio cuenta en un libro, Viaje por Andalucía. Ahora, el Centro de Estudios Andaluces acaba de rescatar este texto en una bella edición con ilustraciones de Gustave Doré, lo que permite al lector conocer las impresiones del barón sobre las ciudades andaluzas; entre ellas Málaga, que no sale precisamente bien parada.

Conviene subrayar desde el principio que, si bien Davillier presenta en sus argumentos una cierta toma de postura próxima a la observación científica, pronto abandona las formas y se entrega ensimismado a la más exagerada condena o laudatio de cuanto se cruza en su camino, ya sean personajes típicos, paisajes naturales o hitos arquitectónicos. Una vez salvado este punto, y con todo el escrúpulo puesto en guardia, sus escritos permiten extraer ciertos conocimientos fiables de lo que era Andalucía, y concretamente Málaga, a mediados del siglo XIX. La provincia comparte capítulo con la de Almería, y ya en el sendero por la costa, superado Almuñécar, queda el escritor notablemente impresionado al llegar a Vélez-Málaga: "Es el verdadero paraíso de la costa meridional de España, y no hay tal vez ninguna otra ciudad de Europa cuyo cielo sea tan hermoso y cuyo clima sea tan suave. Compramos allí cañas dulces verdes, que estaban excelentes, y unos frutos originarios de América llamados chirimoyas".

Con respecto a Málaga, aunque el clima "difiere poco del de Vélez", su valoración es radicalmente distinta. El barón se queda tan fascinado con el tan elevado número de asesinatos en la ciudad que escribe lo siguiente: "Pocas ciudades de España ofrecen el ejemplo de una criminalidad tan grande y de semejante inclinación al homicidio. No hay otro lugar donde los delitos de sangre sean tan frecuentes. ¿De dónde viene esta costumbre del asesinato, tan generalizada entre las gentes del pueblo? Sin duda de la ociosidad, de la pasión por el juego y de la bebida, pues el último de estos vicios está mucho más extendido en Málaga que en ninguna otra ciudad de la península, hasta el extremo de que los serenos gozan, por lo que se refiere a la sobriedad, de una detestable reputación". Éste es el panorama: además de criminales, beodos. A los ojos de Davillier, Málaga prestaba una "impunidad proverbial" a sus asesinos; tanto, que para demostrarlo recurre a este dicho popular: "Mata al rey y vete a Málaga".

También da cuenta el francés de los múltiples rateros y golfos de la ciudad. Y de una especie autóctona del barrio del Perchel: el charrán, cuyos representantes "están sentados junto a las barcas varadas en la playa y juegan a las cartas con aire picaresco. Son nativos de Málaga, y en ella morirán, a no ser que vayan a acabar sus días en el presidio de Ceuta o en el de Melilla". Un tipo de charrán es el baratero, "el que se instala junto a los jugadores para cobrar el barato, una especie de tributo que él mismo se arroga el derecho de recibir". También escribe el francés sobre el cante por malagueñas, pero menos. Ya lo enseña, por si acaso, otro dicho popular: cría fama, y échate a dormir.

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