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SE fue en silencio el 11 del 11 de 2011, mientras el mundo andaba distraído hablando del sorteo especial de lotería, de la fecha capicúa, de la dimisión de Silvio Berlusconi o de la campaña electoral. El 11 del 11 de 2011 el reloj se paró para José Cabrera Lobato, uno de los policías clave del mítico grupo Costa del Sol, aquel equipo que sentó las bases de la lucha contra el tráfico de drogas en España.
Estaba tranquilo. Había llevado su enfermedad con la misma paciencia que años atrás demostraba en los seguimientos policiales, como si le sobrara el tiempo pero sin distraerse ni un minuto.
Los últimos años de su vida, ya retirado, los dedicó a escribir. Su libro Vivencias de un policía es una reflexión sobre un oficio al que se entregó quizá en demasía, como todos los componentes del grupo Costa del Sol con los que él hizo equipo: José Antonio Ruiz Bolaños, Ricardo Ruiz Coll, Gonzalo Prieto, Fernando Camacho, Cecilio Oliva o Marcos Martínez. Todos ellos y alguno más crearon una manera nueva de trabajar a medida que iban avanzando en el conocimiento del mundo del narcotráfico. El grupo Costa del Sol se propuso llegar a los capos de la droga, y lo consiguió y su éxito fue tan grande que incluso en 1980 recibió un premio máster de popularidad. Detrás quedaba todo lo que no se veía, todo lo que arriesgaban. Se movían casi en el filo de la navaja, trabajando con confidentes, o "informadores" o "colaboradores" como le gustaba recordar a José Cabrera. Confidentes que a veces ofrecían información por venganza, por enfrentamiento o por dinero, y que permitieron descubrir un submundo inimaginable a finales de los sesenta, en el que las mafias francesas e italianas intentaban establecer sus tentáculos.
Ahora que José Cabrera se ha ido, nos quedan sus recuerdos, esos que contaba sentado en el sillón marrón del salón de su casa de Álora, como si los hubiera vivido el día anterior. Hablaba de lo mucho que arriesgaron en el grupo Costa del Sol con la figura del agente encubierto. Uno de los miembros del grupo se hacía pasar por traficante para comprar droga usando un maletín con doscientos mil dólares falsos, o con recortes de periódico y billetes de curso legal en lo alto. El objetivo era obtener el mayor tipo de información y salir huyendo simulando sorpresa cuando la policía llegaba inesperadamente a abortar la operación.
En su última etapa siempre decía que no estaba arrepentido de aquel trabajo sin horas, de pasarse semanas sin aparecer por casa, de poner su vida en peligro más de lo que debiera, pero que no lo repetiría si volviera a nacer, y aconsejaba a todos los policías jóvenes que no se dejen llevar por la vanidad de un éxito policial, que nunca vayan más allá de lo que las circunstancias le aconsejen.
A él tanta entrega no le costó el divorcio. Tuvo suerte. Paquita, su mujer, ha estado junto a él hasta el último minuto, cuidándolo y aprendiendo para poder hacerse cargo ella sola de todo el trabajo que él hacía en el campo. Su recuerdo llenará el viernes a las siete de la tarde la iglesia de la Encarnación de Álora. Amigo Cabrera, descansa en paz.
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