En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
la tribuna
COMO en tribunas anteriores, voy a intentar explicar en pocas palabras cuál es el núcleo del problema de nuestra economía. Como comprenderéis, el reto es difícil y, por tanto, tendréis que perdonar la simplicidad por adelantado. A cambio os propongo entender a grandes rasgos qué está ocurriendo con nuestra economía y a qué se enfrenta.
Empecemos por el principio: los mercados y nuestra deuda. Durante una década hemos crecido a expensas de préstamos del exterior basados en el crecimiento de nuestro mercado inmobiliario. Como consecuencia, el sector público ha crecido desaforadamente alentado por unos políticos incapaces de controlar sus gastos, que sobredimensionaron la Administración como si el boom inmobiliario fuese a durar eternamente. Unas veces por ignorancia y otras por emplear a amigos y familiares en empresas públicas, inflar la plantilla de ayuntamientos, o triplicar los órganos de la Administración para una misma tarea. Y cuando digo políticos me refiero a esa casta política, de uno u otro signo, que ha conseguido vendernos como éxitos que ellos consigan más y más parcelitas de poder en sus correspondientes chiringuitos, multiplicando la Administración por tres o cuatro.
Pero hete aquí que la burbuja estalla, los ingresos públicos se derrumban y los gastos, como los subsidios de desempleo, se disparan. Como resultado, nuestro superávit se desvanece y cada año que pasa nuestro déficit es mayor, de manera que duplicamos nuestra deuda pública. ¿Y qué dicen los malvados mercados? Pues que ellos quieren que se les devuelva el dinero que nos prestan, así de sencillo. Y empiezan a no ver claro que dicha devolución se produzca, por lo que empiezan a exigir más intereses por prestarnos dinero. Mayores intereses que no hacen más que agravar el problema, pues nos cargan con mayores gastos que finalmente nos generan mayor deuda.
Utilicemos un ejemplo para ponerle cara a nuestros problemas. Supongamos que hemos creado una empresa que en principio está saneada y es competitiva en el mercado. Con el paso de los años y gracias a nuestro éxito, nos hemos permitido el lujo de contratar a familiares e hijos de amigos que nos habían pedido el favor, cuando ni a nosotros nos hacía falta contratarlos ni posiblemente ellos se merecían ser contratados. El resultado es que endeudamos la empresa de una forma no productiva y nuestro acreedor, el banco, empieza a no fiarse de nosotros y empieza a cobrarnos un mayor tipo de interés para la póliza de crédito que nos tiene concedida.
Sigamos con la economía española. Los mercados nos exigen recortes para enderezar nuestra economía y asegurarse que podremos devolverles el capital prestado. En concreto, para 2012 nos exigen unos recortes de 30.000 millones de euros. Pero aparecen dos problemas; el primero, los recortes, los hacemos de la forma más fácil posible, congelación de pensiones, recortes de los funcionarios, incremento del IVA, pero no atacamos la verdadera lacra, las empresas públicas, los ayuntamientos sobredimensionados, los sueldos inflados y la multiplicación de cargos para una tarea (Administración nacional, autonómica, provincial, local y otras).
El segundo problema es que al retirar tal cantidad de dinero de golpe, aunque sea superflua y su existencia inútil e injusta, es un problema para nuestra economía, ya que esos sueldos que se eliminan y esas prebendas que no se conceden generan menos demanda interna, impagos de hipotecas, de rentings y demás compromisos que vuelven a alimentar el círculo vicioso. He aquí el núcleo gordiano, o recortamos para que nos presten el capital necesario, aunque sea a costa de hacer nuestra economía más débil o no lo hacemos y, en ese caso, no nos prestan.
Volviendo a nuestro ejemplo, como no queremos estar a mal con nuestros familiares y amigos, en vez de despedir a los empleados de compromiso que no debimos contratar y que no sabemos bien qué hacen en nuestra empresa (y además son los más caros), reducimos el sueldo de nuestros trabajadores productivos (y más baratos) y congelamos las pensiones. Con el problema añadido de que con el recorte a aquellos empleados, que consumen nuestros propios productos, dejan de demandarlos y, por tanto, también agravan nuestra situación.
¿Tenemos alguna solución? Pues lo único que nos queda es apelar a un hermano mayor, que nos avale el préstamo. Con dicho aval, el banco nos volvería a prestar y nosotros podríamos poner en orden nuestra empresa. Pero, claro, nuestro hermano nos conoce muy bien y sabe de qué pie cojeamos y no se atreve a avalarnos sin imponernos un férreo control de nuestros gastos. Aunque por otro lado, él también tiene una empresa y le interesa que nosotros nos salvemos, pues somos sus mejores clientes, ya que si dejamos de comprarle, su empresa también se verá en problemas.
Nuestro hermano mayor solvente es Alemania, y nuestra salvación pasa por un aval de nuestra deuda, ya sea en forma de eurobonos o de cualquier otro instrumento que nos permita endeudarnos a costes soportables. Pero Alemania quiere asegurarse de que lo utilizaremos de forma correcta y está tensando la cuerda pero con cuidado de no romperla, pues ella también se vería perjudicada. ¿Seremos capaces de ponernos de acuerdo sin que la cuerda se rompa?
También te puede interesar
En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
Confabulario
Manuel Gregorio González
E logio de la complejidad
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
La cuenta atrás
La ciudad y los días
Carlos Colón
De turístico a solo turístico
Lo último
El parqué
Pendientes de Trump
Tribuna Económica
El renacimiento de la energía nuclear: España a la contra
Editorial
Situación insostenible en la Fiscalía del Estado
La tribuna
El ruido de las ciudades