Dopaje genético: ¿Atletas robots?

la tribuna

24 de marzo 2012 - 01:00

ACTUALMENTE la ingeniería genética empieza a condicionar la creación de una nueva estirpe de homínido pues permite la posibilidad de rediseñar aspectos genéticos del ser humano. Esta ciencia alcanza a cambiar genes y alojarlos en diferentes estructuras para programar, por ejemplo, el sistema defensivo, e incluso se llega a visualizar el interior de una célula viva (con el nanoendoscopio) y colocar en ella, sin dañarla, genes o fármacos. Sus indicaciones terapéuticas representan grandes esperanzas para la humanidad, pues hace posible la curación de cánceres, patologías degenerativas y paralizantes y la prevención de numerosas enfermedades: la regeneración de células, tejidos, músculos, miembros e incluso la replicación de un cuerpo representan realidades alcanzadas. En este contexto la especialidad médica del deporte encuentra en la terapia génica la solución a múltiples lesiones de los deportistas.

El Citius, Altius y Fortius de las olimpiadas señalan el espíritu que las animan y que representan una escuela de vida: la disciplina, autocontrol, esfuerzo continuado, superación constante de dificultades, resistencia a la fatiga, asumir las derrotas y valorar adecuadamente las victorias, robustecer la autoestima por los logros que se consiguen, disfrutar del sentido de equipo que hace nacer compañerismos y amistades singulares, son algunos valores que marcan un escenario psíquico muy favorable para consolidar un cuerpo sano en mente sana, tan necesaria y deseada por todos, y garantía de una armonía e integración interior imprescindible para disfrutar de una digna existencia. También poseen una dimensión planetaria pues es una singular ocasión para el conocimiento de todos los pueblos y la oportunidad de crear y estrechar lazos de unión entre las personas de diferentes razas, credos, lenguas y costumbres, determinando una terapia de naciones que robustece la comprensión entre ellas y marcan unos movimientos para una convivencia solidaria: la paz se perfila, no como una utopía, sino como una realidad perfectamente alcanzable.

Pero cuando el espíritu olímpico se contamina, y conseguir una medalla es un objetivo político y de poder, el recurso a cualquier medio que ayude a conseguir la meta, encuentra en el dopaje el argumento de su utilización. La existencia de ratones Schwarzenegger, animales de laboratorio, que por la inyección de un gen han conseguido un espectacular desarrollado muscular, y que tiene su indicación originaria para regenerar el tejido muscular enfermo; la localización del gen EPO (erotropyetina) que es una hormona que aumenta la producción de glóbulos rojos y corrige la anemia; o los trabajos génicos sobre el factor mecánico de crecimiento (MGF) que como hormona natural se produce tras la realización de ejercicios y que estimula la producción de células musculares, son algunas atractivas sugerencias que despiertan su posible utilización en el deporte. Los estudios intensivos que se están realizando para la investigación y el desarrollo de los controles específicamente genéticos que se intentarán realizar en las próximas olimpiadas con los medallistas, señalan la evidencia de un dopaje genético. Pero es un dopaje que como mutación genética, ¿jugando a dioses?, representa unos riesgos muy graves en relación con el dopaje hormonal o químico: el dopaje clásico se puede parar en un momento determinado y los efectos, en muchos casos, son susceptibles de poder ser controlados, dinámica que no sucede en las terapias genéticas y su descontrol puede organizar graves y desconocidas patologías. Tratar lesiones deportivas es el reto ético y el límite de las terapias génicas en el deporte y no el dopaje para el mejoramiento de las marcas.

Así pues, dopado el espíritu olímpico ¿qué finalidad tienen las olimpiadas? Se puede afirmar que aún no tenemos problemas de este dopaje en nuestros atletas, pero se presenta como necesario controlar la existencia de un dopaje político que se ha manifestado secularmente con los intentos repetidos de la manipulación desde el podium del poder con las medallas de oro y que de manera perversa animan a convertir el remedio de las olimpiadas y las terapias génicas como instrumentos de paz y de salud, en un veneno alimentado por la ambición desmedida para conseguir el control económico y social de los pueblos, y que justificaría la presencia de ¿atletas? modificados genéticamente para alcanzar la marca despreciando peligros asociados.

Las terapias génicas sostienen un avance singular para la humanidad en su aspiración de conseguir una existencia con niveles óptimos de felicidad, que es para lo que estamos diseñados. La ingeniería genética, como instrumento de felicidad, rotundamente tiene y debe seguir su camino de investigación porque el mal uso no anula su uso terapéutico (abusus non tollit usum) y, de manera absoluta, no existe un fin más sublime que el de aliviar el sufrir humano y aumentar la calidad de la vida de las personas.

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