José Mª López Jiménez Y José A. Díaz

Decisiones económicas racionales e irracionales

la tribuna

16 de octubre 2012 - 01:00

TRAS tocar fondo en el mes de julio, el IBEX-35, es decir, el índice que aglutina a los treinta y cinco valores con mayor capitalización bursátil de la Bolsa española, ha recuperado cotas desconocidas desde los primeros meses de 2012, aunque permanece muy lejos aún del nivel pre-crisis, que era aproximadamente el doble de su valor actual (o el triple, tomando como referencia el citado mes de julio). Han sido variadas las causas que han permitido esta recuperación parcial, entre ellas, un sinnúmero de horas de discusión, de búsqueda de la mejor solución para todas las partes afectadas, de propuestas y contrapropuestas, en la mejor versión del diálogo que define a la civilización occidental: la inminente puesta en marcha del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), dotado con 700.000 millones de euros, y del Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria (el llamado «Pacto Fiscal»), que consagra la estabilidad presupuestaria de los Estados firmantes; la línea de crédito concedida por sus socios europeos a España, de hasta 100.000 millones de euros, para el rescate de la banca, aunque parece ser que «sólo» se utilizarán, como mucho, unos 60.000 millones de euros; el anuncio del Banco Central Europeo de que está dispuesto a adquirir deuda pública sin límite a cambio de que los Estados solicitantes se comprometan a cumplir determinada «condicionalidad», etcétera.

Todas estas circunstancias, que parecen de lo más razonable, han invitado a los inversores al optimismo, lo que les ha animado a seguir jugando a la Bolsa, y a esta a subir, al calor de sus apuestas.

Otras circunstancias, menos razonables pero igual de influyentes, han coadyuvado a esta incipiente, que el tiempo dirá si es definitiva, transición hacia la recuperación. Hay que subrayar, por su singularidad, el anuncio de un empresario norteamericano dedicado al juego, al azar, de establecerse en nuestro país, en un megaproyecto, pendiente aún de confirmación, pero cuya mera mención ha servido para catapultar la cotización de determinadas empresas inmobiliarias, y la de otras empresas auxiliares vinculadas con el sector, en estos meses de relativa euforia.

El simbolismo de la proyectada ciudad del juego, del azar por añadidura, y su contraposición a esa otra arquitectura económica tan primorosamente diseñada, tan discutida, tan razonada, nos permite reflexionar sobre los recovecos que siguen los individuos para tomar sus decisiones económicas.

Si se le ofrecen a un individuo dos bienes de idénticas características y con el mismo precio, según la teoría económica tradicional podría escoger cualquiera de los dos, dada su indiferencia ante ambos. Sin embargo, en la realidad, un individuo puede preferir un bien al otro, lo que dependerá en gran parte de su «envoltorio», de cómo se le presente, del impacto y de la sensación que genere en el individuo. Y esto es así porque el proceso de toma de decisiones económicas no solamente es un proceso consciente basado en la racionalidad, sino que también es un proceso inconsciente en el que las emociones o la intuición, incluso la irracionalidad, o las pautas seguidas por el colectivo del que forma parte el sujeto, tienen mucho que decir.

La neuroeconomía trata de relacionar psicología, economía y neurociencia para poder explicar de una manera mucho más detallada el proceso de toma de decisiones. El Nobel de Economía Daniel Kahneman sentó las bases de esta disciplina y, debido a sus investigaciones sobre los comportamientos irracionales de los individuos, hoy sabemos que lo que afirma la teoría del homo economicus quizás no sea válido a la luz de la neuroeconomía.

Como hemos mencionado, el mercado puede ser irracional, y tender al alza o a la baja por simples rumores, carentes en casos extremos de todo fundamento. En el proceso de toma de decisiones, aparte de considerar elaborados análisis económico-financieros, un inversor se puede dejar llevar también por la intuición acerca de cuál será la marcha de una determinada compañía.

De prevalecer esta visión, ¿qué ocurriría con los modelos económicos basados únicamente en la toma racional de decisiones? Lógicamente, habría que adaptar dichos modelos para que reflejaran también un comportamiento irracional, si es que lo racional puede convivir con lo irracional, lo que convertiría al homo economicus en una especie de sapiens-demens, todo a un tiempo.

No nos cabe duda de que la intuición puede estar a la altura de la razón y, a veces más allá, por lo que una decisión inconsciente no tiene por qué ser menos válida que una decisión consciente, pudiendo conducir igualmente al éxito. Qué mejor ejemplo que el mercado bursátil para demostrar que la toma de decisiones no tiene que ser algo totalmente racional. Keynes no sólo sentó las bases del Estado de Bienestar, en sus ratos libres también era jugador de Bolsa, por lo que nos dejó la siguiente perla, que merece recordar: «El mercado se puede mantener más tiempo irracional que usted solvente».

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