Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
calle larios
UNO, que al fin y al cabo es un iluso, creía que la Ley de Memoria Histórica podría servir para algo. Y no me refiero a la justa y necesaria reparación de las víctimas, sino a algo aún más urgente: el despertar de la conciencia de un país a tenor de las lecciones aprendidas. Ayer, en Los Desayunos de TVE, compareció Oskar Matute, candidato de EH Bildu por Vizcaya a las próximas elecciones en el País Vasco y líder de Alternatiba dentro de la coalición. Escuchándole, desde luego, daban ganas de votarle: en su intervención defendió la necesidad de volver a hacer política para las personas y no para el ladrillo, criticó al resto de partidos por haberse enriquecido a costa de los ciudadanos e invocó una democracia definitivamente activa, participativa y abierta a todos los niveles. Algo realmente poco común en boca de un político. Luego, claro, basta tirar de hemeroteca para comprobar que el mismo Oskar Matute se ha negado una y otra vez a condenar a ETA cada vez que le han pedido su opinión al respecto y que también ha rechazado hacer "un ranking de víctimas", equiparando a hombres inocentes asesinados con un tiro en la cabeza mientras se disponían a acomodar a sus hijos en la sillita del coche y a los terroristas presos que cumplen su pena en la cárcel. Históricamente, ésta ha sido la regla del juego en España: cuando los políticos de turno se han mostrado incapaces de hacer su trabajo y únicamente han resuelto cuanto podía beneficiarles, han servido en bandeja a los tiranos el discurso social por el que éstos han llegado a ganar el corazón del pueblo. No se engañen, los tiranos no son los del actual Gobierno: éstos son unos incapaces papanatas que están dejando el campo bien abonado a cualquier idiota que se alíe con la violencia para poner orden. ¿Qué puede esperarse del ministro Wert cuando tilda de "extremistas de izquierda" a los padres de alumnos que le montan una huelga? Hay que aprender de una vez la lección de la Historia.
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