Salvador Merino
Vaya tropa
UN creador no puede ser una persona normal. No se puede pedir a un creador que se comporte como si fuese un notario, un empleado de banca, un jefe de negociado en Obras Públicas o un funcionario de la Junta de Castilla y León. No. Lo de la creación suele ir de otra manera: un creador no tiene por qué ser un bonuspaterfamilias, aunque de todo hay por esos mundos de Dios.
Un creador es un Dios. Un creador necesita la Nada para construir su mundo en siete (o más) días. Un creador debe, incluso, asomarse al abismo, a ver qué puede pescar por allí para su Obra (Todo por la Obra). Dependerá del concreto creador, ya, que resbale y caiga de lleno en el agujero negro o que sepa mantenerse firme y no desplomarse mientras toma nota de todo en un cuaderno de cuadritos. Puede, incluso, que decida descolgarse, pertrechado con todo lo necesario para mirar el fondo sin sufrir daño alguno y volver a subir. En fin, que cada uno organiza su caos como prefiere.
Incluso hay a quien le empujan al abismo. El abismo atrae, es inevitable. El malditismo atrae: la carne del creador es débil. La destrucción atrae: vivir es destruir(se) jugando con los tempos mejor o peor (hay muchos modos de destruirse: el alcohol, las drogas, el matrimonio, sacar plaza de funcionario, triunfar, fracasar, los domingos en la playa…). La autodestrucción atrae todavía más y, encima, es como más honesta.
Un ejemplo inmejorable: cuando una persona mínimamente sensible acaba cayendo en los abismos insondables de la saga de los Panero (casi tantos como los hermanos Karamazov) debe ser consciente de que de ahí no se sale, ya. Es como ser arrastrado por un tornado creativo. No recuerdo cuándo caí yo, pero… ya no he podido salir de allí. Tiro para acá, tiro para allá, subo, bajo, entro, salgo, me voy, vuelvo, pero… doblando una esquina vuelve a aparecérseme alguno de los espectros familiares astorganos. Y hay que atenderle.
Leopoldo Panero, por ejemplo, para mí sigue envuelto y maniatado, como en El desencanto. No me atrae. No me atraen los poetas oficiales. Pero el resto…
Yo también me enamoré retroactivamente de Felicidad Blanc, y hubiese ido a verla al Ministerio aquel en que la colocaron de bedel para que tuviera una manutención. Sólo por verla, sin dirigirle la palabra ni molestarla (como con Pepa Flores, otra musa que generacionalmente no me corresponde: uno no elige sus pasiones).
Yo también he alucinado con Leopoldo María y sus derroches creativos, el hermano que más me interesa, y hemos paseado por Carnaby Street (Túa Blesa, Leopoldo María, J. Benito Fernández, Federico Utrera y yo: recuerdo perfectamente que hacía frío). Su obra me acompaña y hace más agradable esta cuerda locura del día a día.
Yo también me he indignado con Juan Luis, que tiene "más calva que espalda", como alguna vez apuntaría Michi. Juan Luis es el que menos me ha interesado, las cosas como son. En El desencanto no me disgustó, haciendo como de cowboy ilustrado (citó a algunos de mis predilectos: Kavafis, Cernuda o Camus), pero en Después de tantos años ya era como un extra de sí mismo. Poca cosa. Prosaico. Distante. Casi nada.
Yo también fui seducido por el Michi mimoso de El desencanto y me sobrecogí con la lucidez del Michi terminal "después de tantos años". Terminado pero lúcido, de su desgastada boca escuché salir frases que repito constantemente (ahora, satisfecho con el refrendo), como la de que "lo que bajo ningún concepto se puede ser en esta vida es coñazo". En un poema que he mandado a algún concurso en el que, seguramente, no se comerá una mantecada, califiqué a Michi de "poeta a su pesar". Así lo sigo pensando.
Michi, el poeta bajo palabra de honor entre poetas con obra. Michi, el lúcido creador que dejó poca literatura (y, mucha de ella, en periódicos). Michi, que hizo de su vida su mejor obra, dejando un halo de bohemia, genio, alcohol mal digerido y hembras en celo de una noche. Michi, cierta lucidez entre un hermano loco y otro hermano que se hacía el loco. ¿Locura? España es un manicomio sin verjas…
Nacho Vegas, ese músico asturiano que nació en el mismo año que yo (¡gran cosecha, vive Dios, la de 1974!), ha agrandado el mito con una melancólica canción titulada El hombre que casi conoció a Michi Panero. Un homenaje a la derrota. No incluiré la letra, pues se dispara la extensión del artículo, pero esta joyita tiene partes como las que siguen: "Es hora de recapitular las hostias que me ha dado el mundo. Hoy vendrán a oír mi último adiós. Bien. Uno a uno van llegando y yo los recibo en batín. / Y unos me llaman chaval / y otros me dicen caballero. / (…) / Fracasé una vez, fracasé diez mil / y aun así alzo mi copa hacia el cielo / (…) / Y no me habléis de eternidad. No me habléis de cielos ni de infiernos. ¿No veis que yo le rezo a un dios que me prometió que cuando esto acabe no habrá nada más? Fue bastante ya... / Nunca fui en nada el mejor, / tampoco he sido un gran amante. / Más de una lo querrá atestiguar. / Pero si algo hay capital, / algo de veras importante, / es que me voy a morir / y cuando digo voy es que voy. / Lo he pasado bien, y casi conocí en / una ocasión a Michi Panero, / y es bastante más de lo que jamás / soñaríais en mil vidas. / (…) / Qué lástima, no dejaré / nadie a quien transmitir mi sabia; / consideré insensato procrear. / (…)".
¿Seré yo otro hombre que casi conoció a Michi Panero?
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