La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
Tribuna de Opinión
Soy médico. Trabajo desde hace dos décadas para la sanidad pública como especialista en Cirugía General y del Aparato Digestivo. No sé si publicará esta carta, pero por lo menos lo intento.
He revisado entre el asombro y el regocijo las noticias al respecto del bragado maquinista capaz de parar su tren para no poner en peligro potencial a sus ocupantes, al superar el tiempo que de forma continuada podía conducirlo. Digo bragado porque hay que tener valor para exponerse al calvario de investigaciones, expedientes, sanciones y demás presiones que la empresa le va a hacer soportar. Seguro había sido más fácil seguir hasta llegar a su destino, como seguro él mismo y muchos de sus compañeros, ha hecho otras veces, ya que, hasta que pasa, nunca pasa nada, por conducir dos o tres horas más. Ojalá los médicos de nuestro país fuésemos tan valientes como este maquinista.
Aunque les parezca difícil de creer en nuestra querida España, la mayoría de los pacientes más graves que se tratan en las emergencias de nuestros hospitales públicos, los estamos tratando médicos que no estamos en las mejores condiciones físicas. Estos pacientes son, entre otros muchos ejemplos, los operados de madrugada por su gravedad, o las cesáreas realizadas de emergencia, o los pacientes a los que se les coloca un muelle en sus arterias del corazón porque si no morirían de infarto, o los que hay que desfibrilar e intubar porque han sufrido una parada cardiaca. La inmensa mayoría de los médicos que tratan a estos pacientes pueden llevar 20 horas trabajando . Ni sus reflejos, ni su claridad mental, ni su habilidad manual son, ni mucho menos, iguales a las 5 de la mañana, que cuando comenzaron su guardia a las 8 de la mañana del día anterior.
Ojalá los médicos fuésemos tan valientes como para denunciar esta situación que les describo. La gran mayoría del personal que participa en la asistencia urgente, celadores, auxiliares, enfermeras, que tienen una responsabilidad y protagonismo menor que el médico , están mucho más descansados, lúcidos y preparados para lo que les venga. Porque a las 4 de la mañana, ellos han empezado a trabajar 6 horas antes y no 20 horas antes como el médico.
Seguro que no se lo creerán los lectores. Pero es así. Cuando su ginecólogo les ha dicho a las 4 de la mañana que el parto no progresa y que hay que hacer una cesárea a su mujer, lo más probable es que lleve trabajando 20 horas, haya visto pacientes por la mañana, haya hecho sus informes, haya visto muchas pacientes en la urgencia, haya hecho 4 ó 5 partos, y haya intentado descansar 2 ó 3 horas, y de cuya cama le hayan sacado 15 minutos antes de ver a la paciente que se ha complicado. Obviamente lo mismo pasa cuando yo mismo tengo que operar a un paciente que viene desangrándose tras sufrir un accidente de coche de madrugada. Tal vez si supiesen de esta situación, prefiriesen tener un ginecólogo o un cirujano más fresco.
Desde hace muchas décadas este es el sistema por el que se mantiene la sanidad pública española. Un sistema injusto que se organiza únicamente para intentar redondear con el importe ganado con las guardias, el rácano sueldo de los médicos de la sanidad pública. Y para no tener que contratar más médicos, basados en el ruin recurso dialéctico, que el que está 24 horas de guardia en su hospital, no está realmente trabajando , sino que está "en expectativa de trabajar ". Un sistema que pone en riesgo la salud mental y física de los especialistas que participan en este, pero que también pone en peligro la salud del paciente que tratamos. Para mí es asombroso que los seguros que tenemos de responsabilidad sean capaces de cubrirnos en esta situación, en la que claramente no estamos en la mejor situación para ejercer, y que los pacientes que hayan tenido complicaciones y que hayan querido reclamar por no estar satisfechos por la atención recibida, no hayan reparado en esta situación.
Después de muchos años trabajando así, me resulta asombroso que ni a los médicos ni a la administración sanitaria, se nos haya ocurrido parar este peligroso tren. Como dije al comienzo, ojalá tuviésemos médicos tan bragados y decididos como el maquinista del tren de Palencia.
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