El lanzador de cuchillos
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ESTE narizotas que tanto apreciábamos creció como secundario en grandes westerns (El pistolero) y películas negras (13, Rue de la Madelaine, El beso de la muerte) de finales de los 40 y principios de los 50. Saltó a la fama de la mano de su amigo Elia Kazan, con quien trabajaba en teatro desde que en 1937 lo seleccionó para el histórico montaje de El chico oro de Clifford Odets por el prestigioso Group Theatre, al interpretar Un tranvía llamado deseo primero en Broadway y después en Hollywood, lo que valió el Oscar y el comienzo de su popularidad como uno de esos grandes secundarios que, en realidad, eran estrellas con papeles más cortos. Nunca olvidó cuánto debía a Kazan. Por eso, muchos años más tarde, quiso ser quien le entregara el Oscar honorífico, desafiando los abucheos y desplantes de los imbéciles que querían saldar las deudas políticas de Kazan hipotecando su indiscutible patrimonio artístico.
Este gran actor, hombre valiente y amigo leal se llamaba Karl Malden; aunque para el público español, que solía identificar a los secundarios con motes, era el narizotas, uno de esos admirados actores-cimiento que daban más realidad a los personajes y más solidez a las películas.
Después del amigo de Brando en Un tranvía llamado deseo fue el policía de Yo confieso, el cura de La ley del silencio, los maridos desdichados de Ruby Gentry y Baby Doll o el sucio leñador de El árbol del ahorcado. Su físico y su procedencia dramática le hacían interpretar ese tipo de películas que entonces se llamaban "fuertes". Por eso mi generación no lo descubrió hasta que interpretó su primer personaje para todos los públicos: el reverendo malhumorado de Pollyanna que hacía temblar las lámparas de la iglesia con sus gritos. Después siguió interpretando películas "fuertes" -Parrish, Su propio infierno, El hombre de Alcatraz- y tardamos dos años en volver a verlo interpretando al patriarca Zebulón Prescott en La conquista del Oeste. Pasados otros dos años, y alcanzados los codiciados 14 que nos permitían ver más películas, descubrimos al Karl Malden más oscuro en El gran combate de Ford, interpretando al demente capitán Wessels. Desde entonces fuimos recuperando sus trabajos anteriores y siguiendo los nuevos. Hasta que, tras tener las narices (nunca mejor dicho) de interpretar en Patton al general Bradley bajo la mirada del propio Bradley, asesor militar de la película, se nos metió en casa a través de la serie Las calles de San Francisco. Descanse en paz este gran actor al que tan chico le viene lo de "secundario" o "de carácter".
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