La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
La tribuna
TODAVÍA persiste en el mundillo de la cultura una percepción de lo turístico como algo de inferior categoría, asociado a una actividad económica que parece adquirir un carácter depredador cuando se relaciona con aquella. Una visión que tiene su correspondencia en un sector turístico donde es cierto que aún imperan modelos extractivos y donde la sostenibilidad es tan sólo literatura, en muchas ocasiones. Esta realidad puede llevarnos a plantear si existe un divorcio irresoluble entre los ámbitos del turismo y la cultura. Todo parece indicar que lo ha habido y que aún persiste. Permanece la preocupación por los efectos negativos del turismo asociado al patrimonio histórico y cultural, un hecho que ha llevado a algunos autores a cuestionar, incluso, la adjetivación cultural para el turismo. Advierten los críticos sobre la trivialización reduccionista de la cultura y la relegación de su significado para convertirla en un producto de mercadotecnia, aspecto en el que es posible encontrar coincidencias con la visión de los antropólogos que se han dedicado a la observación del fenómeno turístico. Prefiero pensar que estas voces críticas se refieren sólo a un concepto de turismo que ha sido amasado sobre la experiencia del turismo extractivo. El turismo masivo que amenaza el medio natural y el medio social de muchos territorios y culturas, un turismo alejado de un nuevo modelo de turismo sostenible basado en una oferta turística que lo hace compatible con la preservación y la recuperación de los valores culturales, sociales y ambientales. Un concepto turismo que está evolucionando al mismo tiempo que el concepto de patrimonio cultural.
La transversalidad de la actividad económica del turismo y su carácter de sector principal de la economía mundial justifican que la presencia de los intereses culturales sea ya un hecho incuestionable para el mismo desarrollo del sector cultural, especialmente de los países desarrollados que han sabido armonizar los beneficios sociales y económicos del binomio cultura y turismo. El divorcio entre ambos parece que puede llegar a su fin. La mejor evidencia del final de esta oposición entre turismo y cultura la podemos encontrar en un movimiento de doble dirección que pretende sacarlo del espacio marginal en el que aún se encuentra la interacción positiva entre ambas actividades. De una parte, la escasa tradición de considerar al turismo como instrumento de difusión cultural a pesar de los esfuerzos recientes por la incorporación de contenidos culturales en las políticas de promoción. De la otra, la utilización lesiva por los agentes turísticos de contenidos culturales descontextualizados y banalizados para el consumo de masas que no es otra cosa que una de las consecuencias de la ausencia de expertos y gestores culturales en la planificación turística. Ese espacio de encuentro puede ofrecerlo el llamado turismo cultural, un lugar que permita el establecimiento de estrategias basadas en la implicación del mundo de la cultura en los procesos de planificación turística. Y para que esto ocurra, nada mejor que sean las entidades y gestores de la cultura quienes intervengan tanto en la elaboración de planes como en la de productos turísticos.
La política turístico-cultural ha tenido escaso desarrollo hasta fechas recientes en España. Algunas experiencias autonómicas y estatales han significado un avance en esa dirección, pero en la mayoría de los casos han acabado convirtiéndose en un catálogo de buenos propósitos. Sus objetivos de sensibilización del sector turístico y de concienciación de los medios no llegaron a ser plenamente asumidos a pesar de que fue la primera vez que Turespaña planteó una estrategia de conexión entre los sectores implicados. Parece que ha llegado el momento de reformular los objetivos de nuestra política turístico-cultural para situar a España en una posición de liderazgo. Para ello es necesario, en primer lugar, un mayor esfuerzo de coordinación y estructuración de la oferta cultural como el que puede representar el Plan de Promoción del Turismo Cultural, 2009-2012. Deberemos aprovechar esta oportunidad en el desarrollo transversal de todas sus propuestas.
Esta misma conclusión es aplicable a una comunidad autónoma como Andalucía con una de las mayores ofertas de turismo cultural. La existencia de planes turísticos específicos que atienden al fomento del turismo urbano es una buena señal de que el Gobierno andaluz ha iniciado este camino. Fitur 2010 puede ser una magnífica ocasión para comprobar el grado de implicación alcanzado entre todos los agentes que intervienen en este proceso dual, es decir, la gestión de la actividad económica del turismo y la valoración de la oferta cultural de Andalucía. La ciudad de Picasso se estrena este año con el Plan Turístico Ciudad de Málaga, que ha sido diseñado por la Consejería de Turismo, como una apuesta valiente por el turismo cultural con el objetivo de mejorar su competitividad y situarla como referente del turismo urbano en España. Creo que ha llegado también el momento de reformular nuestra política turístico-cultural en Andalucía con una mayor implicación; la ciudad de Málaga puede ser el escenario idóneo para esta empresa si sabemos aprovechar la actual coincidencia de que los dos consejeros de esta provincia son los titulares de la áreas impliccadas -Luciano Alonso y Rosa Torres-. Estamos seguros de que los ámbitos del turismo y la cultura saldrán objetivamente reforzados, evidenciando que el divorcio entre ambos es un capítulo superado en Andalucía.
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