Político en cien días
Antonio Vargas Yáñez
Y si hubiera sido un mango
La esquina
ESTO que pregunto parece una perogrullada, pero viene sugerido por algunos análisis electorales pintorescos que proceden de la disidencia. Sí, hay analistas que disienten... de los resultados electorales. No les gusta cómo han sido. Vale. Pero en vez de conformarse, como todo el mundo, buscan explicaciones soterradas y propagan tesis imposibles de contrastar sobre por qué no ha salido lo que ellos propugnaban. Me imagino los berrenchines que se cogerán las noches electorales, cuando el recuento entierra sus ilusiones, trabajadas durante meses o años para que al final la gente haga caso omiso de sus sabios consejos.
La tentación más habitual de los disidentes electorales es culpar al pueblo ignorante que se deja embaucar, o comprar, por el poder clientelar, tomando así una circunstancia indudablemente presente en la vida política como el motor fundamental de la derrota (la derrota de los suyos, se entiende). Este año ha tocado entonar otra canción: la del préstamo de votos. Se dice que si Zapatero le ha ganado a Rajoy por una diferencia de quince escaños, si no me equivoco, ha sido porque ha recibido, además de sus votos, los que correspondían a Izquierda Unida y Esquerra Republicana de Catalunya. Si se les pudieran quitar esos votos, Rajoy habría triunfado.
Pero ¿qué es eso de "sus" votos y los "votos prestados"? ¿Acaso los votos pertenecen a un partido para siempre? ¿Qué manera es esa de respetar a los ciudadanos? El voto, como he dicho unas cuantas veces, corresponde a cada individuo, y en cada convocatoria electoral cada uno puede hacer con él lo que estime conveniente. Entregárselo a un partido o a otro, abstenerse de entregarlo a nadie o anularlo para todos. El sufragio universal, directo y secreto -gran conquista de la Humanidad civilizada- es un acto de soberanía personal, el único conocido en el que todos los hombres son iguales. Ninguno está uncido de por vida a una opción política determinada, salvo que su propietario lo haya decidido a solas y libremente.
Los partidos políticos se plantean, ante unas elecciones, dos objetivos básicos: granjearse la fidelidad de los electores que tradicionalmente les han apoyado y atraerse a una masa enorme de indecisos, infieles por naturaleza, que en cada ocasión se inclinan en una u otra dirección. Pero esta realidad no les autoriza a pensar que ya tienen un electorado estrictamente suyo para siempre y que se trata de "arrebatar" a otros parte de los suyos o de beneficiarse de los votos "prestados". Ni préstamos ni hipotecas. Lo que hay es simplemente un depósito de confianza en un candidato superior al que hay en otro, y por una sola vez. Todo puede variar a la siguiente. El voto sólo expresa la voluntad actual de quien lo emite.
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