José María DavóUn malagueño en la Corte Penal de la Haya
El ex decano del Colegio de Abogados de Málaga entre 1998 y 2003 se considera un europeísta convencido
Propone incidir en la formación práctica de los letrados recién licenciados
José María Davó es posiblemente uno de los letrados más reconocidos de Málaga, por su trayectoria profesional que le llevó a ser decano del Colegio de Abogados de Málaga entre los años 1998 y 2003, a convertirse en el primer abogado español presidente del Consejo de la Abogacía Europea y a mantener su puesto en el Tribunal Internacional de la Haya, donde todavía preside la comisión de deontología encargada de elaborar el código común de conducta para los abogados europeos. Davó no es hombre que presuma de títulos y honores públicos, pese a que atesora unos cuantos, pero hay uno que sobresale entre sus preferidos; el poseer la medalla de la ciudad y el nombramiento de Hijo Predilecto de Málaga, una ciudad a la que llegó nada más nacer, hace casi 70 años, y donde ha desarrollado toda su carrera.
El ex decano, un hombre afable que sigue manteniendo abierto su despacho profesional especializado en Derecho Civil y Mercantil, aunque ahora dedique más tiempo a la música o los viajes o a su labor como secretario de la Asociación Española contra el Cáncer, es un apasionado de su profesión y un europeísta vocacional. "Siempre he visto a Europa como una posibilidad", dice quien en su etapa de decano organizó un buen número de actividades y cursos relacionados con el derecho europeo. Su vínculo con el Colegio sigue intacto y en la actualidad trabaja junto a otros colegas en la elaboración de un libro sobre la historia de la abogacía malagueña.
Davó estudió Derecho en Granada y empezó preparando oposiciones a la judicatura, algo que no iba con su temperamento. "Mi padre era fiscal y le hubiera hecho ilusión que yo también lo fuera, pero no tenía espíritu opositor, sino de abogado", asegura quien distingue ambos ámbitos de la Justicia "Nosotros somos los platillos de la balanza, defendemos derechos subjetivos, mientras el juez debe ser objetivo", asegura. En el Colegio de Málaga se inscribió en 1973 con el número 327, cuando empezó a trabajar defendiendo clientes, muchos de ellos extranjeros, en asuntos de contratos, sociedades y acuerdos entre partes. En esta época se ganó fama de ser un buen letrado, aunque admite que los abogados no tienen buena fama "porque un cliente gana y otro pierde y esa es nuestra gran servidumbre y grandeza", argumenta.
Su llegada al cargo de decano coincidió con el cambio de milenio y el reto de modernizar la justicia. "Entonces cogí el carro de la informatización y esa labor interna supuso una revolución", argumenta. Al frente del Colegio, uno de los más activos del país tanto antes como ahora, según dice, participó en labores de informatización en el Consejo General de la Abogacía. Uno de los objetivos hoy de la Justicia, el acabar con el papel en los Juzgados, se le antoja complicado. "No somos tan antiguos, pero es difícil porque todo ello requiere adaptar leyes, procedimientos y hábitos", asegura al tiempo que se muestra convencido de que muchos magistrados de su generación "han utilizado el ordenador como máquina de escribir y a la fuerza". Cree que los abogados van en esto un paso por delante, debido quizás a su mayor contacto con el mundo empresarial, donde es importante no quedarse atrás. Admite que siempre ha existido cierto "conflicto" entre jueces y abogados, entre la rigidez de unos y la vehemencia de otros, pero que en el caso de Málaga, las asperezas se superaban en una jornada de convivencia, con motivo de la patrona, Santa Teresa, el 15 de octubre, donde ambos colectivos convivían "sin toga". Hoy esa jornada ha perdido gran parte de aquel atractivo debido a que el número de abogados, casi 6.000, ha desequilibrado el encuentro.
El ex decano se muestra crítico con algunas costumbres en el acceso a la profesión. Cuando él era un joven licenciado existía la práctica de poder abrir despacho y ejercer nada más acabar los estudios, "y eso era una barbaridad". Posteriormente, las pasantías permitían a los nuevos abogados formarse en un bufete con un profesional de experiencia. Este contacto con el mundo real dejó de aplicarse cuando cada año se incorporaban a la profesión cientos de abogados. "Yo llegué a colegiar un abogado al día y el boom acabó con la pasantía", argumenta. El sistema de acceso actual, con unas pruebas de acceso tras el paso por la Escuela de Práctica Jurídica es en su opinión una forma de control, aunque carece de práctica, "y la profesión tiene mucho de práctico, desde cómo exponer un asunto, saber enfocarlo bien para no perder opciones". Por ello cree que esa escuela no debe convertirse en un curso más de la licenciatura.
A Davó le sigue gustando su profesión, aunque no le dedique tanto tiempo como antes y ahora selecciones los asuntos en los que centrarse, siempre que sus obligaciones con la comisión de deontología del Consejo de la Abogacía Europea se lo permiten. Desde este ámbito actualiza los códigos que aplican los abogados en asuntos que conciernen a varios países, sorteando sistemas jurídicos distintos y costumbres diferentes. "Viajo mucho y no sólo por la labor institucional, sino por placer".
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