Testimonio pasado en tiempo presente

La colección arqueológica del Museo de Málaga se revela como el más completo legado histórico de la provincia: un libro de lectura interminable

Pablo Bujalance Málaga

11 de diciembre 2016 - 09:31

Fue en 1996 cuando el Museo Arqueológico Provincial de Málaga cerró sus puertas en el recinto de la Alcazaba que le había servido de sede, a cuenta de una reforma que el monumento andalusí iba a sufrir en profundidad. Y en un triste devenir de los acontecimientos, sus fondos han permanecido embalados y fuera de la vista de los malagueños desde entonces, custodiados primero en los bajos del Convento de la Trinidad y después en el local de la Avenida de Europa que había acogido al Archivo Histórico Provincial. Resulta complicado evaluar las consecuencias de una clausura de más de dos décadas en relación a un territorio que ha sido pisado, colonizado e invadido desde la Antigüedad por todas y cada una de las civilizaciones que el Mediterráneo ha sido capaz de alumbrar a lo largo de 3.000 años. Tradicionalmente se habla de Málaga como un lugar sin grandes emblemas patrimoniales de primera fila como la Alhambra de Granada o la Mezquita de Córdoba, pero este patrimonio sí existe y no es menos abrumador, aunque, en gran medida, revista un carácter invisible: su naturaleza reside en los miles de testimonios que atesora su Museo Arqueológico, un relato único por el que desfilan neandertales, constructores de templos megalíticos, indígenas íberos, navegantes fenicios, soldados griegos, habitantes romanos, visigodos, musulmanes y otros muchos protagonistas. Ahora, con la reapertura del Museo de Málaga en el Palacio de la Aduana, su colección arqueológica vuelve a estar presente: y lo hace en la segunda planta del equipamiento, donde se disponen más de 15.000 piezas en virtud de un pormenorizado, didáctico y espléndido proyecto museográfico. Se trata, además, de una sección poderosamente renovada: aproximadamente el 50% de los elementos que se van a exhibir en la Aduana han sido descubiertos en excavaciones y campañas realizadas durante los veinte años que el Museo Arqueológico ha permanecido cerrado. Así que, también para aquellos que creen recordar el antiguo recinto de la Alcazaba, lo que van a poder ver ahora resultará necesariamente nuevo. Y conmovedor.

La sección arqueológica tiene como eje esencial el mismo del propio Museo de Málaga: el siglo XIX y el contexto en el que la institución vio la luz, en una ciudad cuyo desarrollo industrial y económico permitió la puesta en marcha de diversas iniciativas filantrópicas. Fue entonces cuando los marqueses de la Casa Loring instalaron en su Finca de la Concepción su propia colección arqueológica, un legado de alcance notable con especial protagonismo de las piezas de la antigua Roma procedentes de diversos puntos de la provincia. Lejos de conformarse con un mero capricho a modo de ornato, los marqueses optaron por desarrollar investigaciones científicas e históricas para el mayor conocimiento de aquellas piezas; para ello fue decisiva la colaboración de historiadores y protoarqueólogos y de personajes como el jurista Manuel Rodríguez de Berlanga, cuñado de Jorge Loring, cuya divulgación de la Lex Flavia Malacitana resultó determinante para la posición de Málaga en el mapa arqueológico español. La empresa incipiente de los Loring no tardó en crecer hasta incorporar otras colecciones arqueológicas cercanas (como la de Villacevallos, cuyos orígenes cordobeses se remontan al siglo XVIII) y constituirse como el Museo Loringiano, una de las primeras entidades de su género en toda España y raíz particular del actual Museo Arqueológico de Málaga. Existe otra raíz de índole abierta: la que atesoraron Fernando Guerrero Strachan y Juan Temboury, entonces delegado provincial de Bellas Artes, durante los años 30 a partir del hallazgo de unas cerámicas medievales. En 1939, ambos benefactores decidieron habilitar en la Alcazaba un pequeño museo, ya de carácter público y con una vehemente vocación pedagógica e ilustradora, con piezas procedentes de varias excavaciones de la provincia. Ante la confluencia de ambos cauces, la Dirección General de Patrimonio dio luz verde en 1947 a la apertura en Málaga de un Museo Provincial de Bellas Artes y ése se inauguró en 1949 en la misma sede de la Alcazaba, donde permaneció hasta 1996. Ahora, tanto la colección de la Casa Loring como la que propiciaron Guerrero Strachan y Temboury se encuentran, convenientemente contextualizadas y vinculadas tras la restauración a manos del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, en el Museo de Málaga como episodios conectados de un único relato. Como nunca se habían visto y como habían merecido ser admiradas desde el comienzo de esta historia.

El recorrido de la sección arqueológica se establece en siete apartados: La Prehistoria en las cuevas malagueñas, con especial atención a restos sapiens y neandertales de las Cuevas de Nerja, la Pileta (Benaoján) y Ardales; Entre tumbas de gigantes: el paisaje megalítico, dedicado especialmente a los Dólmenes de Antequera y la Necrópolis de Alcaide; Lecturas de la colonización: fenicios e indígenas, un apartado que repara con eficacia en los intercambios y contactos que mantuvieron ambas comunidades y que reúne elementos jugosos procedentes de emblemas como el enterramiento de Chorreras o la conocida como tumba del guerrero griego encontrada en la calle Jinetes de la capital; De la conquista de Roma a los primeros municipios, con elementos de época romana bien conocidos como el enorme mosaico del Nacimiento de Venus procedente de Cártama y la figura de Hércules del siglo II a. C., además de los restos vinculados al Teatro Romano; El final de la Málaga romana: unos siglos no tan oscuros, con hallazgos como las monedas y ungüentarios bizantinos encontrados en la Plaza del Obispo; Málaga y la islamización de al-Andalus y Medina Málaga y su territorio, dedicados ambos al periodo de dominación musulmana en el ámbito provincial y en el que ofrece la antigua Medina de la capital. Sirvan estos pocos ejemplos como aperitivo de un escaparate que rinde además homenaje a arqueólogos como Miguel Such. Un espejo en el que (re)conocerse.Hércules. 7. La directora del museo, María Morente, ante un panel de la sección arqueológica.

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