El olvido en el que cayó un convento
El edificio de Santa Ana fue construido a principios del siglo XVII, pero la falta de vocación supuso su cierre en 2009
Casi todo el mundo lo conoce como el convento del Cister, pero el nombre con el que incluso fue bautizada la céntrica y angosta calle en la que se ubica procede de la Abadía de Santa Ana de la Orden del Cister. Este convento de monjas data de principios del siglo XVII y su fundación tuvo lugar en la calle Cinco Bolas en 1604, cuando la comunidad de mujeres "arrepentidas" que había creado el obispo García de Haro adoptó la regla benedictina.
Fue en 1617 cuando las monjas se trasladaron a la plazuela del Conde, un ensanche en la actual calle Cister donde, según el historiador Víctor Heredia, "se hicieron evidentes las diferencias entre las monjas con y sin dote". Los distintos intereses entre estos grupos desembocaron en la separación de ambos en dos comunidades distintas, decisión que fue confirmada por el rey Felipe IV en 1640 y llevada a efecto diez años después. Las monjas sin dote pasaron a integrar el nuevo monasterio de la Encarnación, mientras que las religiosas cistercienses con dote permanecieron en el mismo lugar bajo la advocación de Santa Ana.
En 1671 Luis de Valdés, beneficiado de la parroquia de Los Mártires, se comprometió a sufragar la construcción de una nueva iglesia. En ese mismo año profesaron en el convento Claudia y Andrea, hijas del escultor Pedro de Mena, que vivía en la calle Afligidos, justo enfrente de la abadía y que dispuso que su cuerpo fuera enterrado a la entrada de su iglesia, explicó. Del primitivo edificio conventual apenas se conocen datos, salvo que limitaba con las calles Cister, Pedro de Toledo y Rebanadillas (actual Marquesa de Moya) y que fue demolido en 1873 durante la I República. Posteriormente las monjas llegaron a un acuerdo con Antonio Campos Garín, que había comprado los solares resultantes del derribo, para reedificar el convento en la parte interior de la parcela.
Así, dando fachada a las calles Cister y Pedro de Toledo se hicieron edificios de viviendas, mientras que se trazó un pasaje (la calle Abadía de Santa Ana) que servía de acceso al convento. Las obras se realizaron en 1878 y el arquitecto Jerónimo Cuervo fue el autor tanto de las destinadas a vivienda como de las propiamente conventuales. Según Heredia, "parece que la portada de la antigua iglesia fue recolocada en la nueva, al igual que la imagen de Santa Ana con la virgen niña de barro cocido que la preside, atribuida al escultor Juan Cháez".
Pero la escasez de vocaciones determinó el cierre del monasterio en 2009 cuando las dos últimas monjas que lo habitaban, Sor María Auxiliadora y Sor Isa María (ambas con más de 80 años), lo abandonaron. La Orden Cisterciense trasladó los enseres del convento al de Santo Domingo de la Calzada, en La Rioja, y desde entonces el inmueble permanece sin uso.
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