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Tareas domésticas y otras mentiras
El actual modelo económico y social asegura mecanismos anónimos e impersonales que apartan a cada vez más ciudadanos. De exclusión, la mujer conoce demasiado
Málaga/Hay expresiones que, por cómo estamos midiendo las variables que configuran el (convulso) acontecer, resultan difíciles de volver a hacer carne, de verbalizar, de pensar con la serenidad que este tiempo necesita para despojarse de la vulnerabilidad que la urgencia impone. Pienso en expresiones como “El arte de vivir”, cuatro palabras que se asocian para definir la experiencia de la vida, ese oficio, vocación, pasión, condena, servidumbre, sufrimiento, gozo o esclavitud, según las coordenadas, según la latitud. “El arte de vivir”; dejo escapar cada palabra, con su significado de artillería, desde la plataforma paladar; percibo la cadencia de su deslizamiento, como un barista improvisado, gracias al juego pactado entre lengua y dientes. El.arte.de.vivir. VIVIR. Y no. No, en este ahora, al menos, no debería ser así. Desconecto la mirada del texto, la conecto a otra pantalla, en ella, una ave marina intenta, desesperadamente, salir de la marea negra que asfixia Salamina. Sólo hay que prestar atención al escenario que la atrapa para intuir su prematura muerte. Vuelvo a mi pantalla y me doy una vuelta por las redes (cada vez menos) sociales. Observo cientos de aves marinas cubiertas de crudo, en un mar de crudo, espeso e imprevisible. Cierro sesión como el que ha dejado atrás un excedente tóxico. Théoria. Deambulo por la casa, (re)ordeno libros, invento tareas para alejar de mí esa resaca despiadada de opiniones viscerales, agresiones, insultos, pornografías de un Yo que prosume a favor de quien dicta los códigos identitarios de la realidad de este tiempo. Hace no mucho cayó en mis manos un libro breve, en extensión, pero amplio y contundente en su discurso, La violencia del mundo (Paidós, 2004), de Jean Baudrillard y Edgar Morin. En el apartado titulado En el corazón de la crisis planetaria, de Morin, hay una frase que señala dichos códigos, “El nuevo impulso del mercado y del capitalismo vive una fase plenamente dinámica porque, por un lado, es un mercado geográficamente nuevo y, por otro, la información se convierte en una mercancía al igual que el sol, el ocio, el cuerpo humano”, y que ya alertaba, hace más de un década, sobre la trascendencia de la información en relación con el mercado. Sobre la diferencia entre opinar y estar informado.
La memoria, eterno refugio para la esperanza, sitúa ante mí el recuerdo de la película francesa, La Haine (El odio), de Mathieu Kassovitz, film testimonial sobre esa generación (hijos de) inmigrante que habita en los suburbios de París, jóvenes polarizados por la burocracia francesa y el abuso policial que reclaman un lugar propio en el mundo. Además de reflexionar sobre la violencia y su ejercicio, sobre el riesgo de no integrar a estos excluidos, La Haine ofrece un interesante análisis de fondo sobre cómo la deriva europea abandona a las personas a sus propios recursos, escasos, insuficientes, y que, poco a poco, va desintegrando los lazos colectivos. Intuyo que es, justo a este concepto, adonde me quiere trasladar este recuerdo evocador. Lo colectivo, la arquitectura de la solidaridad, en contraposición a esa política androcéntrica que ha dado la espalda a la ciudadanía en favor de un individualismo que erosiona el Estado democrático de Derecho, un individualismo que requiere, para su pervivencia, de sus dos grandes aliados: el mercado y el patriarcado.
En función de lo transitado, resulta inevitable no trasladar a este texto uno de los libros más interesantes publicados en el presente año, Trincheras permanentes: intersecciones entre política y cuidados (Pepitas de Calabaza, 2017), de Carolina León. En este ensayo, que se debate entre lo discursivo y la crónica biográfica, Carolina León analiza el presente desde la óptica del feminismo, aquel que nos hace iguales en derechos y logra que la mujer sea un sujeto de derecho y por derecho. Un reto con el que su autora aborda las políticas sociales y públicas, los movimientos civiles, la maternidad, las desigualdades invisibles y las transformaciones culturales. Y todo ello, bajo una tesis interesante y que urge incorporar al debate público: la relación entre cuidado y política, relación que nos lleva, inevitablemente, a la pregunta para quién está hecha la política. En cierto modo, la tesis de Carolina León se acerca a la de Daniel Innerarity, en su Ética de la hospitalidad, cuando éste afirma que “son los cuidadores quienes parecen llamados a gobernar una nueva época histórica”. León cuestiona la profesionalización de la política, su uso interesado que la aleja del principal objetivo de ésta: el Estado del bienestar. El actual modelo económico y social asegura mecanismos anónimos e impersonales que apartan a cada vez más ciudadanos, aquellos que son condenados a la otredad, los que son excluidos, y de exclusión, la mujer conoce demasiado. “En las trincheras no encontré nada épico. Constituían el lugar desde el que atacar, en el que a miles caían, pero siempre sostenido por otros: por detrás quedaban las tareas ocultas, invisibles, sin reconocimiento, que nos hacen estar dispuestos al mundo. Eran el parapeto de protección y eran las relaciones que se daban antes, después y durante la batalla. Lo que se narra con asiduidad es la batalla y yo quería hablar de todo lo demás”. Estas palabras de León atesoran la principal problemática de la mujer contemporánea occidental, esa fricción entre lo público y privado que sigue perpetuando roles y estereotipos, y, al mismo tiempo, encuentra cada vez más resistencias. En este título de la sevillana el lector encontrará un recorrido personal, descarnado, sobre el despertar a la política, la colonización de las plazas, sobre la necesidad de buscar nuevas identidades, pero, sobre todo, Trincheras permanentes te sitúa ante un abismo consistente en reconsiderar la importancia de algunas cosas en nuestra cotidianeidad y la importancia de formar parte de la política, de reclamar otro modelo menos excluyente y más justo, que recupere a la ciudadanía y la ponga en el centro de sus preocupaciones, solo así, el ciudadano sentirá respaldo, porque “con tetas o sin ellas, ¿quién no necesita sostén?”.
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