EL PUCHERO

Teresa Santos / Tsantos@malagahoy.es

Después de PISA, coraje

LOS árboles no dejan ver el bosque. Para analizar la realidad se hace necesario cierto alejamiento. Quizá ésta sea una de las razones que hacen de Josto Maffeo, periodista italiano corresponsal en España del periódico Il Messsaggero, un cronista con perspectiva. En una reciente entrevista radiofónica ha sentenciado que los males de nuestro presente en este país comenzaron cuando ya en la Transición se hizo dogma el prohibido prohibir. Un lema repleto de voluntad liberadora que sin embargo ha conseguido treinta años después que varias generaciones hayan crecido casi entre algodones y sin apenas exigencias. Me pregunto cuántos adultos están de acuerdo en la necesidad de mantener a lo largo de la vida una formación permanente. Sin adultos con ganas de crecer en conocimientos, ¿qué esperamos que hagan nuestros hijos? Y por otra parte, ¿premia esta sociedad a quienes se mantienen en permanente formación?

El famoso informe PISA que tantos ríos de tinta está generando debería ser aprovechado por las autoridades educativas para lanzar el debate a las distintas esferas sociales aprovechando que los datos de escándalo que han trascendido, han logrado captar la atención de la opinión pública, habitualmente distraída con cotilleos de tres al cuarto.

Vuelvo a citar a Josto Maffeo. Suele repetir que "sobran políticos y faltan estadistas" y probablemente no le falta razón. Algunos políticos deberían pensar con prospectiva en la sociedad hacia la que nos quieren llevar, en lugar de conformarse con actuaciones de impacto inmediato para captar votos.

Que no se quiera reconocer que algo en la escuela está fallando es patético. Sobre todo porque la sociedad no necesita de ningún informe PISA para saber que a nivel de conocimientos en la enseñanza, las cosas no van bien. Y no es cuestión de culpar en cadena, porque al final, nadie quiere correr con responsabilidades que cree ajenas.

Lo bueno sería que el debate prosperase y las autoridades educativas pudieran bajar de los despachos a las escuelas, para saber qué piensan los profesores. Seguramente les oirían decir que en lugar de ocuparse de los conocimientos tienen que preocuparse primero de que haya orden y de que se respeten las normas básicas de convivencia, porque tal vez en las casas se haya abandonado en parte el papel educador que en otros tiempos tenía la familia. Según muchos profesores, del total de alumnos en cada aula, un tercio no tiene interés ni motivación, otro tercio pasa de los conocimientos un poco menos, y hay otro grupo similar con ganas de aprender.

Nadie duda de la capacidad integradora que ha tenido la escuela, y de los múltiples caminos que ofrece el sistema educativo para que cada alumno tenga una salida cuando termine la educación obligatoria que le posibilite una formación para trabajar. El problema está en los mínimos con los que se conforma el sistema, y en el escaso nivel con el que llegan a la universidad quienes se arriesgan a estudiar una carrera, después de haber superado un último año de Bachillerato.

Del coraje que le echen nuestros máximos responsables educativos va a depender mucho el futuro.

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