pasado, presente, futuro

Simón Cano Le Tiec / Cultura@malagahoy.es

La expresión del trastorno

UNO puede empezar a observar cómo muchos directores tienden a cambiar la estela que tanto les ha guiado; Martin Scorsese se pasa a la novela juvenil con La invención de Hugo y junto a Ridley Scott (Prometheus), se llevan el 3D a su terreno. Ante esto, levantamos el grito de modernízate, de dejarse llevar por lo que la tendencia atrae y arrastra consigo. David Cronenberg, representación del peculiar relato ficticio, oscuro y desalmado, estrecha la mano de Sigmund Freud en el drama Un método peligroso. Hijos y nietos de la ciencia ficción ochentera verán sufrir su corazón cuando uno de sus padres más representativos abandone el género para adentrarse en el melodrama sexual, en la paranoia del amor rencoroso y en la caótica tesis que entrelaza una de las cintas más elogiadas del año. Y más que extraño, la argumentación a la que ha dado pie la cinta parece más una tétrica franquicia televisiva que un nuevo camino escogido por el cineasta. El aparente interés sentido por el realizador no es más que una esencia retomada, a esbozos, por supuesto, de cintas como Una historia de violencia. Semejante a la naturalidad con la que los Hermanos Coen hubiesen dirigido Fargo, Cronenberg intimida y expresa lecciones pictóricas de cómo se ha de rodar una sencilla historia: mafias del este europeo, noroeste americano y argumentos como los que hubiese podido devolver Adiós, pequeña, adiós. También encuentra minúsculos reflejos de amor sin pretensiones, casi a evitar por parte del director. ¿Tapujos? Más bien, escasos, convencionales si acaso, pero prefiere no adentrarse en lo explícito de sus imágenes, ya sea la cabeza explosiva de Scanners o el sexo, reverenciado en Un método peligroso, que comenzó a diluir en Una historia de violencia. Viggo Mortenssen repite con el director, tras Promesas del Este, formando el tándem tan efectivo como se ha demostrado a lo largo de los años, si bien al actor le ha servido más ejercer de gangster retirado que de capitán Alatriste.

Introduciendo a Freud, Cronenberg parece convertir la sana y trascendente teoría y el ensayo sexual en una conversación mucho menos banal de lo que cualquier espectador esperaría. Parece diferenciar entre el sexo propiamente dicho, entendible como razón de lo consecuente a lo largo de la cinta, y el dilema sobre si el tema lo era todo (o no) para Freud. Lejos de tópicos, el retrato maestro-discípulo entre Freud y Carl Jung no puede ser menos que un lógico paseo por los pasillos de una biblioteca en Viena. Aunque claro, siempre tenderá a mostrar a Keira Knightley como el trastorno de la organización sexual, gritando a pleno pulmón su promiscuidad reprimida , y los procesos afectivos que dirige hacia el condescendiente Carl Jung. El ciclo se cierra con Vincent Cassel como la representación del apetito sexual, la libido que Freud tantas veces menciona a la hora de analizar y separar emociones y necesidades sexuales.

Un significativo tramo final de carrera, que advierte a Cronenberg: el delirio y la violencia no son tan polémicos, si los enfocas como para gustar mucho a unos, y no tanto a otros; métodos que son tan complejos como lo peligroso de su conclusión.

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