Voces de papel

Magdalena Martín / Mmartin@malagahoy.es

Magnicidios

DOCE campanadas y otras tantas uvas simbolizan el cambio de año y el deseo de romper con lo viejo, pero no son suficientes para cerrar ciclos históricos, todo lo más conceden un respiro a conflictos irresolubles o enfrían temores que en breve volverán a adueñarse del recién estrenado calendario.

Nos despedimos de 2007 con la preocupación por el polvorín en el que se ha convertido Pakistán, y con las imágenes del magnicidio de Benazir Butto encabezando los resúmenes del año. Prueba de que nada de lo que allí ocurre nos es ajeno es que el mismo jefe del Estado decidió compartir Nochevieja con las tropas españolas en Afganistán. La amnesia defensiva que padecemos nos lleva a creer que este tipo de atentados suceden siempre fuera y a otros menos civilizados que nosotros. Pocos se han acordado del asesinato en 2003 de la ministra de Asuntos Exteriores de Suecia, Anna Lindh, acuchillada por un paranoico en un centro comercial al que había acudido a comprar como vivía, sin escolta, y que hizo revivir la pesadilla del asesinato en 1986 del entonces primer ministro y estadista Olof Palme. La memoria, la más selectiva de las facultades humanas, alcanza sólo a recordar sucesos similares en la India o en otras zonas calientes del planeta, ignorando que también en España tenemos una tradición magnicida nada desdeñable que se inicia con el asesinato en 1870 del general Prim.

Antes de entrar en la rotonda del Hospital Noble, justo donde termina la Avenida que lleva su nombre, vemos sin mirar una estatua en la que, doblado y sin partir, cuesta reconocer al político malagueño más importante de la historia, Antonio Cánovas del Castillo. Nacido en 1928, la Wikipedia nos recuerda que fue ministro con Isabel II, artífice de la Restauración, padre de la Constitución de 1876 y siete veces presidente del Consejo de Ministros durante el reinado de Alfonso XII. Cánovas murió en 1897 tiroteado por un anarquista italiano mientras leía el periódico en un balneario de San Sebastián al que había acudido para recuperarse de las tensiones de la crisis política provocada por la situación en Cuba. Pocos años después, en 1912, los intentos regeneracionistas y liberales morían a la vez que José Canalejas caía bajo los disparos efectuados por otro anarquista cuando contemplaba el escaparate de una librería de la Puerta del Sol. Se abría así una luctuosa lista a la que en 1921 se añadió el nombre de Eduardo Dato, líder conservador a quien debemos no haber participado en la I Guerra Mundial. Otro asesinato político, el del diputado Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936, es considerado el detonante inmediato de la Guerra Civil, de la misma manera que el atentado de la ETA contra Carrero Blanco el 20 de noviembre de 1973 marca el ocaso del franquismo. Y es que, por desgracia, hacen falta algo más que uvas y toneladas de buenos deseos para cambiar el curso de la historia.

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