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Opinión

Javier Gómez / Jgomez@malagahoy.es

La única victoria de Arenas

El líder de los populares lleva tiempo empeñado en meter la tijera donde vence las elecciones y no donde cae con estrépito

RESULTA cruel que Joaquín Ramírez tenga que dejar la presidencia del PP precisamente por la presión de Sevilla. Para un malagueño cerril como él, que si algo comparte con el alcalde es su creencia de que a Málaga siempre le ha ido y le irá mejor con el centralismo estatal que con el autonómico-hispalense, debe de haber sido duro renunciar a dar batalla cuando dirige la formación provincial más numerosa de Andalucía. Tenía los apoyos y los resultados electorales a favor, algo que hasta el momento no puede decir Javier Arenas.

Cuentan que en la larga noche del 9 de marzo el líder de los populares andaluces torció el gesto cuando le comunicaron que en Málaga su partido había vencido a los socialistas y obtenido ocho diputados autonómicos, que había logrado la mejor progresión en votos de España. Los reiterados fiascos del PP en Sevilla y Cádiz, donde sin embargo Arenas no mete la tijera, le impidieron una vez más llegar a la Casa Rosa. Y encima las urnas esquivas tampoco le allanaban el camino para librarse de Ramírez.

"Siempre he preferido el apoyo de abajo al de arriba; el de los militantes al de los cuadros, el cuantitativo al cualitativo. En eso consiste la democracia", decía ayer el que ha sido presidente de los populares malagueños durante los últimos ocho años. Fue quizás la única referencia implícita a la verdad sobre su próximo cese en medio del montaje oficial para escenificar una salida voluntaria y no forzada. Aunque la tinta aún húmeda de las 1.600 firmas de apoyo a su candidatura recogidas estos días hacía vano cualquier intento.

Es cierto que Ramírez, rodeado ayer de compañeros de partido y periodistas, parecía haberse quitado de repente un enorme peso de encima. Se acabaron las puñaladas -como ese comunicado apresurado de Esperanza Oña celebrando el cambio-, los montones de currículos de quienes piensan que el dirigente de un partido está para colocar a los suyos, las conspiraciones de unos y otros. Y trabajar sólo de senador debe de ser lo más parecido a ser maharajá de Kapurthala. Pero detrás de todo el acto en Salvago, del intento fallido de hacer convincente una versión oficial que nadie se cree -como tampoco cuela que todo esto es una maniobra maquiavélica del propio Ramírez para apuntalar su sucesión sin dejar tiempo a los rivales-, está la constatación de que la democracia sigue sin triunfar en los partidos. Dan igual los 28.000 afiliados y las distintas victorias electorales, si el jefe no te quiere, se acabó.

Otra injusticia, menor, atañe a Elías Bendodo. Pocos dudan de su capacidad para asumir el reto; de su inteligencia y ambición políticas; del consenso que atraerá su figura, de su convicción de que hay que rodearse de los mejores -como ha hecho en las áreas municipales que lleva- y no de los mediocres. Su momento debía llegar más temprano que tarde, y ésta no era seguramente la forma en que él deseaba heredar el liderazgo.

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