Miles de onubenses estallan en llanto en el último adiós a Mari Luz
Un silencio sobrecogedor marcó el sepelio y el entierro de la pequeña, sólo roto por lamentos y lloros· Miembros de Cruz Roja asisten a familiares por desvanecimientos en el tanatorio y en el cementerio
Huelva/A Huelva se le hizo un nudo en la garganta y no logró pronunciar una sola palabra. El hallazgo del cuerpo sin vida de la pequeña Mari Luz flotando en las aguas de la ría a los 54 días de su desaparición ha roto en lo más hondo a la familia Cortés-Suárez y ha supuesto un mazazo para todos los onubenses. Y para medio mundo.
Tres días después de la localización del cadáver, Juan José e Irene tuvieron que afrontar el tercer momento más desgarrador de sus vidas: el entierro de su hija de cinco años, desaparecida el pasado 13 de enero y encontrada muerta el 7 de marzo.
Las escenas que ayer se vivieron no muy lejos de El Torrejón, el barrio donde reside la niña, son del todo indescriptibles. Un silencio sobrecogedor soportado (paradójicamente) por varios miles de personas, envolvió el tanatorio, recorrió aproximadamente un kilómetro y se adueñó del cementerio, donde ya descansan los restos mortales de la niña. El nicho en el que reposa Mari Luz quedó envuelto en decenas de ramos de flores.
Desde el medio día, varios miles de personas abarrotaban el interior y el exterior del tanatorio nuevo, donde se celebró a partir de las 13.00 horas un escueto sepelio, oficiado por el pastor de la Iglesia Evangélica (a la que pertenece el matrimonio Cortés) y portavoz de la familia desde el fatal día de la desaparición, Luis Molina. El dolor de la familia Cortés se respiraba dentro, entremezclado con los rezos, y se palpaba fuera, en cada lágrima y en cada rostro desencajado.
A penas un cuarto de hora después, dos coches fúnebres que se hacían hueco entre la multitud anunciaban el final del oficio religioso.
A las puertas del tanatorio se produjeron los primeros desvanecimientos (alrededor de una quincena de miembros de la Cruz Roja y Protección Civil fueron movilizados) y la imagen de Irene Suárez, la madre a la que le han arrebatado sus entrañas, alarmaba y estremecía. Irene fue sacada en volandas (no se soportaba en pie) mientras un pequeño féretro blanco cubierto de flores buscaba el camino, aupado por las manos de sus seres queridos, hasta llegar a los hombros (entre ellos, los de un tío de la niña) que llevarían los restos de Mari Luz hasta el cementerio.
El recorrido se hizo a pie, por decisión de los propios padres de la pequeña. Escoltados por efectivos de la Policía Nacional, abrían la comitiva los dos coches fúnebres, repletos de coronas y ramos de flores (de la familia, de los compañeros de colegio, de distintos barrios de Huelva, de instituciones...) con mensajes de cariño y apoyo.
Inmediatamente después, el pequeño féretro blanco a hombros de cuatro jóvenes. Varias decenas de personas cogidas de las manos formaron una cadena humana para proteger el ataúd y a los seres queridos de la niña. Tras los restos de Mari Luz, su familia desencajada. Irene caminaba, entre lamentos, guiada por el empuje de su marido, Juan José Cortés, ensimismado y con la mirada absolutamente ida. Destrozado como su hermano Diego, como los abuelos, como los tíos y los primos de Mari Luz.
A su paso, estallaban los llantos, algún mareo de allegados a la familia. Las miradas no eran capaces de aguantar el dolor. "Esto no se puede explicar, es imposible de comprender... era sólo una niña inocente", comentaba una testigo de esta escena.
La comitiva tardó cerca de 45 minutos en recorrer la distancia (un kilómetro más o menos) que separa el tanatorio del cementerio, lo hizo a paso lento, como queriendo retrasar la durísima despedida.
El silencio se rompió sólo en dos ocasiones. Primero, en el tanatorio, donde un aplauso hizo llegar a los Cortés que no estaban solos. Segundo, en el trayecto y en el cementerio, donde los lamentos lo cortaban en seco.
Pasadas las 14.30 horas, la familia comenzaba a abandonar el cementerio. La abuela paterna de la pequeña, y a quien debe el nombre de Mari Luz, sufría un desvanecimiento y tuvo que ser atendida allí mismo por un equipo sanitario. Su tío Diego, abandonó el lugar en una ambulancia. Demasiado dolor en menos de dos meses.
A los miles de ciudadanos que arroparon a los Cortés se sumaron representantes de la Subdelegación del Gobierno, el Ayuntamiento, la Diputación, la Junta de Andalucía, dirigentes del PSOE (partido al que pertenece el padre), colectivos ciudadanos y la plantilla del Club Recreativo de Huelva con su presidente, Francisco Mendoza, a la cabeza, para "estar con ellos".
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