Los pelos de Napoleón

A CIENCIA ABIERTA

Los pelos de Napoleón
Adela Muñoz / Manuel Lozano

02 de junio 2008 - 00:00

El bicentenario del inicio de la Guerra de la Independencia y la entrada de Napoleón Bonaparte en España se celebra este año, efeméride que sirve para acercar al lector la figura del general y aclarar los misterios en torno a su muerte de la mano de dos científicos andaluces.

Adela Muñoz

Muero prematuramente, asesinado por la oligarquía inglesa y sus asesinos a sueldo”. Esto dejó escrito Napoleón en su testamento, aunque las sospechas serias de asesinato comenzaron cuando en 1840, diecinueve años después de su muerte, se exhumó su cuerpo y se comprobó que estaba incorrupto, síntoma de envenenamiento por arsénico o antimonio.

Los primeros análisis químicos realizados tras la exhumación, todavía muy imprecisos, confirmaron las sospechas: la cantidad de arsénico en el cuerpo de Napoleón era muy superior a la de una persona sana. Pero fue mucho más difícil encontrar un único culpable, pues había varios sospechosos, desde los generales ingleses hasta los partidarios de la monarquía francesa recién instaurada, pasando por el conde Montholon, jefe de la casa de Longwood de Napoleón en Santa Elena y marido de Albine, amante del general en esa época. Las cosas se complicaron aún más cuando las numerosas sociedades napoleónicas de Europa y América, fueron proveyendo muestras de cabello tomadas a lo largo de la vida de Napoleón. Parecía que todas tenían cantidades entre 50 y 100 veces superiores a las esperadas para una persona sana, pero las que habían sido tomadas entre 1814 y 1815, antes de que fuera recluido en Santa Elena, tenían aún más.

Poco a poco se descubrió que en la sociedad de la época el arsénico era un elemento omnipresente. En medicina, el trióxido de arsénico era el ingrediente fundamental de la solución de Fowler, curatodo patentado por Thomas Fowler en 1876 (y empleado hasta 1950), prescrito para tratar enfermedades tan diversas como neuralgias, sífilis, lumbago, epilepsia o enfermedades de la piel. También había cantidades no desdeñables de arsénico en dos (terribles) medicinas de la época: el tartrato emético, compuesto de antimonio recetado para bajar la fiebre, o el aún más terrible calomel o cloruro mercúrico, empleado como laxante. Hay constancia de que ambas medicinas le fueron administradas a Napoleón en la fase final de su enfermedad, pero ello no explica el arsénico del pelo quince años antes de su muerte.

Pero también había arsénico en la decoración de las casas acomodadas europeas de la época. Este arsénico vino desde Suecia, extendiéndose por el continente desde Inglaterra como una marea verde, el verde Scheele, llamado así en honor Karl Scheele, droguero reconvertido en químico, famoso por haber descubierto el oxígeno, el cloro y el amoniaco, que fue el primero que obtuvo el pigmento en 1778. Éste fue el verde favorito del pintor romántico inglés Joseph Turner y más tarde del impresionista francés Edouard Manet. Se preparó por toneladas, fundamentalmente en Inglaterra, para colorear los papeles pintados y las tapicerías que habrían de decorar las casas europeas a lo largo de los siglos dieciocho y diecinueve. El ambiente húmedo y mal ventilado, la celulosa del papel y la colaboración de algunos hongos favorecían la descomposición del arsenito de cobre, principal componente del pigmento, para dar el gas trimetilarsina, de un olor característico a ratón. La inhalación de este gas no es muy peligrosa, pero la permanencia durante meses o años en habitaciones decoradas con este papel podría llegar a ser mortal, sobre todo en los húmedos inviernos de las casas victorianas orientadas al norte o en una isla perdida del Atlántico como Santa Elena.

¿Fue ésta la causa de la muerte del general? Parece poco probable. ¿De donde salió entonces el arsénico de los pelos de Napoleón? No se sabe, pero puede que la solución ya la apuntara uno de sus primeros biógrafos: Napoleón, como el gran Mitrídates, rey del Ponto, pudo estar tomando arsénico a lo largo de su vida para inmunizarse ante posibles envenenamientos.

Manuel Lozano Leyva

Como apunta mi colega, varios historiadores, basándose en diversos testimonios y circunstancias, sospecharon que Napoleón había sido envenenado por sus guardias durante su destierro en Santa Elena. Por los síntomas descritos, algunos toxicólogos propusieron analizar sus pelos para buscar rastros de arsénico en ellos. Era la mejor prueba forense del supuesto asesinato. Los investigadores consiguieron a duras penas muestras de los magnos cabellos y, efectivamente, encontraron arsénico. Pero el tratamiento al que los sometieron, los destruyeron. Hubo muchas voces de especialistas en diversos campos que polemizaron sobre el supuesto hallazgo. Un grupo de físicos nucleares de Pavía hizo una propuesta de medida que fue aceptada porque se comprometían a devolver los cabellos intactos. Tanto el experimento como las conclusiones fueron sorprendentes.

Un reactor nuclear produce un gran flujo de neutrones. Estas partículas, junto a los protones, forman los núcleos de los átomos. El neutrón, al ser eléctricamente neutro, se acerca a un núcleo atómico sin sentirse repelido. Cuando choca con él puede quedar absorbido y el núcleo se excita distribuyendo la energía del choque entre todos los neutrones y protones. Al relajarse, emite rayos gamma. La energía de estos, o si se quiere su frecuencia, es tan específica para cada tipo de núcleo que se puede considerar su huella dactilar. Un pelo tiene del orden de un trillón de átomos de muchas clases. Caso de que estén presentes, los de arsénico serán muy pocos en comparación. Los neutrones del reactor excitan a muchos núcleos de todos los elementos del pelo. Emitirán rayos gamma de una gran variedad de frecuencias. Hay que discriminar todos y quedarse sólo con los provenientes del arsénico. Es como si en el último minuto de la final del campeonato mundial de fútbol el equipo anfitrión mete el gol decisivo y alguien trata de grabar el canto de un pájaro posado en una grada.

Los físicos italianos, usando un detector que se estaba construyendo para otros propósitos, detectaron una gran cantidad de arsénico en pelos de Napoleón activados con los neutrones de un reactor, pero las conclusiones del experimento completo fueron pasmosas. Por lo pronto, Napoleón no fue envenenado en Santa Elena, porque al analizar pelos del emperador de otras épocas de su vida, dieron análogos resultados: contenían unas cien veces más arsénico que un cabello de hoy día. Los físicos analizaron pelos de otros cadáveres coetáneos menos insignes y… ¡salía más o menos lo mismo! ¿Qué diablos ingerían los franceses a principios del siglo XIX que hoy estaría totalmente prohibido? Ya ha visto el lector que hay químicos que achacan el asunto a la inhalación de ciertos compuestos formados a partir de los pigmentos verdes del papel de las paredes. No se sabe aún. Lo que está claro es que al responder a una pregunta aparentemente tonta y poco útil, la ciencia suele abrir más interrogantes de los que dilucida. Ése es su fascinante poder.

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