La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
En memoria de Juan Antonio Ramírez
UN libro de Juan Antonio nunca era el último. Ni siquiera el penúltimo. Bastaba tan sólo aguardar un poco para recibir la siguiente entrega: la siguiente propuesta. Hace poco he recibido dos libros Juan Antonio. Uno es un precioso poemario, publicado bajo el pseudónimo de Clavelinda Fuster. Juan Antonio quiso que su heterónimo se llamara Clavelinda aludiendo, en un plano estrictamente personal, a aquella revolución de los claveles a cuyo sentido simbólico (simbólico cuando menos) nunca quiso renunciar. Y Juan Antonio quiso que su otro yo se llamara Fuster por significar carpintero. Juan Antonio era carpintero. Juan Antonio era bricoleur. Era bricoleur en el sentido esencialmente definitivo y alto que la antropología hado al término en las últimas décadas. Traduciendo con sentido la palabra francesa, diría que Juan Antonio era un hacedor. Sí, un hacedor, sin miedo a las resonancias de la palabra. O con las resonancias, divinas o no, todas ellas juntas. Hacedor de poemas, hacedor de relatos y hacedor de esculturas, de objetos, de muebles y del propio espacio que habitaba. Hacedor de clases magistrales y de no menos magistrales conferencias. Y hacedor de críticas, ensayos y libros sobre arte.
En todo lo que hacía, Juan Antonio depositaba una libertad estética que estaba indisolublemente unida a un militante compromiso ético. La vida de Juan Antonio fue para el arte y para el amor. Pero el amor y el arte solo tenían sentido si eran para la vida. A Juan Antonio nunca le interesaron los terrenos de falsos brillos en los que el arte sirve para ser dinero o para mantener el dominio de unas clases sociales sobre otras o para persuadir imponiendo ideologías de cualquier tipo. A Juan Antonio le interesaba el arte si afirmaba el credo irreductible en el valor de la condición humana. Por ello quizás le atraían tanto, y aunque estuviesen en planos distintos, las visiones utópicas, las propuestas fuera de orden y las bizarrías. Por ello quizás le podían interesar, al mismo tiempo, el arte de los considerados no artistas como el arte de las mentes intelectuales imaginativas fuera de todo marco.
El segundo libro de Juan Antonio al que me refería antes se llama El objeto y el aura. En él, junto a otras muchas cosas, Juan Antonio pone en discusión nada más y nada menos que la piedra de toque de toda creación contemporánea: la teoría del aura de Benjamín. Y es que Juan Antonio tenía tanta confianza en sí mismo y tantos recursos y tanto talento que no dudaba en plantear sus propias premisas frente a la abrumadora maquinaria de la crítica anglosajona. El pensamiento vuela donde el cerebro quiere. Y él lo demostró con creces. Hace muchos años Juan Antonio publicó un libro, Medios de masas e historia del arte, en el que demostraba cómo el estudio de los medios de masas habría de cambiar toda nuestra concepción del patrimonio cultural. Décadas más tarde los traídos y llevados estudios de cultura visual implantados en las universidades norteamericanas no han venido a decir otra cosa. Juan Antonio fue pionero y como todo pionero cierto, aun en la incomprensión de algunos, asumió su destino.
El azar -un objetivo azar- hizo que Juan Antonio naciera en Málaga. Él presumió siempre de su denominación de origen. Muchas veces dijo que quería que esparcieran sus cenizas frente al Mar Mediterráneo de los Baños del Carmen. Otro azar, un nuevo azar, esta vez en forma de bola académica, lo devolvió como profesor a la ciudad en la que había nacido. Venía de Londres, y venía portando una transformación personal que le hacía superar las premisas culturales heredadas de los años del antifranquismo, haciéndolas entrar en otra época. Juan Antonio revolucionó Málaga culturalmente: la puso al compás de los tiempos, la hizo ir por delante. De aquello nos acordamos los que tenemos memoria. E incluso Juan Antonio recibió el Premio Picasso y fue profeta en su tierra. Pero no sólo Málaga. Juan Antonio, con su posición personal transformada, se convirtió en un referente imprescindible de la transformación cultural española iniciada a finales de los setenta y principios de los ochenta del siglo pasado. Y así hasta hoy. Hoy me dicen que Juan Antonio ya no está. No puedo creerlo. Ando por la calle, entro en una librería, voy a un museo, leo un libro, hablo con mis compañeros, me pongo delante del ordenador y siento intensamente por doquier el aura de Juan Antonio Ramírez.
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