Ibáñez: el trazo de un tiempo
OBITUARIO
A finales de los años sesenta del pasado siglo, el escritor Terenci Moix acuñó el término "Escuela Bruguera" para todos aquellos cómics que, en los primeros lustros de la dictadura franquista, y editados por la editorial Bruguera, nos ofrecían historias que desencadenaban la carcajada –y también la sátira, recurso igualmente difícil en aquellos años-. Muchas de estas historietas llevaban la idea y el dibujo de Francisco Ibáñez, a quien despedimos en esta tarde de julio. Una tarde que sugiere esos colores vivos del verano, como vivos eran los colores de los cómics de Ibáñez.
Ibáñez fue el autor de cómics como La familia Trapisonda o los popularísimos Mortadelo y Filemón. Esta última una de estas creaciones sin las cuales la historia de un país se nos quedaría mermada. Todos los lectores tendrán, de una manera u otra, una historia que contar sobre estos dos divertidos detectives cuyas disparatadas aventuras, gestos, diálogos, eran ejemplo del mejor humor.
Con Mortadelo y Filemón, Ibáñez ideó un producto que sobrevivió décadas y que no dejó de sumar lectores a lo largo de medio siglo. Inconfundibles nos resultan los trazos de los dibujos de Ibáñez, que también son el trazo de un tiempo. O de varios tiempos. De aquellos de finales de los años cincuenta hasta los aires del nuevo siglo. Se hizo por tanto aquí lo más difícil. Una obra atemporal, que a su vez definiera una época. Que inaugurara una especie de canon.
Sobre el humor de Mortadelo y Filemón podríamos hablar de cierto surrealismo en historias que presentaban un esquema efectivo de presentación, hecho que trastoca los propósitos de los personajes y, por último, el desenlace. Es el humor con eco de la astracanada de principios del siglo XX –recordamos a Pedro Muñoz Seca- y es el humor –aunque esto abierto a interpretaciones- que nos sirve para la risa pero también para la crítica. Porque Mortadelo y Filemón incluye, sospechamos, el ejercicio de la sátira. Camuflada entre la aventura inocente, entre la narración un tanto ingenua y alocada.
Ibáñez nos ha regalado lo mejor que una persona nos puede regalar: el buen humor. Un humor cultivadísimo –sin frivolidades, con inteligencia-, y sin renunciar al lado, digamos, pop del arte. Mortadelo y Filemón es uno de esos ejemplos que refutan la dicotomía de alta y baja cultura –pobres etiquetas con las que se suele diseccionar el mundo del cómic-. Una historieta que nos sirve para explicar la historia de España. Tanto en lo colectivo como en lo personal.
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