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Onyewu rescata al Málaga en el minuto 93 tras un gris partido ante un Eibar superior cargado de suplentes

José L. Malo

18 de diciembre 2012 - 20:35

Eibar/Si la trayectoria copera del Málaga ha de ser una epopeya, habría que dejar en la cuneta a Barcelona y Real Madrid. Entonces habría que darle a Onyewu los versos propios de un gigante mayor de lo que ya es. Él marcó el primer tanto de la Copa, en Cáceres. A tenor del morrocotudo susto en la vuelta, con el pase decidido por el valor doble de los goles, merece gloria aquel cabezazo manso que conectó. Ayer repitió, pero no en el arranque, sino en el último latido del choque. Con el Málaga manchando de barro su uniforme y su imagen, el Capitán América voló hacia el cuero mientras Altamira hacía lo mismo en dirección al suelo. Quién sabe si se recordará como al Bakero de Kaiserlautern o el Karembeu del Borussia Dortmund. Lo cierto es que su aparición fue oro puro que convirtió una pesadilla de eliminatoria en un susto de funambulista. Pero, en el fondo, resulta más honesto escribir que en la vuelta será más fácil tener limpia la camiseta que la conciencia.

A ver quién consuela al Eibar, que con solo un titular en sus filas, Navas, se merendó al conjunto blanquiazul. En actitud, en ocasiones, en el poco juego que permitió el impracticable piso de Ipurúa. Onyewu, que durante 92 minutos opositó a uno de los peores defensas que ha tenido el Málaga CF en la élite, les tumbó por k.o. técnico en la última acción de la prolongación. Claro que así se define la magia de la Copa. Bastan unos segundos, una falta al corazón del área, para que la ilusión de toda una ciudad se apague con el resuello del equipo grande. La eliminatoria acabó haciendo migas con los de Pellegrini, pero no hay ningún motivo para la confianza visto lo ocurrido anoche.

Salió vivo el equipo blanquiazul de Ipurúa cuando la eliminatoria se pintó de hemorragia incontenible en el gol de Añibarro, un premio a la constancia y la estadística de los jugadores eibarreses, que no dejaron de rematar hasta que al fin marcaron. Un campo imposible, sí, una lluvia molesta, también. Pero igual de dañina para los locales. Y no en un campo peor que el del Príncipe Felipe, donde los malaguistas consiguieron hacer cuatro dianas. El Eibar parecía haber emergido del barro vista su firme estabilidad. No dando tregua a un Málaga más pendiente de no resbalarse que del aliento en el cogote. Leones contra bailarines. Con el esférico en sus pies, además, los armeros sí que demostraron saber bailar. Aketxe, Jito o Capa demostraron que sobre el lodo también se podía regatear. Y de manera preciosa.

El Málaga nunca encontró un alfarero para domar el partido. Salió más enfangado que nadie Recio, que convierte cada una de las pocas oportunidades que tiene en decepciones. Fue una cuestión de sobrepeso lo que le retiró la confianza de Pellegrini; vuelto a su peso ideal, es él quien no encuentra la brújula que guiaba su fútbol. En general, no hubo escapatoria para casi nadie. En el barro siempre se movió bien Seba Fernández, de los pocos futbolistas que es capaz de jugar sin dosificador en cada estadio. Pero se fue nublando el charrúa en una guerra arbitral por sus caídas en fuera de juego y las peleas dentro del área. Apenas Buonanotte, con regates e intentos por crear superioridades, figura en la lista de los que, como el Eibar, se resignaba a no poder hacer fútbol sobre las zonas marrones del campo.

Juanmi, Iturra y Fabrice fueron los intentos desesperados del Ingeniero por marcar el gol que cambiara el fondo del escenario. Pero si relajado no tejió fútbol, desesperado menos aún. Su equipo hasta se dedicó a buscar por arriba a un ataque con Seba Fernández, Juanmi y Buonanotte. Al final el gol llegó en la, quizá, única acción coherente del Málaga: buscar un balón colgado para el cabezazo de Onyewu. El pichichi copero, un central que da miedo en su propia portería y es capaz de contagiar hasta a Weligton.

Ya es el segundo toque de atención en una competición que mira mal a Pellegrini. Su flor, no obstante, sigue sobreviviendo al fango. Sabida es la dificultad del cuadro que hay por delante, pero en ningún caso justifica la distensión de un equipo que no está tratando con el mismo respeto que a las otras dos su tercera competición del curso.

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