Eliseu extrae más veneno (1-0)
Málaga-levante· crónica
Un gol del luso resuelve un partido muy sufrido y con dos cabezazos de Valdo al poste. El triunfo es el primero en casa, el segundo de Pellegrini en cuatro días, y saca a los blanquiazules del descenso
Manuel Pellegrini usó el segundo pétalo de su flor en cuatro días. Ha atraído la suerte y ha hecho pleno en su examen a corto plazo, pues ha puesto al Málaga en octavos de la Copa y lo ha sacado del descenso. Aún no está para cirugías el chileno ni se le pide, la herida era bien grande. Pero en sus dos partidos se ha extraído gran parte del veneno acumulado. Desenterrado el barco, ya llegará la hora de buscar la velocidad de crucero. La Rosaleda, huérfana de triunfos ligueros, así lo entendió. Más aún porque Valdo estrelló dos cabezazos psicológicos en el travesaño, el primero en el 49' y el segundo en el 89'. De haber sido así de peligroso el año pasado, nunca se habría ido de Martiricos.
No hay que olvidar que no sólo llegó el estreno como local, también fue la primera vez que la meta se quedó virgen de goles. Dos victorias con el chileno, una con agonía en la prolongación y otra con el buen paladar que queda cuando el sufrimiento tiene recompensa en el marcador. Una receta perfecta para el rearme anímico que busca en su empresa de reconstrucción.
Y antes de desgranar el 300 cumpleaños de Ballesteros en Primera, tres detalles del manual de Pellegrini. Uno retrospectivo: la entrada de Portillo por Juanmi en el once fue la única variación, lo cual confirma que ya comandó las operaciones desde la grada de Cornellá-El Prat. Otro más futuro, su casting de canteranos: debutó Recio en la Copa y Portillo fue titular en la élite por primera vez en su vida tras más de un año con la etiqueta del filial más prometedor. Pellegrini parece ver compatible la presión clasificatoria con la apuesta por los jóvenes. Y tercero, el abono al 1-4-4-2, al menos temporalmente como medio de supervivencia y abigarrar a los suyos en una táctica más compacta.
Todo esto no interesará en Orriols. De hecho, durante varios días el plantel del Málaga tendrá que escuchar debates de calado nacional. Se juzgará su moral futbolística. El epicentro es el minuto 62. Jesús Gámez va como una locomotora por el esférico. El balón sale en la dirección natural del tacle del lateral, pero Juanlu se queda dolorido en el suelo con una media rota. Tras repeticiones y repeticiones no queda un veredicto contundente. Blanquiazules y azulgranas dirán una cosa u otra según dónde esté la tele. La jugada continúa, con Juanlu a la espalda de Jesús Gámez y el resto de levantinistas con la mano en alto, pidiendo determinación al árbitro y a los jugadores del Málaga solidaridad, con lo egoísta que está el gremio y sin saber que aquí esas jugadas se ven como Mendilíbar, que lo pite el árbitro como nos la pitan a nosotros. Juanlu no se termina de levantar, pasa el reloj con posesión local y el Levante empieza a obsesionarse más en el egoísmo blanquiazul y el absentismo arbitral que en ver a Eliseu avanzando yardas. Y sucede todo.
El luso conecta un latigazo muy bueno que vale por tres puntos y corre a Preferencia feliz. Ballesteros, poseso, cabalga más rápido incluso que él para recriminarle, Jesús Gámez lo ve por el rabillo del ojo y se interpone como un muro pantalla. Choca Ballesteros y parece caer al suelo muerto. Iglesias Villanueva está apuntando el gol, su asistente no ve con la nube de malaguistas que festeja y Ballesteros revive súbitamente. La tarjeta de un Levante protestando en manifestación es para Caicedo, el que está más cerca del colegiado. Mientras Ballesteros gesticula hacia Quincy. Sus gestos continuados aventuran una patada dolorosa, digna de escayola y muletas. Saca el Levante de centro y Ballesteros y el ghanés juegan a lo suyo. Se acerca el malaguista y el central le empuja con el hombro en la cara, luego éste replica con su frente en la de él y Ballesteros se vuelve a morir por unos segundos. El caos abre el encuentro, Edinho y Quincy no sentencian y Arnau frustra a Valdo. El partido sigue con tensión camino a vestuarios. Allí Ballesteros, cuya fama en nuestra Liga no es precisamente de angelito, da lecciones de moralidad y pide su tarta de cumpleaños. Pellegrini sonríe.
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