Érase una vez el Málaga (0-1)

Barcelona-málaga

Victoria histórica del equipo de Javi Gracia, que completó un encuentro pluscuamperfecto para anular al Barcelona y ganar con todo merecimiento.

Foto: EFE
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José L. Malo

21 de febrero 2015 - 17:50

Érase una vez el Málaga de Javi Gracia. Un Málaga humilde y osado que acabó con los dragones más fieros del mundo. Y en su propia cueva. Érase un ejército que enseñó al mundo cómo se conjuga el verbo imposible, cómo vestir de proeza la utopía. Que escribió una de las páginas más bonitas de la historia de su pueblo. Que libró la más difícil de las batallas con armas más romas que su rival pero que usó con astucia, bravura y muchísimo valor para lograr una victoria para la posteridad. Gloria al Málaga y a su entrenador, su oráculo, su cabecilla, su líder. Javier Gracia Carlos, al que sus hombres siguieron con fe y sin miedo a por un triunfo legendario que no llegó por casualidad, sino con la justicia que acompaña a los soldados más disciplinados y soñadores. Érase una vez un cuento pluscuamperfecto escrito con letras de oro en el Camp Nou, un fortín repleto de trampas que hoy amanece con la bandera del Málaga en la más alta de sus torres.

Un cuento con infinidad de héroes, que cada cual elija según su afinidad. Rosales, de denostado a lateral brasileño de época, robando a Neymar el ladrón. Los Samus. Decía el Samu de duende callejero que Zipi y Zape ya habían escrito su historia y que mejor ser los Samus para desarrollar una propia; ayer protagonizaron el mejor capítulo de su aún corta historia, de sus deliciosas travesuras. El otro, el Samu de Tasmania, se multiplicó por todas partes para ser más protagonista que el propio Messi y danzar a sus anchas por el jardín del Camp Nou. Darder y Recio, cada uno con uno de los dos pulmones de Camacho que no se pudieron usar. Miguel Torres, un nube siempre posada sobre Messi. Angeleri y Weligton, los reyes de la escaramuza. Kameni, que no sólo acabará la temporada sin haber encajado un tanto del Barcelona en 180 minutos, sino que fue el germen del tanto de Juanmi, un contragolpe de área a área en que la picardía del coíno puso nervioso a Alves y desnudó a Bravo en su salida. Érase una guerra que ganó el Málaga porque ganó todas las batallas del partido. Justo para encumbrar el plan estratégico de Gracia. La historia del Málaga, según los cuentos anteriores, jalonaba la plasticidad de Pellegrini, al Tapia más hormiga y al druida Peiró, el último gran héroe en matar esos dragones. Ahora brillará el nombre del pamplonés en la genealogía de entrenadores blanquiazules: ninguno de sus predecesores anuló al Barcelona como él hizo, de manera tan brillante.

Gracia superó a Luis Enrique desde la preparación semanal. Los técnicos plantean los partidos para que éstos luego les lleven la contraria. Pero el que tejió durante la semana el navarro se plasmó como si lo hubiera dibujado con papel de calco. Puso el muro perfecto ante el mejor tridente del mundo y la estampida de sus atacantes a la contra para filtrarse por cada grieta escondida. Los defensores superaban los 30 años de media; los atacantes no llegaban a 22. Perros viejos en la contención, descarados talentos arriba. Y todos corriendo como si la vida les fuera en ello. Robando al Barcelona el espacio, su personalidad, su ímpetu y hasta a Messi. Érase una vez un técnico al que el pueblo no quería y ahora lo adora. Que sin su espada y su escudo, Amrabat y Camacho, confeccionó el mejor once posible. Que leyó cada minuto del partido a la perfección y que la mantuvo a cada cambio hecho. Con unos jugadores aplicando de memoria el manual de cómo hacer el partido perfecto: adelantándose pronto, defendiendo con muchos pero contraatacando también con muchos. Comiéndole la moral al Barcelona poco a poco. Sin bajar el listón físico. ¡Chutando más que el propio Barcelona! Sin muchas paradas de Kameni. Atacando con niños que quieren divertirse, defendiendo con mayores que protegen a su familia. Osando discutirle el balón al rey de la posesión.

El Málaga se dio una ducha en el infierno. No siempre se podrá contar un cuento así a los nietos, pero desde luego semejante partido imanta las opciones de jugar en Europa. Porque el equipo se salvó simbólicamente ayer. Un batallón capaz de reducir al Barcelona a la nada con tan pasmosa facilidad no perderá la categoría; tiene que perder del todo la vergüenza y animarse a luchar por la sexta plaza. Para que así la séptima, en caso de premio europeo final, sentara como el merecido colofón. Mientras llega o no ese episodio, cabe recrearse en el cuento de ayer. El que actualizó la hombrada de Peiró y los suyos hace 15 años. Aquel ejército estaba en horas bajas, pero en sus filas formaban Edgar, Rufete, Agostinho, Sandro o De los Santos, bien curtidos en la batalla. Este Málaga de espíritu caníbal y sonrisa de niño convirtió la visita al dentista en el mejor cuento de hadas. Un cuento para que la pesadilla de Dortmund no despierte más al aficionado de madrugada.

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