Un Málaga sucedáneo (2-0)

Rayo Vallecano-Málaga · La crónica

El equipo de Pellegrini clona errores y actitud para firmar el tercer despropósito consecutivo. Las grandes individualidades están irreconocibles y 'el Ingeniero' no encuentra la medicina.

Van Nistelrooy en un momento del partido Foto: EFE
José Luis Malo

26 de octubre 2011 - 21:38

El éxtasis por la chilena de Baptista ante el Getafe absorbió todas las energías del Málaga. No hay nada reconocible de aquella remontada en el actual equipo: el alma, la superación ante la adversidad, el toque de corneta hacia el ataque, la competitividad. Aquel 3-2 se llevó a la Bestia a la enfermería y al equipo al diván, donde se acumula el trabajo. A Toulalan se le ha parado el reloj, a Cazorla le han confiscado la zona de peligro y sigue usando demasiada gasolina bajando a campo propio a iniciar jugada, donde se hace mundano. Joaquín no tiene repertorio nuevo. Los miembros de la zaga han perdido la armadura. Hasta Pellegrini ha extraviado la brújula. Ni lo que compone ni lo que recompone le sale bien, como al principio de su gobierno. El Málaga no es el que se presentó entre fuegos artificiales. Ni el que era ni el que pretende ser, está irreconocible, desenamora y se apoca bajo las expectativas.

El aprendizaje tampoco parece su mejor fuerte. Firmó su tercer encuentro seguido perdiendo en las áreas. Cero goles a favor, nueve en contra; es el parcial que pone números al desmorone. El Rayo compró las mismas armas que el Levante, presión, intensidad, contragolpe. Y, otra vez, el despertador blanquiazul sonó con el primer balón en la red. Encajó de manera imperdonable el primero, a los siete minutos, con Botelho limpiando las legañas de los centrales y recordando uno de los mandamientos del fútbol: defenderás el área pequeña como si fuera tu casa, sobre todo en los saques de esquina. Otro pecado capital para volver a jugar a remolque. Y con Caballero como única grúa no es posible remontar.

El enfado por el arranque reafirmó que el Málaga necesita una transfusión. Con Sebas Fernández Pellegrini puso pundonor, no liderazgo. Toulalan ha dejado de cazar, Cazorla de disparar y Van Nistelrooy se dejó la caña de pescar en Hamburgo; increíble cómo el holandés desperdició el empate en la suerte que más le gusta, el remate de cabeza. Si alguien hubiera requisado las virtudes individuales del equipo en Vallecas, sólo se habría llevado el escudo de Caballero, las zapatillas aladas de Sebas Fernández y el sentido del orgullo de Joaquín.

Pero los marineros tampoco reconocen a su capitán. La apuesta táctica de Pellegrini es un bote agujereado, por más que funcionara mientras la calidad individual la sostuvo a flote. La libertad de movimientos de Cazorla y Joaquín y su continua permuta de posiciones es una bendición para ellos, pero confunde a los laterales. Gámez y Eliseu ni saben leer sus movimientos ni se atreven a perder su posición por el agujero negro que se les hace delante. El equipo se embuda en el centro y convierte los espacios libres en autopistas. Botelho y Piti circularon por la derecha rozando el límite de velocidad. El Ingeniero intenta ingeniar un medio centro que no tiene. Sus inventos sólo hacen tapar a Toulalan, mientras Isco, el que mayor capacidad imaginativa atesora, continúa pasando más minutos en el banquillo que en el campo.

El desastre, más en la imagen que en el marcador, ya se mascó en los diez minutos de daltonismo de Ayza Gámez. Eliseu y Jordi Figueras cometieron pecados de esos que se juzgan en la ambigua frontera del amarillo y el rojo. El brazo tirado por el luso a Lass le costó la expulsión, el rayista no fue juzgado como último hombre en su falta. Eliseu tiró por la borda todas las credenciales ganadas como lateral moderno. Le cuesta un mundo hacer méritos y con poco es capaz de irritar a la afición. Le sobran fútbol y dispersión, le faltan nevera y capacidad de aprendizaje. Pero eso es sólo carnaza para quien quiera llevar el debate de lo futbolístico a lo disciplinario. Porque el Málaga se ha vuelto vulgar, ha entrado en barrena y el remedio que necesita está encerrado en una cárcel-gimnasio, con un pie inflamado.

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