Musas a tiempo parcial (2-1)
Málaga cf - valladolid · la crónica
La magia de Isco y Joaquín remonta a un Valladolid que supo desactivar al Málaga. Tras marrar un penalti en el 86', el gaditano se resarció con un regate de bandera para hacer el 2-1
Mal acostumbrados al Málaga de guante blanco, cuesta aceptarle partidos como el de ayer. De caravanas en cualquier zona del campo, de cortocircuitos y semáforos en rojo; con pocos ratos de diversión. Pero Pellegrini ha metido a este equipo en el saco de los grandes, los que desafían al destino cuando les dice hoy no vas a ganar. En esos conjuntos siempre existe un plan B, ratitos de inspiración en la ruleta rusa de los 90 minutos. Cuando el fútbol dice no, solo queda sentarse a esperar el milagro, subir el volumen a la expectación y jugar a adivinar en quién se encarnará la buenaventura. Aunque en este bloque resulta fácil inferir a los héroes: las musas tienen un ático en la bota derecha de Isco y un contrato indefinido en el arte de Joaquín.
El rescate se obró con dos gestos de maestros, dos detalles que definen el valor de un futbolista. Dos maneras de colocar el tobillo, Isco encogiéndolo, Joaquín alargándolo. Y en los momentos de la verdad. El de Arroyo de la Miel rompió la tela de araña pucelana a ocho del descanso, la primera vez que el Málaga pudo combinar con fluidez en ataque. La acelerada pared entre Joaquín y Eliseu llegó a los pies del 22, que remató como un siete metros de balonmano, pisando el balón y el crono, agitando el pie derecho y el amago hasta ver el hueco en su radar. La inercia de esos remates busca la media altura del segundo palo; Isco optó por todo lo contrario. Un perro viejo de 20 años.
El de Joaquín tuvo triple mérito, el de la creatividad, el de las agallas y el de estar casi en el tiempo de prolongación. Venía de fallar un penalti dos minutos antes cuando empaló una volea en el área que Dani Hernández se quitó de encima como pudo. Perseveró el rechazo el gaditano, quien se quedó delante de él como ante un toro. Cualquiera habría disparado con toda su alma, con la rabia propia de haber desperdiciado la pena máxima del triunfo, para romper la red. Pero Joaquín no es cualquiera. Con una pisadita de fútbol sala empequeñeció los casi dos metros del cancerbero blanquivioleta para acariciar con el exterior y marcar. No fue un gol, fue un paseo de la mano con el cuero por el área pequeña.
El Valladolid de las buenas maneras se cambió el disfraz por uno de minador. Echó al Málaga de su tapete, de su papel protagonista. Con un poco de descaro en Omar, con el gobierno aéreo de Manucho y un ejército de lapas en la medular. Menú indigesto para el Málaga, que más que mirar hacia el Milan parecía hacerlo al suelo, con un césped que ha dejado de parecerse a esa alfombra imperturbable. En solo nueve minutos, con Manucho culminando un carrusel de torpezas defensivas, quedó claro que no era día de vino y música romántica, sino de llave inglesa y grasa en las manos. Pero a ese fútbol no sabe jugar el Málaga, que quiere ser impecable hasta en los tropiezos.
No carburaba el cuadro de Pellegrini, que le dio el volante a Recio. Como sus pases, el malagueño parece haber dado un pase atrás. Sin osadía, su fútbol mengua. La falta de soluciones arriba tampoco ayudaba. Isco venía a campo propio a recibir, el síntoma más evidente de la falta de ideas. Cuánto se echaba de menos a Monreal. Por cómo rompe desde atrás y libera a Eliseu. Portillo intentaba sublevarse, pero el partido vivía en el pecho de Manucho. Se las llevaba todas por alto, se descolgaba para descolocar a la zaga y el doble pivote. Claramente, olía a pinchazo. Puede y debe lamentar el Valladolid su exceso de corrección en el choque. Con algo más que las incesantes carreras de Ebert podría haber sacado petróleo al descanso. A la caseta se marchó con la promesa de resurrección enarbolada por Isco.
Manucho no estaba dispuesto a resignarse. Remató a bocajarro al poco de la reanudación. Dio el susto, aunque fue bienvenido, pues resultó el aterrizaje de Caballero en el encuentro. Pudo haber hecho más en el 0-1 y segundos después casi regala el segundo a Ebert. Con esas manos oportunas trajo un mensaje de confianza a la zaga. Hartos de que nada fuera bien, los dueños de las musas cogieron el partido a pulso. Isco abrió el catálogo. Control de espaldas y giro sublime, amago en una esquina para tirar a cuatro defensas del Valladolid como bolos, zapatazo para meter en problemas a Dani Hernández. Joaquín, que ayer no estaba fino esquiando, se abrazó a la suerte de rematador. Balenziaga dio su vida tirándose al suelo para sacar la bonita volea del gaditano. Santa Cruz, por primera vez compañero de Saviola, se sumó a la fiesta con dos cabezazos fallados en cuestión de ocho minutos.
Ahora sí, el Málaga no paraba de invocar el gol. Saviola, sin opciones toda la tarde, lo imantó de otra manera, recursos no le faltan. Quería culminar una contra, pero vio por el retrovisor cómo el control se le iba largo y Sereno embestía como un bisonte. Cambió el objetivo del disparo por el del penalti, solo tuvo que acomodarse y esperar a ser barrido. Joaquín, dos de dos, buscó la escuadra y encontró la grada. Aunque el Joaquín enfadado también gusta. Porque esos momentos los canaliza con regates y magia, como demostró en la jugada posterior. Para dar una de esas victorias que gustan, en el penúltimo suspiro. Porque el último lo contuvo Caballero en un lanzamiento a bocajarro de Óscar.
No hay comentarios