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La Rosaleda se enamora otra vez de su Málaga (1-2)

Liga BBVA

El equipo de Gracia cuaja otro partidazo ante un Barcelona al que tuvo contra las cuerdas y temió por el marcador. Los jugadores dieron un máster de cómo presionar la salida del esférico.

Foto: M. Baez
José L. Malo

23 de enero 2016 - 18:02

Las mejores temporadas del Málaga en su historia han tejido un cordón umbilical entre la forma de jugar del equipo y su afición. Hay un triunfo que trasciende a los puntos, y es ese, crear un vínculo irrompible con los tuyos. El equipo de Gracia lo tenía el año pasado, a principios de esta liga lo perdió y ahora ha renacido fuerte y orgulloso. Por eso la derrota de ayer acabó con el estadio cantando el himno, aplaudiendo, sabiendo que la manera elegida para poner al Barcelona (otra vez) contra las cuerdas fue la que ellos querían. La Rosaleda se ha vuelto a enamorar de su equipo. Hay derrotas que duelen y cicatrices que recuerdan heroicidades.

La mayoría de equipos de esta Liga contarán sus enfrentamientos contra el Barcelona por derrotas. Pocos, casi ninguno, podrá blandir el orgullo de saber competir como hizo el Málaga. En la ida aguantando y cerrando todos los huecos hasta aquel gol sufrido de Vermaelen, ayer creando un miedo tremendo a Luis Enrique, como a Emery la semana pasada. Temió dejarse puntos por el camino el Barcelona, que tuvo que adelantarse dos veces en el marcador y nunca disfrutó de un encuentro tranquilo ni cerrado. El corazón y el músculo del Málaga lo consiguió. No tiene el equipo las individualidades ni el juego colectivo exquisito de los catalanes, que por cierto se dejaron en el Camp Nou, porque vaya imagen cetrina la exhibida en Martiricos. Gracia y los suyos tiraron de estudio táctico, fe, presión, buenas artes y legalidad, no fuera a ser que en caso de empate se hubieran marchado a la Ciudad Condal clamando contra las patadas blanquiazules o la labor del colegiado. En buena lid, el Málaga fue un equipazo.

Cabe celebrar los múltiples méritos de ayer. Más aún cuando a los dos minutos el ahora líder de la Liga se puso por delante. Toda una semana planteando un partido de aguante, firmeza atrás y concentración y el trabajo se fue al garete de inmediato. De hecho, sacó el Barça de centro y durante esos dos minutos ningún futbolista del Málaga tocó el esférico. Hacerlo por primera vez para sacar tras el 0-1 habría tumbado a cualquiera y hubiera roto cualquier planteamiento táctico de la semana. Pero la bravura local y la imagen penosa de los catalanes hizo que hubiera partido. Y qué partido.

Abonado a sacar el esférico jugado sí o sí, el estilo sacó los colores a Bravo y Vermaelen al sacar el balón jugado. El Málaga dio un máster de cómo hacerle daño al sacar el balón. Se multiplicaron las ocasiones ahí. Tras un palo y un balón que literalmente Charles le robó a Juanpi, el venezolano, puro genio, marcó su primer gol en Liga. Merecidísimo para coronar un primer tiempo de ensueño. No se fue el Barça perdiendo y eso pasó factura, porque la bronca al descanso cambió el decorado hasta que Messi restableció el orden. Fue extraño el ambiente frío en el que se reanudó el juego, más aún tras el fervor vivido en los primeros 45 minutos. Pero ese calor de la grada volvió porque este Málaga ya es experto en no tirar la toalla, en emerger en todo momento y luchar contra lo escrito. Sin ocasiones tan claras salvo un balón suelto al que no llegó por poco Cop, el miedo se veía en las caras de los jugadores azulgrana, muy inertes ante un Camacho imperial que ponía trampas en todo el campo. No llegó el milagro, sí una ovación merecidísima.

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