La tribuna
Los muertos de diciembre
El silbato de Delgado Ferreiro no es un despertador. No hace falta abrir los ojos. Málaga sueña despierta, es de Champions por derecho. Comienza una noche eterna, el giro del club en su destino de tribulaciones. El himno de la Liga de Campeones da el pistoletazo de salida. No importa que se escuche en un bucle interminable, nunca sacia. La noche jamás pensada no tiene fin, porque nadie tiene pensado irse a dormir. Quizá afónicos, no tendrán ni un hilo de voz para decir lo que pone en los papeles: ya es 13 de mayo de 2012 para siempre.
El partido es en todo momento una sensación extraña, un dominio absoluto, un quiero y no marco. Se diría que no es que no haya piñata, es que Juan Pablo la ha puesto demasiado alta. El meta rojiblanco es el guardián de la Champions y no dejará entrar al Málaga hasta que lo haga mucho mejor. No bastan media docena de ocasiones antes del gol. Frustra otro obús loco de Eliseu, el clásico tiro largo de Isco desde el vértice, el remate de manual de Cazorla, borde interno. El poste se convierte en su tercer brazo, Rondón lo ha descubierto con un testarazo.
La prueba es más que de fuego, infernal. Más en la grada, nerviosa, impaciente, que para el equipo, agarrado a Isco y Cazorla. Los dos han visto el filón en Gálvez, el nuevo Alkorta de Clemente por delante de la zaga. Entra al trapo siempre el central, ellos lo saben y juegan al eslalon en la frontal. Chirría Jesús Gámez, a quien las prisas le hacen convertir cuatro ataques en cuatro contras. La muchedumbre acalla los incipientes pitos. Tampoco está cómodo Joaquín. A él si le sale alguna, pero las piernas desobedecen sus maliciosas intenciones. Los marcadores en otros campos están paralizados por la tensión. Anota el Levante, enemigo. Mientras se transmite la noticia, Juan Pablo se tira a una esquina para demostrar que a ras de césped también está preparado. El tanto granota no asusta salvo otro del Sporting. Una combinación entre Demichelis y Mathijsen, que parecen jugar a pasarse una bomba, es lo más peligroso. Apaga el fuego Camacho, que se ha convertido en bombero de guardia en el final de Liga. Los de Clemente pretenden ser un campo de minas y lo logran. Salen casi a patada por minuto y llegan a hacer entradas muy sucias, desesperadas. Llega el descanso entre palpitaciones.
Joaquín lo intenta con el taladro tras el descanso. No termina de leer la dirección de sus pases Rondón, al que el paso del reloj le acerca al banquillo. Se muestra hambriento pero desorientado; las dos únicas en que está cerca del huy dibuja dos voleas al aire. Se cuece un cambio histórico con Van Nistelrooy, que en su despedida quiere el tanto que abroche su carrera. Pero, definitivamente, Joaquín se ha pedido el partido para él. Se ha tomado un revitalizante en la caseta. O Pellegrini le ha mirado a los ojos y le ha dicho que juegue en paralelo a la cal y se ponga a esquiar defensores. Lo hace de fábula. Engancha al equipo y a la grada. El capote lo reserva para la celebración, pero está cuajando una faena de tronío. La tiene el ex del Valencia en otro pase de magíster de Cazorla, que lleva toda la noche acariciando el balón para dejar solo a sus compañeros. Suelta la rabia Joaquín. No hace falta comentar dónde se estrella el remate.
Pero el Málaga no quiere sustos extemporáneos, se disfraza de estampida para mandar malas noticias a Villarreal y Valencia. Joaquín no da tregua, le vuelve a enseñar el dorsal al pobre Menéndez, que se ha quedado ciego ante sus quiebros. No llega Rondón, su radar sigue escacharrado. Camacho aparece por la frontal, ha aprendido a atreverse, y pone su alma y su mala leche en el pie derecho. El resultado no es otra parada de Juan Pablo, sino un vale de gol canjeable en el córner. Lo tira Cazorla, centro de seda. Tiene tiempo para pensar Rondón, mal augurio. Pero engaña a todos. Al paralotodo del Sporting y a la grada; lo hace de manual, la cruza picada al segundo palo. Su historial de delantero excesivamente exigente y autodestructivo es lo que queda hecho trizas esta vez. Él le pone el lazo al pasaporte, pero la celebración revela un bonito acto de justicia. Abrazan al venezolano, no es para menos; también a Cazorla en la otra esquina; se ha puesto de rodillas para festejar como un tanto otra de sus asistencias al centímetro. Con él están Demichelis y Monreal. Y en el banquillo hay otra piña. En la grada, lo lógico en estos casos, se abrazan hasta los desconocidos. El mérito y el alborozo son corales.
La Champions no se puede escapar. No lo hace, durante los 90 minutos el Málaga sigue asentado en la cuarta plaza. Pero Juan Pablo se empeña en dejar su currículo en Primera. Ahora frena a Van Nistelrooy, que entra para que rivalicen los aplausos del que sale, Rondón, y el que entra. Entra mordaz. En un mismo minuto tiene dos ocasiones: un remate casi de espaldas, una de sus cabalgadas con recorte al centro y chut, de las que hacía cuando era joven. Disparen donde disparen los blanquiazules, hay una manopla de Juan Pablo. Ya hay derecho a preguntarse si juega con más de las dos reglamentarias.
Perdona la goleada el Málaga y en la grada aparece el y si... Monreal agarra el foco y horada el otro costado ahora que Joaquín se ha tomado un respiro. El navarro quiere ir a Europa, aunque antes tiene previsto hacer una parada en Polonia y Ucrania. Está imparable, Del Bosque no puede ser ajeno a ello. Defiende como un chicarrón del norte, tira a varios del Sporting en el hombro con hombro. Recupera su cara de niño para llegar como un colegial al área y marcar su golito, el que esconde la Eurocopa. Lo roza, lo merece, en el 63.
Con tanto desatino, muchos suben el volumen de la radio. Aprieta el Atleti, sentencia el Levante. Apoño marca, este no sirve para tumbar a un rival blanquiazul, pero le eleva a héroe baturro. Él puede celebrar un doblete. Lo exiguo de la renta imanta el miedo. En un minuto, el 89, la guadaña rasca en Villarreal y Málaga: marca Falcao, Isco ve la segunda amarilla. Y la afición se pone verde y se acuerda de que Juan Pablo ha evitado que el Málaga se ponga morado a goles. Todo se disipa y se mezcla, para que el resultado quede más bonito: verde y morado. Europa se pintará así el año que viene. En la Champions, la Shempions, tal y como suena en el inglés de Mourinho, el año que viene rival por partida doble. Eso es cosa del futuro, aún no conviene mentarlo. Acaba de empezar la fiesta en La Rosaleda, coqueta, familiar, para la plantilla y la afición. Dura poco. Los jugadores se duchan rápido y se van. Se apagan las luces de La Rosaleda. Se ilumina la historia del Málaga.
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