Valiente bestialidad (3-2)
Málaga-getafe· la crónica
El Málaga se acuesta y amanece líder con una remontada epopéyica culminada por una chilena sublime de Baptista en la prolongación. La racha de imbatibilidad acaba en 480 minutos
La Bestia no despertaba. Se tropezaba consigo mismo, fallaba fáciles remates, no aparecía. Se parecía más al jugador abandonado por la suerte en Roma que al héroe de la permanencia blanquiazul. Pero en la prolongación, el tiempo reservado para los milagros, el cielo se abrió para señalarle con la luz de la esperanza y para que cayera un balón acolchado por Rondón, desde ayer arcángel de Julio Baptista. El partido, perdido sólo cinco minutos antes, pedía un imposible. Como el gol tenía que ser para el recuerdo, el brasileño escogió la suerte más espectacular del fútbol, la chilena. Marcó los tiempos de manual, brazo arriba, impulso, cuerpo horizontal, conectó con todo el empeine para una soberbia precisión. Y trazó el tanto de su vida, casi a la escuadra. Para que la efeméride de líder temporal tuviera una fotografía inolvidable. Para convertir unos instantes de retina en una celebración inmortal.
Así que el Málaga firmó una epopeya cuando el Getafe sisaba tres puntos en el minuto 87. Irónico, porque la derrota y la locura sentaron mejor que nunca al Málaga, desmelenado tras los aguijonazos visitantes en una segunda parte de manicomio. Ese tramo de brazadas desesperadas trajo lo poco bueno del equipo, suficiente para un final sublime.
Antes quedó clara la moraleja repetida: los equipos no quieren dejar al cuadro de Pellegrini que interprete su partitura. Líneas juntas y pertrechadas bastan para conseguir un buen parapeto. El temor a la creatividad de las individualidades queda patente. Comoquiera que el equipo blanquiazul aún no se asoma al fútbol fluido que está entrenando, discurren los partidos por tonos anodinos. La brújula sólo pierde el sentido cuando el imán de Cazorla pega la bola al pie. Se convierte en el centro de gravedad y todo se electrifica, pero sus finales no siempre son felices. A veces se enreda en sí mismo porque la falta de opciones le lleva a un bucle de regates, a veces se le olvida que tiene un gran disparo y abusa de ellos. Por entonces se desconocía el sinsentido que traerían los goles.
No los hubo en la primera mitad. Tristeza por una lado, orgullo por otro. Porque cayeron de un plumazo dos récords: uno en blanco y negro, el de mayor tiempo de imbatibilidad del equipo, 460 minutos en la 67-68, mérito ex aequo de Américo y Catalá; y otro que empieza a dibujar un sucesor para Contreras, los mejores guantes del Málaga contemporáneo. En 429 minutos tenía su marca; su huella será un reto para Caballero a varias campañas vista. Va por buen camino el argentino, que se quedó en unos redondos 480 minutos sin encajar.
Justo después de que Pedro León plantara una parábola teledirigida a la escuadra. De zurda ejecución, maradoniana; similar al afamado gol de Zidane ante el Leverkusen para dar la novena del Real Madrid. Para reencarnarse con sorna en el Pedro León que defenestró Mourinho. El getafense rompió la racha, también el corsé con el que jugaba el Málaga. El caos se encarnó en el cambio de Isco por Duda, calle por academia. A la afición le sentó bien la locura y reenganchó a su equipo, cómodo sin papeles. Y apareció Van Nistelrooy, quien mientras los defensas del Getafe saltaban por despejar el esférico, él esperó a que cayera para empujar el balón a la red y la sequía al precipicio. Aún quedaba tiempo para un manotazo más, el de Miku, al balón y al marcador. Cuando la carambola que dio a Maresca el 2-2 parecía lo mejor, se abrió el cielo. Y La Bestia decidió regresar como líder.
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