El embrujo del Carpena

Invencible El Unicaja completa otro partido superior para derrotar al poderosísimo Olympiacos y sumar dos años invicto en casa en la Euroliga Clave Kelati volvió a resultar determinante (16 puntos)

Kelati lanza un triple con la mano del jugador del Olympiacos Teodosic en su cara.
Kelati lanza un triple con la mano del jugador del Olympiacos Teodosic en su cara.
José Manuel Olías / Málaga

11 de diciembre 2008 - 05:02

Una ley no escrita en la historia reciente de la Euroliga es que el campeón hinca previamente la rodilla en el Martín Carpena. Maccabi, CSKA y Panathinaikos, últimos reyes, dan fe de esa teoría que ratifica la granítica fortaleza del cuadro malagueño en su feudo. El Olympiacos ansía la corona europea y quizá presentó ayer su mejor candidatura en Málaga. Una buena versión del excelente equipo de El Pireo, orgullo del puerto ateniense, no bastó tampoco para romper el mágico embrujo del Carpena (60-56).

Parece existir un halo de invencibilidad que se contagia también a los recién llegados, como al iluminado Kelati, que ahora mismo deja en ridículas las expectativas creadas a su llegada. Apareció el eritreo para sentenciar con cuatro puntos y confirmar que el Unicaja, en el mes de diciembre, es capaz de codearse con los mejores equipos del continente. Con buena parte de la espina dorsal de su equipo fuera o falta de ritmo por las lesiones, es capaz de vencer en Tel Aviv y vencer al equipo con el presupuesto más alto, el poderosísimo Olympiacos.

Más allá del mérito de derrotar a tamaño rival, la grandeza residió en ganar a contrapié, con un estilo opuesto con el que ha crecido este Unicaja. No se pudo correr porque no se aseguró el rebote y porque cuando se hizo no se tuvo acierto, no se llegó a los 20 puntos en ningún cuarto cuando es el mínimo en el que se suele mover para marcar las diferencias. Es lo que demandaba el encuentro, el ritmo implacable y tranquilo a la vez que dicta el gran Theodoros Papaloukas, que padeció la defensa de medio Unicaja, hasta de Jiménez y Welsch. La marcha propuesta por el Olympiacos, que es lo que se pedirá seguramente en los momentos de la verdad de la temporada, en febrero, abril o junio. Y en diciembre el Unicaja demostró que también es capaz de moverse con soltura en esos registros de anotación inferiores.

No se sintió cómodo el Unicaja hasta el tercer cuarto, cuando exhibió una defensa superlativa que dejó en nueve puntos al Olympiacos y cambió el devenir del duelo. Antes, había sufrido mucho. Porque emergió Printezis para poner en inusuales dificultades a Carlos Jiménez. Y porque explotó, otra vez en el Carpena, el enorme Sofoklis Schortsanitis. Lo tiene todo para ser un jugador devastador en el universo FIBA. Es capaz de mover sus 170 kilos con una velocidad inimaginable, que incluso le da para completar transiciones. Su físico sobrenatural, que desafía a las leyes de la física, es su poder, también su condena. El caso es que su salida impactó de manera inmediata sobre la cancha. El Unicaja había contenido las oleadas iniciales de los de Giannakis (2-7, 12-17), pero no pudo con Big Sofo desatado sobre el parqué malagueño. El butrón que dejó en el partido el pívot de padre griego y madre camerunesa se medía en 12 puntos de renta para los atenienses (19-31).

Allí estaba Carlos Cabezas para poner paños calientes. Recién salido de su traicionero esguince de tobillo, el base apareció en un momento determinante. Aíto hizo la primera rotación completa sin Haislip y él, pero acabó recurriendo a ellos. A Berni le dejó más días para aterrizar. Haislip no estuvo, pero sí Cabezas. Anotó dos triples capitales en un momento de atasco máximo (dos puntos en siete minutos y medio) para enganchar al duelo al Unicaja (28-35 al descanso).

Con la inercia favorable de los últimos minutos, los malagueños soltaron un tercer cuarto fabuloso (18-9) que cambió el registro del partido. El arbitraje de la Euroliga permite arriesgar y el Unicaja lo hizo. Pegó todo lo que pudo y sujetó a Schortsanitis. Papaloukas, confundido ante tanto defensor distinto, perdió su clarividencia. Y Greer se perdió en algunos arabescos. Childress ofrecía destellos, como algún rebote imposible. Pero no parecía entre los tres más determinantes de su equipo.

En el cuarto final el Unicaja amagó incluso con remontar el averaje (82-73). Llegó a los siete puntos (53-46) de renta, un tesoro en un encuentro así. Pero enfrente había un señor equipo con jugadores del máximo nivel. Papaloukas culminó el empate (54-54), antes de que Kelati diera la estocada en un Carpena levantado. Su embrujo no permite la derrota. Una base descomunal para soñar.

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