La luz de La Rosaleda (2-0)
Málaga-córdoba
El Málaga vuelve a abrazarse a sus mejores sensaciones como local para recortar puntos a la zona europea y alejar a varios perseguidores de la séptima plaza. Costó traducir en goles la superioridad.
Al igual que a las bodas se acude asumiendo que los novios intercambiarán el "sí, quiero", a estos partidos se llega con la victoria facturada en la mente. Parece tan claro que el rival hincará la rodilla que cuesta encontrar el punto de motivación exacto para traducir la superioridad en puntos. En ocasiones, alguno de los novios se queda plantado en el altar; en ocasiones, los puntos vuelan y cuesta creerlo. Por momentos el Málaga tonteó con esa sensación. Pero sucede que La Rosaleda es un magnífico interruptor para este equipo joven y soñador. Aquí, en su teatro favorito, fluye lo mejor de ellos. Incluso cuando el día marcha algo torcido. Bastó pasar por el descanso para cambiar el frac por el mono de trabajo y evitar que la boda acabara en funeral. Al menos el blanquiazul, porque el blanquiverde parece visto para sentencia.
Costó romper una igualdad que se mantuvo mientras el Málaga se supo ganador sin haber marcado aún y el Córdoba vencido sin jugarse al menos la carta de la desesperación. Todo, eso sí, desde el dominio absoluto del esférico por parte blanquiazul. Quizá es que el listón de juego está tan alto en Martiricos que cuesta reconocer al Málaga sin electricidad. Hubo ocasiones, sí, Rosales con la zurda, Samu con la cabeza en acción de estrategia, Juanmi con la derecha, pero no terminaba de enamorar ni de ser claro el equipo. El tono plomizo se rompió en cuestión de segundos. Los que pasaron desde que el vívido Boka conectó un latigazo al palo a la fugaz contra que abortó Kameni poniendo su cuerpo ante el disparo de Ghilas como quien se tira a arropar el cuerpo de un niño antes de ser atropellado. Y así acabó el primer tiempo, con el Córdoba asido a las pisadas demoledoras de sus mastodónticos delanteros y el Málaga en manos de los gráciles movimientos de bailarina de Horta.
Gracia, que transmite prestidigitadores mensajes, pulsó el interruptor al descanso. Y en tres minutos fluyó el Málaga de Málaga. Samu Castillejo superó el poblado muro visitante con un pase de catapulta para llevar el balón a la cornisa donde vive Juanmi. Donde nadie se desenvuelve como él. Con un desmarque y un toque sutil del ladronzuelo que lleva dentro. En fuera de juego, sí, porque el funambulismo es su fútbol, el enemigo de los asistentes, que no saben cómo dar la tecla con él. Ante Valencia y Levante le anularon goles legales, ayer le dieron el que no debió valer.
El 1-0 debía situar al Málaga en la autocomplacencia o animarle a pedir el segundo plato. Hubo de todo un poco. Desde un gol de Florín que Weligton evitó bajo palos a un trallazo fulgurante de Horta contra el larguero. Pero quien resolvió fue Amrabat, por quien últimamente no se brindaba en las fiestas. En una guerra por su cuenta recortó y lanzó en seco para cerrar el choque. La celebración fue un exorcismo. De hecho, no hubo una concesión a la alegría. En su cara se podía leer que eso era lo que quería conseguir hace mucho tiempo, resolver partidos, el penalti que falló ante el Espanyol. Rabia contenida. Sus compañeros lo fueron rodearlo para hacerle entender que él también se puede beneficiar de ese bendito botón que el Málaga pulsa cuando juega en casa y hace fluir sus virtudes.
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