La revancha de los turcos

La revancha de los turcos

12 de junio 2008 - 05:02

LA imagen cambió el fútbol ya hace años. Las señales de televisión que se esforzaban por llegar a los minoritarios receptores de finales de los sesenta han dado paso, en los tiempos que corren, a los cables, satélites y a las televisiones hasta en la cocina. Las referencias a las figuras del pasado se pueden leer e imaginar: Kubala, Garrincha, Puskas, Matthews o Di Stefano han sido narrados con pasión, pero en la mente las imágenes son nebulosas. Sin embargo, las tecnicolores estrellas de hoy invaden nuestras salas de estar y se fijan en la conciencia colectiva de los pueblos para perdurar. Y de esto los jugadores saben.

Ayer en La Praille de Ginebra, el Ronaldo luso era perseguido por las cámaras hasta los dorsales, pectorales y abdominales. La calidad del jugador es innegable, pero la mediatización que le rodea, esa conciencia de ser el centro de los objetivos, le hace amigo de las posturitas, de los gestos teatrales y de la sonrisa maquillada. Cristiano es la estrella de la Eurocopa, porque los medios así lo han querido, y no será ni Baros, ni Sionko, ni Simao, quienes lo nieguen, por el momento. Portugal no brilló, su defensa tembló, pero ya pisa cuartos, y Felipao se relame pensando en croata, o en polaco, porqué no.

El drama confederado

Cuartos a los que dicen adiós los helvéticos. Basilea vio ayer como en un guiño de la historia Suiza y Turquía se jugaban seguir vivos en la competición. Viejos conocidos, que se odiaron una noche invernal en la Sublime Puerta, en la última fechoría de Terim, que acabó con el escroto suizo de Grichting desgarrado, pero con los helvéticos en el Mundial. Aquel día ardió Estambul con Fatih dentro y el odio creciente. Y es que los otomanos, que dejaron de serlo un día de julio de 1923 en Lausana, para gloria del pueblo turco y drama kurdo, han perdido la fiereza en estos últimos años y ya no asustan a nadie. Pero el recuerdo fue suficiente para batir a los ansiosos y verdes locales, que han pagado su falta de competitividad y de una inocencia pecaminosa.

Porque Suiza es un país particular en muchos sentidos. Nacida para resistir a los príncipes germanos y además de cobrar el peaje alpino al comercio entre el norte y el sur continental, su instinto superviviente la llevó a la progresiva conveniente unión de los valles y a la neutralidad. Eso, y su fiscalidad ventajosa, la salvó de los apetitos vecinales y la convirtió en lugar de acogida. Una selección que se aprovecha de foráneos como los turcos Hakan Yakin, Derdiyok y el magnífico Gokhan Inler, temido y admirado en la selva del Calcio, pero que no es suficiente para evitar que Suiza sea la primera en dejase remontar en este Euro. Venganza turca consumida.

En el grupo B, Viena espera poder cantar al menos un golito, poder sonreír a lo Sissi, aunque sea un ratito, y Polonia es la pretendiente más facilona. Hickersberger, con su esquema años 80, se mide a un Leo Beenhakker que ya era entonces viejo. Mientras el panzer germano buscará confirmar su favoritismo y evitar el susto de un cuarto luso.

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